Pregunta
¿Quiénes fueron los no conformistas en la historia de la Iglesia?
Respuesta
La Biblia instruye a los cristianos a someterse a las autoridades civiles y a los líderes de la iglesia (Romanos 13:1–5; Hebreos 13:17). Sin embargo, tanto en la historia bíblica como en la posterior, el pueblo de Dios ha resistido ocasionalmente al liderazgo impío cuando este ha adoptado una teología errónea o ha exigido prácticas inmorales (como se ve en Éxodo 1:15–21). Un ejemplo significativo ocurrió en el siglo XVII, cuando ciertos cristianos protestantes desafiaron a la Iglesia de Inglaterra tras la aprobación de la Ley de Uniformidad de 1662, que obligaba a todas las congregaciones a utilizar el Libro de Oración Común en los servicios de culto. En respuesta, muchos creyentes se negaron a obedecer las disposiciones de la iglesia estatal. Estos disidentes, conocidos como no conformistas, optaron por seguir sus propias convicciones en materia de fe y práctica. Entre ellos se destacaron John Bunyan, Oliver Cromwell, George Fox, Isaac Watts y los peregrinos que emigraron al Nuevo Mundo.
En cuanto a sus convicciones, los no conformistas se basaban en la idea de que el Nuevo Testamento no respalda la existencia de iglesias estatales. Aunque las Escrituras enseñan el respeto hacia las autoridades civiles (Mateo 22:21; 1 Pedro 2:13–17), no promueven la unión entre la Iglesia y el Estado. Este principio marcó una diferencia notable con ciertos períodos del Antiguo Testamento, cuando Israel era tanto nación como comunidad religiosa. Pero el reino que Cristo fundó es de otra naturaleza: no depende de sistemas políticos ni de estructuras terrenales (Juan 6:15; 18:36).
Aun careciendo de respaldo neotestamentario, las iglesias estatales desempeñaron un papel fundamental en la historia cristiana. En el año 380 d.C., el emperador Teodosio I promulgó el Edicto de Tesalónica, que convirtió al cristianismo en la religión oficial del Imperio Romano y estableció el modelo de unidad entre Iglesia y Estado. Esta tradición se mantuvo luego en la Iglesia Ortodoxa Oriental, que, tras su separación de Roma en 1054 d.C., se convirtió en iglesia nacional de varios países de Europa oriental y bizantina. En el ámbito protestante, un acontecimiento paralelo fue la creación de la Iglesia de Inglaterra bajo Enrique VIII en el siglo XVI, tras su ruptura con el catolicismo. Esta estructura estatal sentó las bases para la Ley de Uniformidad, de la cual surgió el movimiento no conformista.
La disidencia contra la Iglesia de Inglaterra tomó forma en diversos movimientos y denominaciones, como los bautistas, las iglesias reformadas (por ejemplo, la presbiteriana), los Hermanos, los metodistas y los cuáqueros. Estos grupos consideraban que las iglesias estatales contradecían la doctrina bíblica de la sola scriptura—"solo la Escritura" como regla de fe y práctica (1 Corintios 4:6; 2 Timoteo 3:16–17)—.
Aunque compartían la misma base de independencia, cada tradición no conformista desarrolló su propio énfasis. Las iglesias bautistas y de los Hermanos promovían el autogobierno congregacional, el bautismo de creyentes adultos y la simplicidad en el culto. Las iglesias reformadas, con su sistema de ancianos elegidos y su teología calvinista, ofrecían una organización distinta. Los metodistas resaltaban la fe personal y la evangelización, alejándose de los rituales formales, mientras que los cuáqueros rechazaban los sacramentos institucionales y el clero, buscando una relación directa con Dios.
El inconformismo protestante se expandió ampliamente durante los siglos XIX y XX. En Europa y América, muchos movimientos enfatizaron la independencia de las confesiones y el autogobierno local. Denominaciones influyentes como los bautistas consolidaron este principio, y más tarde el pentecostalismo lo fortaleció con su estructura descentralizada y su énfasis en la guía del Espíritu Santo.
En el siglo XX, el no confesionalismo llevó el inconformismo aún más lejos, rechazando no solo la unión entre Iglesia y Estado, sino también las jerarquías denominacionales. En su lugar, promovía la autonomía de las congregaciones y una fe centrada únicamente en la autoridad de Cristo y Su Palabra.
La tradición no conformista encarna el corazón del protestantismo: la convicción de que la fe genuina no se somete a la autoridad humana, sino que descansa en una relación personal con Dios basada en Su Palabra.
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