Pregunta
¿Cómo puedo aprender a dejar de culpar a los demás de mis problemas?
Respuesta
Para muchas personas, culpar a los demás es su juego favorito cuando algo sale mal. Al vivir como personas quebrantadas en un mundo quebrantado, es fácil encontrar a alguien o algo a quien culpar cuando nos sentimos heridos. A veces es cierto que otra persona ha destrozado nuestras vidas de tal manera que la culpa es solo suya. Cuando eso ocurre, hay pasos que podemos seguir para corregir el error (Mateo 18:15-17). Pero si habitualmente culpamos a otros por nuestros problemas en lugar de asumir la responsabilidad por la parte que podemos haber tenido, culpar a otros se puede convertir en una forma de vida.
Los siguientes son algunos pasos que podemos dar para dejar de culpar a otros por todo lo que sale mal:
1. Reconocer plenamente el daño que se ha hecho. Puede parecer extraño comenzar un cambio centrándose en el problema, pero esa es la mejor manera de procesarlo para no tener que seguir cargando con él. Reconocer plenamente el daño y la injusticia que hemos sufrido, prepara nuestro corazón para perdonar y seguir adelante. Nuestro corazón sabe que se ha cometido una injusticia, y al fingir que no fue tan grave, no nos hacemos ningún favor. Reconocer el problema, llorar la pérdida cuando sea apropiado y, después, comprometernos a perdonar al ofensor son pasos importantes para cambiar el juego de la culpa.
2. Reconocer el orgullo que se esconde detrás del juego de la culpa. Los corazones orgullosos no quieren admitir que se han equivocado. Es fácil ver dónde se equivoca otra persona, pero no es tan agradable admitir nuestra propia culpa. Es útil preguntarnos: "¿Contribuí de alguna manera a este problema?". Por lo general, podemos encontrar algo que podríamos haber hecho mejor. En lugar de centrarnos en lo que hizo el ofensor, podemos redirigir nuestra atención a nuestra respuesta. Sí, esa persona se equivocó, pero ¿respondí como Dios quiere que lo haga? ¿Mejoré o empeoré la situación? Cuando reconocemos el orgullo, debemos confesarlo como pecado y humillarnos ante Dios y ante la otra persona (1 Juan 1:9; 1 Pedro 5:6).
3. Reducir las altas expectativas. Nos causamos mucho dolor cuando tenemos expectativas demasiado altas para nosotros mismos y para los demás. A menudo, esas expectativas nunca se comunican, pero son la raíz de nuestra amargura y de nuestra tendencia a culpar a los demás. Pensamos: "Deberían haber hecho esto" o "No deberían haber hecho aquello". Cuando la palabra «deberían» entra en nuestros pensamientos sobre las acciones de otras personas, hemos creado el escenario para empezar a culparlas. "Deberían" implica una expectativa que no se cumple. Entregar nuestras expectativas a Dios, y confiar en que Él nos dará lo que necesitamos, nos ayuda a calmarnos cuando nos sentimos menospreciados o ignorados.
4. Entregar los derechos a Dios. Los seres humanos luchamos por nuestros derechos. Si hiciéramos una lista de los derechos que consideramos que tenemos, probablemente nos sorprenderíamos. En la lista de la mayoría de las personas suelen aparecer el derecho a ser tratado con justicia; el derecho a nunca ser ofendido; y el derecho a ser respetado, amado o incluido. El problema es que Dios no nos dio esos derechos; los exigimos por nosotros mismos. Culpar a los demás por nuestros problemas a menudo surge de una percepción de violación de derechos. La lucha por mantener derechos falsos nos mantiene en una confusión emocional.
Si nos damos cuenta de que culpamos mucho a los demás, puede resultar útil hacer una lista de los derechos personales que creemos que se están violando. Luego, como acto de rendición, ofrécele esa lista a Dios. Dile que renuncias a esos derechos, y si Él considera que necesitas ser reconocido, respetado o incluido por los demás, Él se encargará de ello. Santiago 4:10 dice: "Humíllense en la presencia del Señor y Él los exaltará". Entregar nuestros derechos a Dios es una forma de humillarnos. Él entonces nos exalta de maneras que no tienen nada que ver con el orgullo o la lucha por los derechos.
5. Transforma la culpa en oración. Cuando sentimos que alguien nos ha hecho daño, podemos contárselo a Dios. Los salmos están llenos de expresiones del dolor, el sufrimiento y la traición que sentían sus autores. Sin embargo, no se detuvieron en expresar el dolor. Después de derramar nuestro dolor en oración, podemos aquietar nuestro corazón y pedirle humildemente al Señor que nos guíe. En lugar de culpar a los demás, podemos empezar a orar por ellos. Si se equivocaron, necesitan la sanidad y la restauración del Señor. Ora para que Dios cambie sus corazones, los convenza de su pecado y los lleve de vuelta a Él. Cada vez que Satanás nos tiente a amargarnos, podemos usar la tentación como un recordatorio para orar por la persona que nos hizo daño.
6. Arrepentirnos de la actitud de tener derecho a todo. Las personas que culpan a los demás suelen tener una actitud de tener derecho a todo de la que no son conscientes. Al igual que los defensores de los derechos, las personas que se creen con derecho a todo creen que se les debe algo. Es posible que tengamos un problema de sentirnos con derecho a todo si nuestros pensamientos son similares a estos:
• "Es culpa suya que no haya conseguido ese trabajo".
• "Mi madre sabía que yo quería organizar la cena, pero la organizó ella para fastidiarme".
• "No estoy casada porque todos los hombres son unos canallas".
• "No tengo novia porque las mujeres son superficiales y codiciosas".
• "Todos los demás están más adelantados que yo porque lo han tenido más fácil que yo".
Deshacernos de las actitudes de tener derecho a todo, es como arrancar los cardos de raíz. Es difícil, pero, una vez que la actitud desaparece, ya no puede crecer más espinas. Los que culpan a los demás muchas veces culpan indirectamente a Dios por haberles legado una vida inferior. Esa culpa hacia Dios también tenemos que confesarla. Debemos admitir que Dios no nos debe nada. Santiago 1:7 nos recuerda que todo don bueno y perfecto viene de Dios. Si podemos respirar, si podemos trabajar, amar, jugar, reír y experimentar el gozo, entonces somos muy bendecidos. Dios no nos debía nada de eso, pero, como Él es bueno, nos dio muchas cosas para disfrutar. Se nos manda ser agradecidos en toda situación (1 Tesalonicenses 5:18). No podemos estar agradecidos si sentimos que tenemos derecho a más.
7. Encuentra lo bueno en la situación. Tendemos a culpar a los demás cuando nuestra situación en la vida no es como deseamos. Sin embargo, Dios dice que Él es quien tiene el control definitivo y que utilizará todo para nuestro bien si confiamos en Él y le amamos (Romanos 8:28). ¿No conseguiste ese trabajo que deseabas? Quizás puedas dar gracias a Dios por protegerte de un trabajo que no era adecuado para ti. ¿No pudiste terminar la universidad? Quizás puedas dar gracias a Dios por mostrarte que la universidad no era el camino para ti. Cuando convertimos la desgracia en una oportunidad para dar gracias, le robamos a nuestro enemigo, Satanás, un arma que quiere usar contra nosotros.
Asumir la responsabilidad personal de nuestras vidas y negarnos a culpar a otros por nuestros problemas es una señal de madurez. Culpar a otros por nuestros problemas solo nos mantiene sumidos en la inmadurez. También perdemos la oportunidad de aprender de nuestros errores, desarrollar la perseverancia y trabajar en armonía con Dios para producir el carácter de Jesús en nuestras vidas (ver Gálatas 5:22-23).
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¿Cómo puedo aprender a dejar de culpar a los demás de mis problemas?
