Pregunta
¿Qué significa ser hijo de Dios?
Respuesta
El Nuevo Testamento utiliza varias veces la expresión hijos de Dios. Primera de Juan 3:10 explica lo que significa ser hijo de Dios: "En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios". Juan no se refiere aquí a los legalistas que trabajan rígidamente para ganarse el favor de Dios (Tito 3:5). Él está describiendo la vida de alguien que verdaderamente ha recibido a Jesucristo como Señor y Salvador. La vida de un hijo de Dios será radicalmente diferente de la vida de un incrédulo. Un hijo de Dios desea vivir de una manera que agrade al Padre celestial (1 Corintios 10:31), una vida caracterizada por el amor.
Muchas personas creen erróneamente que todo el mundo es hijo de Dios. Puesto que los seres humanos han sido creados a imagen de Dios (Génesis 1:27), ¿acaso no somos todos hijos Suyos? La Biblia dice que no. Todo ser humano ha sido diseñado por Dios y es amado por Él, pero solo podemos llegar a ser Sus hijos cuando somos adoptados por Él (Efesios 1:5; Romanos 8:15). A causa de nuestro pecado, vivimos bajo la tiranía de Satanás, el dios de este mundo (2 Corintios 4:4). Estamos esclavizados por el pecado y vivimos para seguir sus dictámenes (Juan 8:34; Romanos 6:16). La humanidad empapada de pecado no puede entrar en la presencia de un Dios santo. Nuestro pecado debe ser perdonado y nuestra naturaleza restaurada antes de que podamos tener comunión con Aquel a quien hemos ofendido (Salmo 51:7).
Segunda de Corintios 5:17 describe lo que sucede cuando nacemos de nuevo en la familia de Dios mediante la fe en Jesús: "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas" (NBLA). Jesús enseñó que llegar a ser hijos de Dios significa que debemos experimentar el nuevo nacimiento (Juan 3:3). Ser hijo de Dios significa que nuestra vieja naturaleza pecaminosa es reemplazada por una naturaleza que quiere agradar al Señor. Seguimos pecando (1 Juan 1:8), pero "abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo" (1 Juan 2:1). Ser hijo de Dios significa que nuestros pecados han sido pagados y que nuestra comunión con Dios ha sido restaurada.
Ser hijos de Dios significa que tenemos acceso al "trono de la gracia" a través de la oración, en cualquier momento y desde cualquier lugar; tenemos la promesa de que al acercarnos "recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna" (Hebreos 4:16, NBLA). El hijo de Dios confía en que su Padre suplirá todas sus necesidades "conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús" (Filipenses 4:19). Confía en que el "Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden" (Mateo 7:11, NBLA).
Un hijo de Dios tiene garantizada la eternidad en el cielo (Efesios 1:13-14; Juan 3:16-18). Jesús ya ha pagado la cuota de entrada para cada persona que confía en Su muerte y resurrección. Los hijos de Dios viven con la esperanza de ver a Jesús cara a cara, y por eso "se purifican a sí mismos, así como él es puro" (1 Juan 3:3). Un hijo de Dios está deseoso de hacer buenas obras (Tito 2:14), porque la fe que salva es una fe que nos cambia (Santiago 2:14, 26).
Un hijo de Dios ya no es un hijo del diablo y ya no juega en el patio trasero del diablo. Dios se empeña en transformar a Sus hijos mediante el poder del Espíritu Santo, y comienzan a tener un parecido familiar (Filipenses 2:12-15). Si no empezamos a parecernos a nuestro Padre Celestial en palabra, deseo y acción, lo más probable es que no seamos realmente Suyos (1 Juan 1:5-6; 2:3-4).
Los seres humanos fueron creados para vivir como hijos de Dios. El pecado arruinó ese propósito y rompió esa relación con Dios. Cristo nos restaura a esa relación original cuando nos arrepentimos del pecado y ponemos nuestra fe en Él. Dios llama a personas de toda época, región y condición de vida para que sean Sus hijos (Juan 6:44). Por toda la eternidad, los hijos e hijas de Dios le adorarán como uno solo, unidos como una familia de "todas las naciones, tribus, pueblos, y lenguas" (Apocalipsis 7:9, NBLA; 14:6). Un hijo de Dios vive para Él en la tierra y espera ansiosamente un futuro con Él en el cielo (Filipenses 1:21; Gálatas 2:20).
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