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Pregunta

¿Qué debemos aprender del relato de Sansón y Dalila?

Respuesta


La historia de Sansón y Dalila, registrada en el capítulo dieciséis del libro de los Jueces, ha sido el deleite de decenas de escritores, artistas y compositores durante cientos de años. Cuando Sansón se entretuvo con Dalila en el valle de Sorec, en la antigua Filistea, nunca imaginó que su oscura relación se proyectaría en las grandes pantallas de cine unos treinta siglos después.

Un rápido resumen de la historia de Sansón y Dalila comienza con el anuncio del nacimiento de Sansón por parte del ángel del Señor (Jueces 13:1-24). De hecho, Sansón es uno de los pocos personajes de las Escrituras cuyo nacimiento fue anunciado divinamente a sus padres (Jueces 13:3). Comparte este honor con Isaac, Juan el Bautista y Jesús. Sansón, cuyo nombre significa "rayo de sol", nació entre el 1045 y el 1000 a. C., durante un período oscuro de la historia de Israel. Esta nación se había apartado de Dios en siete ocasiones y ahora se encontraba bajo el yugo opresivo de los filisteos.

Sansón nació nazareo, lo que significa que estaba "separado" o "apartado" para Dios. Esto quería decir que no debía beber vino ni comer fruto de la vid. No podía acercarse ni tocar un cadáver, ni humano ni animal, ni cortarse el cabello. Aunque había sido apartado para un servicio especial a Dios (Jueces 13:5), Sansón ignoró su voto nazareo de devoción piadosa y confió en su propia fortaleza y habilidades más que en las de Dios. Aunque Dios le dio una fortaleza sobrenatural para comenzar la liberación del pueblo de Israel de los filisteos (Jueces 13:5), fue su debilidad por las mujeres filisteas lo que lo perdió (Jueces 14:1-3, 16:1-22). Su pasión por las mujeres era más importante para él que la voluntad expresa de Dios (Deuteronomio 7:3).

Durante su boda con una mujer filistea, Sansón fue engañado y humillado por su esposa y los invitados a la boda (Jueces 14:1-15). Enfadado, Sansón se vengó matando personalmente a mil hombres (Jueces 15:1-20). Pero, al final, fue su obsesión apasionada por Dalila lo que le llevó a revelarle el secreto de su fuerza. Dalila le cortó el cabello y, como resultado, fue capturado, cegado y obligado a moler grano para sus enemigos. Finalmente, mientras estaba en prisión, la fortaleza de Sansón regresó y murió mientras destruía el templo del dios filisteo Dagón, matando a miles de filisteos (Jueces 16:1-31).

Con el Espíritu de Dios sobre él (Jueces 13:25; 14:6, 19; 15:14), Sansón era un hombre poderoso con una fuerza sobrenatural. La historia revela que también era muy inteligente y tenía un sentido del humor inusual. Aunque tenía un potencial casi ilimitado para liberar a su pueblo de los filisteos, su historia termina en una tragedia innecesaria. No solo no logró liberar a su pueblo, sino que se suicidó. La desobediencia, la derrota, la deshonra y la destrucción fueron sus fatales compañeros. A pesar de tener el Espíritu del Señor sobre él, sus deseos sexuales de la carne controlaron su vida (1 Juan 2:16). Era valiente ante los hombres, pero débil cuando se trataba de mujeres (Proverbios 5:3; 6:32; Mateo 5:28).

Hay muchas lecciones valiosas que podemos aprender de la historia de Sansón y Dalila. Aunque nació con un potencial increíble, Sansón perdió su vida por culpa del pecado. La lección para nosotros es que, cuanto más nos dejamos influir por el encanto y el atractivo del pecado, más ciegos nos volvemos. Esta extraordinaria historia nos dice que Sansón estaba espiritualmente ciego mucho antes de que le sacaran los ojos (Jueces 16:21). Debemos aceptar la realidad de que el pecado puede penetrar profundamente en nuestras vidas. Debemos saber que el pecado tiene un impacto cegador y adormecedor sobre nosotros. De lo contrario, nos encontraremos atrapados por él, tal como le sucedió a Sansón.

Todo pecado, especialmente el pecado sexual, tiene sus propias consecuencias nefastas y, a veces, mortales. El pecado nos ata, luego nos ciega; luego, lenta e inexorablemente, nos desgasta (Jueces 16:21). En realidad, el pecado nos llevará más lejos de lo que pretendemos llegar. Nos retendrá más tiempo del que pretendemos quedarnos. Además, el pecado nos costará más de lo que pretendemos pagar. Debemos prestar atención a la severa advertencia: "Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él brotan los manantiales de la vida" (Proverbios 4:23, NBLA).

Aprendemos que Dios puede usar tanto a los malvados como a los justos para cumplir Su voluntad. También descubrimos que nuestra propia justicia o maldad no impedirán que Dios haga Su voluntad. Aunque Dios castiga las malas acciones, puede esperar para impartir el castigo.

Sansón también demuestra que era un hombre superficial y vengativo que se enfadaba cuando las cosas no salían como él quería. Lo más revelador son sus referencias a "tengo derecho a vengarme" (Jueces 15:3, 11). Esta era también la mentalidad de los filisteos (Jueces 15:10). Es sorprendentemente similar a la mentalidad del mundo actual y contraria a las enseñanzas de Cristo (Mateo 5:38).

Sin embargo, a pesar de todas las debilidades de Sansón, se volvió a Dios antes de morir (Jueces 16:28-30). Dios, en Su soberanía, utilizó a Sansón para cumplir Su propósito. En realidad, la muerte de Sansón contribuyó en gran medida a impedir las acciones opresivas de los filisteos. La destrucción del templo de Dagón por parte de Sansón fue un factor importante en su caída en Mizpa a manos de Samuel y los hijos de Israel unos 100 años más tarde (1 Samuel 7:7-14).

Quizás la mayor lección que aprendemos es que Dios prefiere perdonar antes que juzgar. En última instancia, Dios vio a Sansón como un hombre de fe. Esto se evidencia en el hecho de que figura entre los que están en el salón de la fe (Hebreos 11:32). Cuando leemos la lista de nombres que allí se registran, vemos que nadie en el "salón de la fe" era perfecto. Sansón era el hombre más fuerte que jamás haya existido, pero fue Dios quien le dio la fortaleza. Más importante aún, Sansón se dejó usar por Dios. De hecho, Dios podría haberlo usado sin convertirlo en el hombre más fuerte. Él está dispuesto a encontrarnos justo donde estamos ahora y llevarnos a donde Él quiere si se lo permitimos (Santiago 4:8).

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