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Pregunta

¿Qué significa ser "más blanco que la nieve" (Salmo 51:7)?

Respuesta


Más blanco que la nieve, expresa figurativamente la condición de alguien que ha recibido el perdón de Dios, la purificación del pecado y la redención.

El rey David escribió el Salmo 51 durante el momento más oscuro de su vida, cuando tomó conciencia de haber cometido adulterio con Betsabé y asesinado a su esposo, Urías. En este cuarto "salmo penitencial", encontramos a David arrepentido y confesando sinceramente su pecado (Salmo 51:3-5). Creyendo que Dios es abundante en misericordia, David hace esta sincera súplica: "Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve" (Salmo 51:7, NBLA).

El hisopo era un pequeño arbusto que se utilizaba en la purificación ceremonial de los leprosos según la ley del Antiguo Testamento. Se mojaba en la sangre sacrificial de un animal y se rociaba siete veces sobre la persona que necesitaba purificación (Levítico 14:6-7). David se refirió al hisopo simbólicamente en el Salmo 51 para comunicar su anhelo de ser purificado del pecado. El perdón de Dios lo haría "más blanco que la nieve", en sentido espiritual.

David reconoció que había sido profundamente manchado por el pecado, comparándose a sí mismo con una prenda sucia que necesitaba ser lavada a fondo. Solo el remedio más potente podía limpiarlo. David incluso rastreó su iniquidad hasta su origen, la corrupción del pecado original: "Pues soy pecador de nacimiento, así es, desde el momento en que me concibió mi madre" (Salmo 51:5, NTV).

La oración de David se centró entonces en la restauración y la renovación. Era como si David pudiera oír el grito del corazón de Dios a través del profeta Isaías: "¡Lávense y queden limpios! Quiten sus pecados de mi vista. Abandonen sus caminos malvados" (Isaías 1:16, NTV). Así que David suplicó al Señor: "Lávame, y quedaré más blanco que la nieve", presagiando las palabras de Isaías: "Aunque sus pecados sean como la escarlata, yo los haré tan blancos como la nieve. Aunque sean rojos como el carmesí, yo los haré tan blancos como la lana" (Isaías 1:16-18, NTV).

La oración de David para ser lavado y hecho más blanco que la nieve prefiguraba "la mayor y más perfecta" apropiación de la gracia, el perdón y la salvación de Dios, disponibles a través del sacrificio de Jesucristo: "Entonces Cristo ahora ha llegado a ser el Sumo Sacerdote por sobre todas las cosas buenas que han venido. Él entró en ese tabernáculo superior y más perfecto que está en el cielo, el cual no fue hecho por manos humanas ni forma parte del mundo creado. Con su propia sangre—no con la sangre de cabras ni de becerros—entró en el Lugar Santísimo una sola vez y para siempre, y aseguró nuestra redención eterna. Bajo el sistema antiguo, la sangre de cabras y toros y las cenizas de una novilla podían limpiar el cuerpo de las personas que estaban ceremonialmente impuras. Imagínense cuánto más la sangre de Cristo nos purificará la conciencia de acciones pecaminosas para que adoremos al Dios viviente. Pues por el poder del Espíritu eterno, Cristo se ofreció a sí mismo a Dios como sacrificio perfecto por nuestros pecados" (Hebreos 9:11-14, NTV).

Podemos considerar que nuestras transgresiones son peores que las de David, pero no hay pecados que la sangre de Jesucristo no pueda limpiar. Saulo de Tarso, el perseguidor de los cristianos que se convirtió en el gran apóstol Pablo, recibió estas palabras de Ananías en su conversión: "Levántate y bautízate, y lava tus pecados invocando Su nombre" (Hechos 22:16, NBLA). El apóstol Juan afirmó: "Pero si andamos en la Luz, como Él está en la Luz, tenemos comunión los unos con los otros, y la sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado... Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:7-9).

Como todos los cristianos, tenemos defectos y debemos arrepentirnos y acercarnos al Señor en nuestros momentos más oscuros de fracaso, pidiendo a Cristo, "que nos ama y nos libertó de nuestros pecados con Su sangre" (Apocalipsis 1:5), que nos perdone y lave nuestras almas manchadas de culpa y las haga más blancas que la nieve (Hebreos 10:19-23).

El libro del Apocalipsis describe a un grupo de personas redimidas como aquellas que "han lavado sus vestiduras y las han emblanquecido en la sangre del Cordero" (Apocalipsis 7:14). Es a través del sacrificio de Cristo en la cruz —el derramamiento de Su sangre— que somos redimidos y rescatados del reino de la oscuridad y trasladados al reino de Dios (Colosenses 1:13, 20; Efesios 1:7). David, Pablo y Juan sin duda estarán entre los "miles y miles" que adoran alrededor del trono vestidos con túnicas lavadas más blancas que la nieve. Junto con ellos, nos uniremos al coro atronador: "El Cordero que fue inmolado es digno de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza. Y oí decir a toda cosa creada que está en el cielo, sobre la tierra, debajo de la tierra y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el dominio por los siglos de los siglos" (Apocalipsis 5:11-13).

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