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Pregunta

¿Qué dice la Biblia sobre el duelo?

Respuesta


El duelo es una profunda y fuerte emoción causada por la pérdida de alguien o algo muy querido. El duelo es parte de la vida y del amor. En nuestro mundo caído, las pérdidas son inevitables, como también el dolor. El dolor no es una emoción que hay que evitar, sino que hay que admitirla y afrontarla.

Por lo general, la muerte es la principal causa del duelo, aunque también podemos lamentarnos por cualquier tipo de pérdida. Eso puede incluir un sueño frustrado, el fracaso de una relación, un problema de salud, la muerte de una mascota o hasta la venta de la casa de la infancia. Muchas veces el dolor es más íntimo cuando está relacionado con cosas como la infertilidad, el embarazo no deseado, el aborto, la infidelidad de un cónyuge o incluso nuestro propio pecado. Las cosas por las que nos entristecemos pueden ser difíciles de expresar ante los demás, pero en muchos casos el compartir nuestras pérdidas y dejar que otra persona se lamente con nosotros es una buena solución (Romanos 12:15). La familia de Dios es fundamental en nuestras vidas y un instrumento clave por el cual Dios nos ministra (y nos usa para ministrar a otros). Obviamente, lo primero que debemos hacer cuando sentimos dolor es ir directamente a Dios, tanto en oración como en el estudio de Su Palabra. Dios puede usar el dolor para ayudarnos a conocerlo más, tanto cuando recibimos Su consuelo como cuando nuestro dolor nos lleva a apreciar más completamente el don de la vida y a comprender más profundamente la magnitud de los efectos del pecado en nuestro mundo. El dolor puede conectarnos con el corazón de Dios.

El Salmo 34:18 dice que "Cercano está el SEÑOR a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu". Dios comprende nuestro dolor y está dispuesto a estar con nosotros y a consolarnos con las promesas de su Palabra y con la "paz que sobrepasa todo entendimiento" (Filipenses 4:6-7). También incluyó ejemplos en Su Palabra de personas piadosas que sufrieron dolor. Pedro sintió dolor cuando Jesús le preguntó tres veces: "¿Me amas?" (Juan 21:17), y se entristeció al recordar cómo había traicionado a su mejor Amigo (Lucas 22:61-62). Pablo se lamentó por el pecado sin arrepentimiento en las iglesias que él amaba (2 Corintios 12:21). Jesús mismo fue un "varón de dolores, experimentado en quebranto" (Isaías 53:3). Nuestro Señor sufrió por la dureza del corazón de la gente al negarse a aceptarlo como Hijo de Dios (Marcos 3:5; Lucas 19:41). Cuando se acercaba Su crucifixión, Jesús estaba profundamente triste por la dura prueba que tenía que afrontar (Marcos 14:33-36).

Podemos entristecer al Espíritu Santo con nuestras acciones y actitudes (Efesios 4:30). Después de haber sido comprados con la sangre de Jesús, sellados para siempre como hijos de Dios, el Espíritu Santo toma la iniciativa de transformarnos en personas santas (2 Corintios 5:17; Romanos 8:29). Pero Él no nos obliga a ser robots. Tenemos la libertad de obedecerlo o no. Cuando nos comportamos de forma carnal, contristamos al Espíritu que vive en nosotros.

La muerte siempre es una temporada de dolor para los que quedan atrás. Sin embargo, Pablo escribe que los cristianos no lamentan la muerte de un hermano creyente de la misma manera que lo hacen los inconversos. En Primera de Tesalonicenses 4:13-14 se dice: "Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él". Pablo nos recuerda que tenemos que pensar en la muerte de un cristiano como un "sueño", porque es un estado temporal. Aunque nos duele que no vayamos a compartir más experiencias en la tierra con nuestros queridos cristianos fallecidos, también podemos esperar una eternidad con ellos.

La tristeza y la esperanza pueden convivir. La esperanza que tenemos en Cristo nos ayuda a seguir adelante a través del dolor. La eternidad para los creyentes no tendrá "muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor" (Apocalipsis 21:4), ya que Dios mismo enjuga toda lágrima de nuestros ojos (Apocalipsis 7:17). Las pérdidas sufridas en este mundo son reales, y nos afectan de varias maneras, a pesar de que no vivimos amargados ni deprimidos. Vivimos "en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió" (Tito 1:2). Nuestra experiencia actual dejará lugar a la infinita bondad de Dios y a nuestro gozo en Su presencia para siempre (ver Salmo 16:11; 21:6).

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