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Pregunta

¿Cómo debemos vivir a la luz de las palabras de Dios: "Sean santos, porque Yo soy santo" (Levítico 19:2; 1 Pedro 1:16)?

Respuesta


Quizás mejor que cualquier otro capítulo de la Biblia, Levítico 19 explica lo que significaba para Israel vivir como una nación santa. A través de Moisés, Dios habló al pueblo diciendo: "Santos serán porque Yo, el Señor su Dios, soy santo" (Levítico 19:2). Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento enfatizan la importancia de cultivar la santidad personal en la vida de cada creyente: "sino que así como Aquel que los llamó es Santo, así también sean ustedes santos en toda su manera de vivir. Porque escrito está: "Sean santos, porque Yo soy santo" (1 Pedro 1:15-16).

En hebreo, las palabras traducidas como "santo" y "santidad" tienen que ver con estar "apartado", "separado", "diferente" o "dedicado". La pureza moral absoluta del carácter de Dios lo distingue, haciéndolo diferente de todas las demás criaturas vivientes. Sin embargo, Él llama a Su pueblo a ser santo como Él es santo. Los seres humanos suelen pensar que la santidad consiste en obedecer la ley de Dios. Sin embargo, para Dios, la santidad no es una mera acción o un conjunto de comportamientos. La santidad es su esencia. Dios es moral y éticamente perfecto por naturaleza. Entonces, ¿cómo podemos apartarnos para reflejar la santidad de Dios en nuestra forma de vivir?

La Biblia revela que la santidad del carácter de Dios es un modelo para la vida de los creyentes y nuestra comunión con los demás. Ambos pasajes (Levítico 19:2 y 1 Pedro 1:16) y los versículos que los rodean enfatizan que aquellos que desean imitar la santidad de Dios deben reflejar Su naturaleza santa en sus relaciones con otras personas y en su amor sincero por sus hermanos en la fe.

En Levítico 19:1-37, Dios aplica los Diez Mandamientos a diversos ámbitos de la vida, explicando con gran detalle a los israelitas cómo deben ser santos como Él es santo. Debían honrar a sus padres, guardar el día de reposo, no practicar la idolatría, adorar y ofrecer sacrificios adecuadamente según las instrucciones de Dios, proveer a los pobres, no robar, no engañar, no buscar venganza y no seguir las costumbres y rituales paganos. Los mandamientos continúan, cubriendo todos los aspectos de la vida espiritual, moral, familiar, laboral y comunitaria. Se incluye el mandato de "amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor" (Levítico 19:18).

Pedro también expone cómo podemos vivir a la luz del mandamiento de Dios, de ser santos como Él es santo. En primer lugar, dice que disciplinemos nuestra mente: "Por tanto, preparen su entendimiento para la acción. Sean sobrios en espíritu, pongan su esperanza completamente en la gracia que se les traerá en la revelación de Jesucristo" (1 Pedro 1:13, NTV). Debemos ejercer el dominio propio y permanecer alerta tanto mental como espiritualmente. Esta disciplina mental requiere un enfoque concentrado en confiar en el Señor para que nos lleve a nuestro destino final, donde experimentaremos la plenitud de la gracia de Dios en Jesucristo.

Pablo lo expresa así: "No es que ya lo haya alcanzado o que ya haya llegado a ser perfecto, sino que sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya alcanzado. Pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús" (Filipenses 3:12-14, NBLA). Si nos centramos solo en el corto plazo, en nuestra situación actual, corremos el riesgo de desviarnos del camino. Pero si vivimos con total confianza en que Jesucristo volverá para cumplir todo lo que comenzó en nosotros (Filipenses 1:6), habrá una diferencia significativa en nuestra forma de vivir.

"Vivan como hijos obedientes de Dios", dice Pedro, "no vuelvan atrás, a su vieja manera de vivir, con el fin de satisfacer sus propios deseos" (1 Pedro 1:14, NTV). Cuando no nos "[amoldamos] a los malos deseos" (NVI) que teníamos antes de conocer a Cristo, vivimos en respuesta a la santidad de Dios, adoptando Su comportamiento como nuestro modelo.

Este cambio de comportamiento comienza en nuestro interior, con nuestra actitud y nuestra mentalidad. Cuando nuestra vida interior, nuestro propósito y nuestro carácter se transforman a la imagen de Cristo, nuestro exterior y nuestro comportamiento cambian de forma natural. Este proceso es la obra de santificación del Espíritu Santo: "Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu" (2 Corintios 3:18).

Como parte de su enseñanza sobre cultivar la santidad, Pedro instruye a los creyentes diciendo "condúzcanse con temor durante el tiempo de su peregrinación" (1 Pedro 1:17). Vivir como peregrinos aquí en la tierra nos hace comprender que nuestra vida terrenal, con todos sus desafíos y luchas, es solo temporal. Incluso en nuestro dolor, podemos vivir con esperanza como ciudadanos de una realidad celestial futura. El temor reverente se refiere al asombro humilde y respetuoso hacia Dios, que nos motiva a vivir una vida obediente y santa.

Por último, Pedro indica que vivir a la luz de la santidad de Dios significa "amarse unos a otros como hermanos, con amor sincero. Ámense profundamente de todo corazón" (1 Pedro 1:22, NTV).

Los creyentes deben ser notablemente diferentes de los no creyentes y de su antiguo yo debido a su relación con Dios a través de Jesucristo. Su santa presencia en nuestras vidas produce en nosotros una obediencia amorosa a la Palabra de Dios, que en última instancia forma el carácter de Dios en nosotros. Si estamos apartados para el uso de Dios, separados de nuestra antigua forma de vida común, estamos siguiendo el mandato de Dios de "ser santos, porque yo soy santo".

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