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Pregunta

¿Qué dice la Biblia sobre el quejarse?

Respuesta


Quejarse puede significar cosas diferentes en contextos diferentes. Quienes se quejan pueden estar expresando dolor o tristeza, o acusando a alguien de una ofensa. En ese contexto, no hay nada abiertamente pecaminoso en quejarse. Siempre que la expresión del dolor o la acusación de una mala acción se ajuste a las directrices bíblicas, la queja es correcta. Después de todo, la Biblia contiene un libro llamado Lamentaciones, y muchos de los salmos contienen "quejas", es decir, expresiones de dolor por una situación grave. Sin embargo, quejarse también puede tomar la forma de criticar, murmurar, lamentarse o refunfuñar, en cuyo caso es incorrecto.

Un quejumbroso que murmura pecaminosamente está mostrando descontento con su suerte en la vida. Quejarse ciertamente no es un fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23); un espíritu quejumbroso es, de hecho, perjudicial para la paz, el gozo y la paciencia que provienen del Espíritu. Para el cristiano, quejarse es destructivo y debilitante personalmente y hace más difícil su testimonio ante el mundo.

La Biblia da varios ejemplos de personas que se quejaron. Adán, después de que él y Eva desobedecieran a Dios, se quejó a Dios diciendo: "La mujer que Tú me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí" (Génesis 3:12). De esta manera, Adán culpó a Eva e, indirectamente, a Dios por su pecado.

Mientras estaban en el desierto, los israelitas bajo el liderazgo de Moisés a menudo se quejaban. Menos de tres meses después de salir de Egipto, se quejaban de que se estaban muriendo de hambre en el desierto. Su queja incluía el insensato deseo de haber permanecido esclavos en Egipto: "Y toda la congregación de los israelitas murmuró contra Moisés y contra Aarón en el desierto. Los israelitas les decían: Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto" (Éxodo 16:2-3; cf. Números 14:2). Aunque sus quejas iban dirigidas a sus líderes humanos, Moisés les informó de que en realidad estaban murmurando contra Dios: "Sus murmuraciones no son contra nosotros, sino contra el Señor" (Éxodo 16:8). Las quejas de los israelitas estaban relacionadas con la desobediencia y la falta de fe: "Sino que murmuraron en sus tiendas, y no escucharon la voz del Señor" (Salmo 106:25).

Los salmistas escribieron sus quejas a Dios. Un ejemplo es Salmos 12:1-2: "porque el piadoso deja de ser; porque los fieles desaparecen de entre los hijos de los hombres. Falsedad habla cada uno a su prójimo; hablan con labios lisonjeros y con doblez de corazón". Los profetas también expresaron el dolor de su sufrimiento personal (por ejemplo, Jeremías 20:7-8; Miqueas 7:1-2). Sin embargo, esas quejas no eran pecaminosas, porque se llevaban a Dios en una oración pidiendo ayuda.

A quienes escucharon la enseñanza de Jesús de que Él era el pan de vida bajado del cielo les costó mucho conciliar esa verdad con lo que sabían de su educación, y como resultado murmuraron (Juan 6:41). Jesús les dijo: "No murmuren entre sí" (Juan 6:43). La palabra griega traducida como "murmurar" indica que se quejaban y refunfuñaban entre ellos. Según la Concordancia de Strong, la palabra se utilizaba "generalmente para referirse a un descontento latente".

Los creyentes no deben alimentar su descontento. No deben quejarse ni protestar. Una persona que se niega a quejarse destacará en un mundo lleno de personas quejumbrosas: "Hagan todas las cosas sin murmuraciones ...para que sean irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual ustedes resplandecen como luminares en el mundo" (Filipenses 2:14-15, en referencia a Deuteronomio 32:5). Nuestros actos de bondad hacia los demás siempre deben realizarse sin quejarnos: «Sean hospitalarios los unos para con los otros, sin murmuraciones» (1 Pedro 4:9).

Un espíritu quejumbroso revela una falta de confianza en Dios. ¿Acaso Dios no ha provisto en el pasado? ¿No proveerá fielmente ahora y en el futuro? ¿No podemos confiar en que Él sabe lo que necesitamos y lo proveerá a su debido tiempo? Dios conoce nuestras circunstancias, por muy malas que sean, y Él tiene el control sobre ellas.

Siempre que seamos tentados a quejarnos, debemos acudir primero al Señor. Debemos aprender a echar todas nuestras cargas sobre Él, sabiendo que Él cuida de nosotros (1 Pedro 5:7). Para superar el hábito de quejarnos, debemos orar pidiendo la ayuda de Dios, recordar la bondad del Señor (Salmo 105:5), "dar gracias en todas las circunstancias" (1 Tesalonicenses 5:18) y "regocijarnos siempre" (1 Tesalonicenses 5:16). Es imposible quejarse mientras nos regocijamos.

A medida que sigamos estudiando la Palabra de Dios, orando y disfrutando de la comunión con otros creyentes, nuestras quejas y murmuraciones disminuirán cada vez más. Comenzaremos a permitir que nuestras circunstancias difíciles produzcan algo más que quejas dentro de nosotros. Los lamentos desaparecerán. Aprenderemos a valorarlas: "[Tengamos] por sumo gozo, hermanos míos, cuando [nos hallemos] en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de [nuestra] fe produce paciencia" (Santiago 1:2-3).

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