Pregunta
¿Quién fue Hilario de Poitiers?
Respuesta
Hilario (315–367 d.C.) fue obispo de Poitiers, en la región de la Galia (actual oeste de Francia). Fue una voz ortodoxa destacada durante la controversia arriana.
Hilario nació en una familia pagana en Poitiers, pero se convirtió al cristianismo alrededor de los 35 años. Su crecimiento espiritual debió ser notable, ya que solo tres años después fue elegido obispo de su ciudad natal.
En el Concilio de Nicea (325 d.C.), el arrianismo fue firmemente rechazado, y el Credo Niceno afirmó que el Padre y el Hijo son de la misma sustancia: así como el Padre es divino, también lo es el Hijo. (Según el falso maestro Arrio, Jesús era "divino", pero no de la misma manera que el Padre.) Atanasio fue la voz principal y más persuasiva en Nicea en defensa de la postura ortodoxa frente al arrianismo.
Sin embargo, en los años posteriores al concilio, Arrio continuó teniendo seguidores. En el año 337, el emperador arriano Constancio II subió al poder y buscó establecer el arrianismo en todo el Imperio romano, incluso por la fuerza si fuera necesario. Convocó un concilio eclesiástico en Milán (355), con el propósito de imponer el arrianismo. Asistieron principalmente obispos simpatizantes de esa doctrina, y como resultado el concilio decretó el destierro de Atanasio.
Hilario de Poitiers fue uno de los obispos que defendió con valentía a Atanasio y la posición ortodoxa. Después del Concilio de Milán, Hilario organizó a los obispos de la Galia para oponerse al emperador y a los obispos arrianos. Como consecuencia, el emperador exilió a Hilario a Frigia, en Asia Menor (actual Turquía). Durante su exilio escribió su obra más importante, Sobre la Trinidad, el tratado sistemático más influyente sobre esta doctrina en su tiempo. En él aclaró puntos ambiguos del Credo de Nicea, lo que permitió que muchos grupos trinitarios y antiarrianos se unificaran en una comprensión más precisa de la fe cristiana.
Más tarde, Hilario fue autorizado a regresar a Poitiers, aunque no fue restituido oficialmente en su cargo como obispo. Continuó oponiéndose al arrianismo hasta su muerte, en el año 367.
El siguiente pasaje de Sobre la Trinidad, Libro IV, muestra la pasión de Hilario por la verdad:
"Con pleno conocimiento de los peligros y pasiones de este tiempo, me he atrevido a enfrentar esta salvaje y blasfema herejía que afirma que el Hijo de Dios es una criatura. Multitudes de iglesias, en casi todas las provincias del Imperio romano, ya han sido contagiadas por la plaga de esta doctrina mortal; el error, inculcado persistentemente y falsamente presentado como verdad, se ha arraigado en mentes que se imaginan leales a la fe. Sé cuán difícil es mover la voluntad hacia una retractación completa, cuando el celo por una causa equivocada se ve reforzado por el respaldo de la multitud y la aprobación general. Una multitud engañada solo puede ser confrontada con dificultad y peligro. Cuando la masa se ha desviado, aun sabiendo que está equivocada, le da vergüenza volver atrás. Reclama consideración por su número, y se atreve a exigir que su necedad sea tenida por sabiduría. Supone que su tamaño es prueba de la corrección de sus opiniones; y así, una falsedad ampliamente creída se atreve a presentarse como verdad establecida.
"Por mi parte, no solo ha sido el llamado de mi vocación—el deber de predicar diligentemente el evangelio que, como obispo, debo a la iglesia—lo que me ha impulsado. Mi deseo de escribir ha crecido al ver aumentar el número de los que están en peligro y cautivos de esta teoría herética. Encontré un gran gozo en la esperanza de que multitudes pudieran ser salvadas si llegaban a conocer los misterios de la fe verdadera en Dios y abandonaban los principios blasfemos de la necedad humana, si dejaban a los herejes y se entregaban a Dios; si rechazaban la trampa con la que el cazador atrapa a su presa y se elevaban libres y seguros, siguiendo a Cristo como su Guía, a los profetas como sus maestros, y a los apóstoles como sus consejeros, aceptando la fe perfecta y la salvación segura en la confesión del Padre y del Hijo. Así, obedeciendo las palabras del Señor: "El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió" (Juan 5:23), se dispondrían a honrar al Padre al rendir honor al Hijo".
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