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Pregunta

¿Qué deberíamos aprender de la historia de Sadrac, Mesac y Abednego?

Respuesta


La increíble historia de Sadrac, Mesac y Abednego, tres jóvenes que desafían al poderoso rey Nabucodonosor y son arrojados a un horno de fuego, ha cautivado los corazones de niños y adultos por siglos. Registrado en el tercer capítulo de Daniel, la historia de Sadrac, Mesac y Abednego proporciona a los creyentes de hoy lecciones fuertes y duraderas.

Por su negativa a obedecer el decreto del rey de inclinarse ante el ídolo, se les presentaron tres cargos. No prestaron atención al rey y sus mandatos, no sirvieron a los dioses del rey, y se negaron a adorar la estatua de oro que el propio rey había erigido. La penalidad por sus acciones fue la muerte. Su respuesta al rey fue profunda:

"¡Oh Nabucodonosor, no necesitamos defendernos delante de ti! Si Dios al que servimos puede librarnos de un horno que quema con fuego, podría librarnos de tus manos, oh rey. Pero si no, te damos a entender, oh rey, que de todas maneras no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has erigido" (Daniel 3:15-18).

No podemos sino asombrarnos de su fe en el único Dios verdadero. Desde el principio, su respuesta en el momento de la prueba confirmó tres cosas: su firme convicción en el Dios de la Biblia, su confianza en el Dios que es quien dice ser y hará lo que dice, y su fe revelada por su dependencia del único que tenía el poder de librarlos del mal. Su reconocimiento de Dios por encima del rey más poderoso del mundo resultó en la revelación del supremo poder de Dios a los incrédulos. Su fe demuestra que Dios puede librarnos de nuestros propios problemas y pruebas.

Como creyentes, sabemos que Dios puede liberar. Sin embargo, también sabemos que no siempre lo hace. Romanos 5 nos dice que Dios puede permitir pruebas y dificultades en nuestras vidas para construir nuestro carácter, fortalecer nuestra fe, o por otras razones desconocidas para nosotros. Podemos no entender siempre el propósito de nuestras pruebas, pero Dios simplemente nos pide que confiemos en Él, incluso cuando no es fácil. Job, que soportó un dolor increíble, una agonía casi insuperable y sufrimiento, aún pudo decir: "Aunque él me mate, en él esperaré" (Job 13:15).

También sabemos que Dios no siempre garantiza que nunca suframos o experimentemos la muerte, pero promete estar siempre con nosotros. Debemos aprender que en tiempos de prueba y persecución, nuestra actitud debe reflejar la de estos tres jóvenes: "Pero si no, te damos a entender, oh rey, que de todas maneras no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has erigido" (Daniel 3:18). Sin duda alguna, estas son algunas de las palabras más valientes jamás pronunciadas.

Jesús mismo dijo, “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). Aunque Sadrac, Mesac y Abednego tuvieran que sufrir una muerte horrible y dolorosa en un horno ardiente, se negaron a abandonar a Dios y adorar a un ídolo. Tal fe ha sido vista innumerables veces a lo largo de los siglos por los creyentes que han sufrido el martirio por el Señor.

Nabucodonosor estaba asombrado de que el fuego no consumiera a Sadrac, Mesac y Abednego. Estaba aún más asombrado cuando vio no a tres, sino a una cuarta persona con ellos: "Mirad, yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego, y ningún daño tienen; y el aspecto del cuarto es semejante al Hijo de Dios" (Daniel 3:25). La clave aquí es que, cuando “andamos por fe” (2 Corintios 5:7), puede haber épocas de persecución ardiente, pero podemos estar seguros de que Él está con nosotros (Mateo 28:20). Él nos sostendrá (Salmo 55:22; Salmo 147:6). Él nos librará. Él nos salvará ... eternamente (Mateo 25:41, 46).

La lección principal de la historia de Sadrac, Mesac y Abednego es que, como cristianos, nunca podremos llevar el mundo a Cristo al ser como él. Como hicieron estos tres hombres, también deberíamos en revelar al mundo un poder superior, un propósito más grande y una moralidad superior a la del mundo en el que vivimos. Si somos puestos ante el horno de fuego, podemos revelar al Único que puede librarnos de él. Recordemos las poderosas, pero reconfortantes palabras del apóstol Pablo:

"Por tanto, no desmayamos; pero aunque nuestro hombre exterior se desgaste, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque nuestra leve tribulación, que es por un momento, nos obra un peso de gloria muy excelente y eterno; no miramos las cosas que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:16-18).

Nuestra esperanza al experimentar enfermedad, persecución o dolor reside en saber que esta vida no es el final, hay vida después de la muerte. Esa es Su promesa para todos aquellos que Lo aman y obedecen. Saber que tendremos vida eterna con Dios nos permite vivir por encima del dolor y sufrimiento que soportamos en esta vida (Juan 14:23).

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