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Pregunta

¿Qué significa que el juicio comienza por la casa de Dios (1 Pedro 4:17)?

Respuesta


El juicio es un tema recurrente a lo largo de toda la Biblia (ver Salmos 82:8). El plan de Dios incluye un juicio final sobre los malvados y todos los que rechazan el sacrificio de Jesucristo como pago por sus pecados (Mateo 10:15; Romanos 2:2; Hebreos 9:27; 10:26-27). Una lectura superficial de 1 Pedro 4:17 parece sugerir que los cristianos también pueden enfrentarse al juicio de Dios: "Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios. Y si comienza por nosotros primero, ¿cuál será el fin de los que no obedecen al evangelio de Dios?". ¿Es el "juicio" que comienza en la casa de Dios el mismo que el juicio de los malvados?

El contexto de 1 Pedro 4:17 explica más sobre el juicio que comienza en la casa de Dios. En este capítulo, Pedro exhorta a la iglesia —la casa de Dios— que se enfrentaba a la persecución, a perseverar. Los creyentes también luchaban por separarse de los antiguos pecados mundanos que una vez los habían esclavizado (versículos 1-4). Pedro les recuerda que los impíos enfrentarán el juicio de Dios (versículo 5), pero que los creyentes en Cristo deben mantenerse en un nivel más alto que el que tenían antes. Las "pruebas de fuego" que estaban enfrentando tenían como objetivo refinarlos como el oro (versículo 12).

Dios permite las dificultades y el sufrimiento en la vida de Su pueblo para purificarlo. Cuando somos perseguidos por causa de Cristo, participamos de Sus sufrimientos (1 Pedro 4:13-14). Y cuando compartimos Sus sufrimientos, lo conocemos un poco mejor (Filipenses 3:10). Pablo repite este tema en Romanos 8:17: "Y si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con Él". Parte del juicio de Dios sobre el pecado es el sufrimiento físico. Cuando Sus propios hijos experimentan tal sufrimiento, no es para nuestro mal, sino para hacernos más como Jesús. El "juicio" para los hijos de Dios puede considerarse disciplina (Hebreos 12:4-11). Está diseñado para purgar el pecado de nuestras vidas y enseñarnos la obediencia.

Un padre amoroso no disciplina a los niños de la calle, porque no son suyos. Un padre disciplina a sus propios hijos. Del mismo modo, la disciplina de nuestro Padre celestial comienza en Su propia casa, con Sus propios hijos, la iglesia. Él reserva para los malvados un juicio definitivo y final que Sus hijos nunca experimentarán (Romanos 8:1). Las Escrituras distinguen entre la disciplina purificadora de Dios hacia la iglesia y Su condenación definitiva de los malvados: "Pero cuando somos juzgados, el Señor nos disciplina para que no seamos condenados con el mundo" (1 Corintios 11:32).

En la era actual, Dios permite circunstancias dolorosas en la vida de los miembros de Su propia casa, no para condenarlos, sino para madurarlos, convencerlos y llevarlos al arrepentimiento (2 Corintios 7:10). A través del sufrimiento aprendemos la paciencia (Santiago 1:2-4). Este tipo de juicio tiene como objetivo animarnos a abandonar el egoísmo y acercarnos más a Él (Santiago 4:8). El juicio definitivo y final para los incrédulos será la separación eterna de Dios, de la vida y de todo lo que es bueno y hermoso (Mateo 8:11-12; Apocalipsis 21:8).

El juicio que comienza en la casa de Dios también incluye la disciplina eclesiástica. La disciplina eclesiástica no es para los incrédulos, sino para los creyentes: "Pues ¿por qué he de juzgar yo a los de afuera? ¿No juzgan ustedes a los que están dentro de la iglesia?" (1 Corintios 5:12). A los creyentes se les manda que se hagan responsables de otros seguidores de Cristo que puedan estar cayendo o encaminándose hacia el pecado (Santiago 5:20). Primera de Corintios 5:11-13 nos manda que evitemos la comunión con cualquiera que se diga hermano o hermana en Cristo, pero que insista en mantener un estilo de vida pecaminoso. Jesús establece el proceso para la disciplina de la iglesia en Mateo 18:15-17. Alguien que ha sido confrontado varias veces y advertido de que las decisiones que está tomando son contrarias a Dios, necesita arrepentirse. Si se niega a escuchar a la iglesia, debemos apartarnos de él con la esperanza de que esta medida drástica le lleve al arrepentimiento (ver 2 Corintios 2:7 y Gálatas 6:1). Como creyentes, debemos buscar la santidad y animarnos unos a otros a buscarla también (1 Pedro 1:15-16). Debemos juzgarnos a nosotros mismos como miembros de la familia de Dios (1 Corintios 11:31). De esta manera, el juicio comienza en la casa de Dios.

Habrá otro tipo de juicio para todos aquellos que han sido redimidos por el Hijo de Dios. 2 Corintios 5:10 dice: "Porque todos nosotros debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno sea recompensado por sus hechos estando en el cuerpo, de acuerdo con lo que hizo, sea bueno o sea malo" (cf. Romanos 14:10). Este juicio para los que están "en Cristo" no es para determinar el destino eterno, sino para dar recompensas por el servicio piadoso y la fidelidad (Mateo 16:27; Apocalipsis 22:12). Jesús nos mandó que atesoráramos tesoros en el cielo (Lucas 12:33). Este tesoro será revelado en el tribunal de Cristo. Este día glorioso será más como una ceremonia de entrega de premios que como un juicio, porque todos los presentes ya tienen asegurado su destino eterno desde que nacieron de nuevo (Juan 3:3). Jesús mismo nos dará coronas y tesoros para disfrutar por toda la eternidad según lo que hayamos hecho, con todo lo que Él nos ha confiado (Mateo 25:21).

El deseo de Dios es que Su pueblo aprenda a caminar en santidad y comunión con Él (Romanos 8:29). Como haría cualquier padre amoroso, Dios traerá consecuencias desagradables sobre Sus hijos por su rebelión. Él espera que aquellos a quienes ha redimido con la sangre de Su Hijo sean un ejemplo para el resto del mundo. Si la iglesia no busca la santidad, el mundo no ve la necesidad de cambiar su lealtad. Por lo tanto, el juicio comienza en la casa de Dios, con Sus propios hijos, ya que Él nos enseña a vivir como Jesús.

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