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Pregunta

¿Qué es el montanismo?

Respuesta


El montanismo recibe su nombre de Montano, un autoproclamado profeta que vivió en Asia Menor durante el siglo II d.C. También conocido como la herejía catafrigia o la Nueva Profecía, este movimiento afirmaba que el Espíritu Santo seguía revelando nuevas verdades a través de Montano y de dos mujeres profetisas, Priscila y Maximila, quienes lo acompañaban. Sus seguidores creían que Cristo regresaría pronto y que la Nueva Jerusalén descendería en un lugar de Frigia, cerca de Pepuza, el centro de la comunidad montanista.

Antes de unirse al cristianismo, Montano había sido sacerdote del culto pagano de Cibeles, una diosa adorada mediante rituales de éxtasis. Poco después de su conversión, comenzó a proclamar que el Espíritu Santo hablaba directamente por medio de él, lo que lo llevó a comportarse de forma frenética y a profetizar en estados de trance. El historiador eclesiástico Eusebio de Cesarea, escribiendo en el siglo III, relató: "En su ambición de liderazgo, Montano cayó en un estado de frenesí y comenzó a hablar como si fuera poseído, diciendo cosas extrañas y profetizando fuera del orden establecido desde el principio". Los líderes cristianos locales intentaron corregirlo y advertirle que sus palabras no reflejaban la verdadera inspiración divina, pero Montano insistió en que su voz era la del Espíritu de la Verdad prometido por Jesús en Juan 14:26.

Las supuestas revelaciones de Montano eran consideradas por sus seguidores tan inspiradas como las Escrituras, aunque con frecuencia resultaban incoherentes o confusas. Sus profecías estaban acompañadas de murmullos, cantos extáticos y frases sin sentido, que el grupo interpretaba como señales de estar "llenos del Espíritu". Los montanistas se veían a sí mismos como más espirituales y puros que el resto de los cristianos, afirmando haber recibido un bautismo especial del Espíritu Santo que los distinguía del resto de la Iglesia.

Montano y sus profetisas enseñaban un código moral extremadamente estricto. Promovían ayunos prolongados, rechazaban el matrimonio y prohibían que los viudos se volvieran a casar. También insistían en que los creyentes debían separarse completamente del mundo y buscar el martirio como la máxima expresión de fidelidad a Cristo. Según ellos, Dios había enviado una nueva oleada del Espíritu para purificar la Iglesia y prepararla para el inminente regreso de Jesús.

Los montanistas creían que su movimiento era la culminación de la historia de la salvación: el Padre había obrado en los tiempos antiguos, el Hijo en los Evangelios, y ahora el Espíritu Santo estaba actuando plenamente a través de Montano y sus profetisas. Esa idea de una revelación progresiva que superaba al cristianismo apostólico fue una de las principales razones por las que la Iglesia consideró al montanismo una herejía peligrosa.

Aproximadamente veinte años después de que comenzara el movimiento, hacia el año 177 d.C., varios sínodos locales en Asia Menor condenaron las enseñanzas de Montano, Priscila y Maximila. Sin embargo, el movimiento siguió ganando seguidores, y uno de sus defensores más destacados fue Tertuliano, un brillante teólogo de Cartago que abrazó las ideas montanistas alrededor del año 207. Tertuliano admiraba la devoción, el ascetismo y la valentía de los montanistas ante la persecución, y consideraba que su fervor contrastaba con la tibieza de muchos cristianos de su tiempo.

A pesar de ello, la mayoría de los líderes de la Iglesia reconocieron que el montanismo contradecía la enseñanza apostólica. El apóstol Pablo había enseñado que el fruto del Espíritu incluye el dominio propio (Gálatas 5:22-23), mientras que las supuestas profecías de Montano se caracterizaban por la pérdida del control y el desorden. Además, su insistencia en nuevas revelaciones que se consideraban iguales o superiores a la Biblia atentaba directamente contra la suficiencia de las Escrituras.

El movimiento persistió durante más de un siglo en algunas regiones, especialmente en Frigia y África del Norte, pero con el tiempo se desintegró. Aun así, dejó huellas en la historia de la Iglesia, pues su énfasis en las manifestaciones carismáticas y la búsqueda de experiencias extáticas reaparecería en otros movimientos a lo largo de los siglos.

En resumen, el montanismo fue un movimiento que, aunque comenzó con un deseo de renovación espiritual, terminó desviándose al colocar las emociones y las nuevas revelaciones por encima de la Palabra de Dios. Su historia sirve como recordatorio de que toda supuesta obra del Espíritu debe ser evaluada a la luz de las Escrituras, la única autoridad infalible para la fe y la vida cristiana.

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