Pregunta
¿Qué fueron las guerras judeo-romanas?
Respuesta
Las guerras judeo-romanas fueron una serie de conflictos devastadores entre el Imperio Romano y los rebeldes judíos, ocurridos en los años 66–70, 115–117 y 132–135 d.C. Estas guerras marcaron profundamente la historia del pueblo de Israel, provocando la destrucción de Jerusalén y del templo, la muerte de cientos de miles de judíos y la expulsión de gran parte del pueblo judío de su tierra natal. Israel no volvería a ser un Estado hasta 1948, con la fundación del moderno Estado de Israel.
Durante las décadas previas a estas guerras, Israel vivía bajo la ocupación romana. Aunque las autoridades judías conservaban cierta autonomía religiosa, su poder era limitado. Podían aplicar leyes relacionadas con la religión y la conducta moral, pero no podían imponer castigos severos sin la aprobación de Roma. Por ejemplo, los líderes judíos podían detener a los apóstoles, prohibirles predicar y azotarlos (Hechos 5:17–40), pero no podían ejecutar a nadie sin permiso romano. El caso de Jesús demuestra esta limitación: aunque algunos querían matarlo directamente, al final debieron acudir al gobernador romano Poncio Pilato para obtener la autorización para crucificarlo.
Roma se enorgullecía de mantener el orden en sus provincias, por lo que reprimía duramente cualquier señal de rebelión. Los líderes judíos temían provocar represalias si surgía un levantamiento popular. En el Evangelio de Juan (11:48) se refleja este temor: las autoridades temían que la creciente popularidad de Jesús desencadenara disturbios que atrajeran la intervención militar de Roma. Por eso, Pilato, aunque consideraba inocente a Jesús, terminó cediendo ante la presión del pueblo y lo entregó para ser crucificado (Lucas 23:20–22). En tiempos de Jesús, Israel era una sociedad políticamente tensa y espiritualmente dividida, ansiosa por liberarse del dominio extranjero.
La ocupación romana llevaba más de una generación. La mayoría de los judíos del siglo I jamás había vivido en un Israel libre, pero muchos conservaban la esperanza mesiánica de que Dios enviaría pronto al Mesías para liberarlos del yugo romano. Sin embargo, cuando Jesús vino, dejó claro que su reino no era de este mundo (Juan 18:36). En lugar de rebelarse contra Roma, limpió el templo (Mateo 21:12–17), enseñó que el reino sería dado a otros (Mateo 21:33–22:14), exhortó a pagar impuestos al César (Mateo 22:15–22) y condenó la hipocresía de los líderes religiosos (Mateo 23). Además, predijo la destrucción del templo (Mateo 24:1–2). Su mensaje espiritual no coincidía con las expectativas políticas del pueblo, y muchos lo rechazaron.
Tras el rechazo de Cristo, surgieron otros líderes que afirmaban ser el Mesías prometido. Menos de cuarenta años después de la crucifixión, una gran rebelión judía estalló contra Roma. El resultado fue catastrófico: Jerusalén fue destruida y el templo arrasado. Este conflicto, conocido como la Primera Guerra Romano-Judía o la Gran Revuelta Judía (66–73 d.C.), fue una de las tragedias más terribles en la historia de Israel. Durante el asedio final, los romanos masacraron a miles de judíos y redujeron el templo a ruinas. Los últimos defensores se refugiaron en la fortaleza de Masada, donde, antes de ser capturados, casi mil combatientes se suicidaron colectivamente. El historiador Flavio Josefo relató estos hechos en su obra La guerra de los judíos. Con la derrota de los rebeldes, el dominio romano quedó restablecido en Judea.
Décadas después, entre los años 115 y 117 d.C., se produjeron nuevos levantamientos judíos en distintas regiones del Imperio, especialmente en Egipto, Chipre y Cirenaica. Aunque algunos los consideran la Segunda Guerra Judeo-Romana, otros los clasifican aparte, ya que no ocurrieron en Israel, sino en comunidades judías de la diáspora. Roma aplastó sin dificultad estas revueltas, provocando grandes matanzas y debilitando aún más a las comunidades judías del imperio.
La última gran rebelión fue la revuelta de Bar Kojba (132–135 d.C.), encabezada por Simón bar Kosiba, a quien sus seguidores llamaban Bar Kojba ("Hijo de la Estrella"), un título mesiánico tomado de Números 24:17. Durante un breve tiempo, los rebeldes expulsaron a las tropas romanas y establecieron un gobierno judío independiente. Muchos creyeron que Bar Kojba era el Mesías que restauraría el reino de Israel. Sin embargo, el emperador Adriano envió seis legiones con refuerzos para sofocar la revuelta. Después de intensas batallas, Roma destruyó completamente las ciudades rebeldes, mató a cientos de miles de judíos y prohibió su entrada en Jerusalén. Solo se les permitía visitar la ciudad una vez al año, durante el día de Tisha B’Av, para lamentar la destrucción del templo.
Tras esta última derrota, las guerras judeo-romanas llegaron a su fin. La nación judía fue disuelta oficialmente, y comenzó la gran diáspora: los judíos se dispersaron por todo el mundo, sin patria ni templo. Bar Kojba fue denunciado por los rabinos como un falso mesías, y con el tiempo muchos abandonaron la expectativa de un libertador político. Aproximadamente un siglo después de haber rechazado a Jesús, el judaísmo había renunciado a la esperanza de un Mesías personal que restaurara el reino de Israel.
Las guerras judeo-romanas cambiaron para siempre la historia del pueblo judío. Representaron no solo el fin del Estado independiente de Israel, sino también el comienzo de una era de dispersión, persecución y anhelo por el regreso a su tierra. A la vez, cumplieron las profecías de Jesús sobre la destrucción del templo y la dispersión del pueblo, marcando una de las etapas más trágicas y significativas de la historia bíblica y mundial.
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¿Qué fueron las guerras judeo-romanas?
