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Pregunta

¿Qué significa que el sabio no se gloríe en su sabiduría (Jeremías 9:23)?

Respuesta


Los hebreos en los días de Jeremías eran muy parecidos a la gente de hoy. Tendían a confiar en su propia sabiduría, fuerza, riquezas y habilidades. Aunque estas cualidades y logros pueden ser buenos y deseables, fallarán en el día de la adversidad. Lo único que realmente importa—lo único que deberíamos buscar por encima de todo—es conocer a Dios mediante una relación íntima con Él. Por esta razón, Jeremías profetizó:

""No se gloríe el sabio de su sabiduría,

Ni se gloríe el poderoso de su poder,

Ni el rico se gloríe de su riqueza;

Pero si alguien se gloría, gloríese de esto:

De que me entiende y me conoce,

Pues Yo soy el Señor que hago misericordia,

Derecho y justicia en la tierra,

Porque en estas cosas me complazco", declara el Señor" (Jeremías 9:23-24, NBLA).

Jeremías escribió a un pueblo que estaba a punto de ser destruido por los babilonios. La devastación que venía, descrita gráficamente en Jeremías 9:17–22, era un juicio de Dios sobre los pecados de Judá (versículos 7–9). Muy pronto, el pueblo preguntaría: "¿Por qué está arruinado el país, desolado como un desierto sin que nadie pase por él?" (versículo 12, NBLA). Judá era tentada a ignorar las advertencias de destrucción y a gloriarse en su sabiduría, su poder militar y otras cosas, todas ellas poco confiables. El profeta les aconseja que confiar en uno mismo es un error; su salvación solo podía venir a través del conocimiento de Dios.

El verbo traducido como "gloriarse" en este pasaje significa "jactarse o alardear con palabras". El pueblo del pacto de Dios se jactaba de su sabiduría humana, su fuerza y sus riquezas. Pero ningún recurso humano los salvaría en el día del juicio. Probablemente también se jactaban de sus logros religiosos externos. Pero la verdadera circuncisión espiritual no había llegado a sus corazones (ver Jeremías 4:4 y 9:25–26). Si realmente hubieran llegado a conocer a Dios con un corazón sincero, habrían abrazado Sus caminos y defendido Sus estándares, ejerciendo amor fiel, justicia y rectitud. Eran como muchas personas religiosas hoy, que dependen de sacramentos, rituales piadosos y buenas obras, en lugar de rendir por completo sus corazones y sus vidas a Jesucristo.

En Filipenses 3:2–11, el apóstol Pablo da una advertencia similar contra la confianza en la carne. Así como el sabio del antiguo Israel se gloriaba en su propia sabiduría, algunas personas en la iglesia primitiva insistían en que uno "debía circuncidarse para ser salvo" (versículo 2, NTV). Pablo explicó que aquellos "que adoramos por medio del Espíritu de Dios somos los verdaderos circuncisos". Estos creyentes "no depositamos ninguna confianza en esfuerzos humanos", sino que "confiamos en lo que Cristo Jesús hizo" por nosotros (versículo 3, NTV).

Pablo, un hebreo de la tribu de Benjamín y fariseo altamente instruido, tenía buenas razones para gloriarse en su sabiduría humana y sus logros, quizá más que nadie (ver Filipenses 3:4–6). Pero, en cambio, Pablo testificó: "Pero todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo, y ser hallado en Él, no teniendo mi propia justicia derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe" (Filipenses 3:7–9, NBLA). Pablo no deseaba nada más que "conocer a Cristo y experimentar el gran poder que lo levantó de los muertos" (Filipenses 3:10, NTV).

Solo en Jesucristo tenía Pablo motivos para gloriarse o jactarse de su trabajo para Dios (Romanos 15:17). Les dijo a los gálatas: "En cuanto a mí, que nunca me jacte de otra cosa que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Debido a esa cruz, mi interés por este mundo fue crucificado y el interés del mundo por mí también ha muerto" (Gálatas 6:14, NTV). Citando Jeremías 9:23–24, Pablo exhortó a los corintios: "Si alguien quiere jactarse, que se jacte solamente del Señor" (1 Corintios 1:31, NTV; ver también 2 Corintios 10:17).

La jactancia proviene del orgullo. Queremos que otros sepan cuán inteligentes, ricos, poderosos, exitosos e independientes somos. El hombre que se gloría en su sabiduría dice: "Soy lo suficientemente sabio por mí mismo. No necesito a Dios". La Escritura advierte: "Nadie se engañe a sí mismo. Si alguien de ustedes se cree sabio según este mundo, hágase necio a fin de llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios" (1 Corintios 3:18–19, NBLA; ver también 1 Corintios 1:20; Jeremías 8:9).

A Dios no le agrada nuestra inteligencia, influencia o riqueza. Él se deleita en quienes se deleitan en el Señor (Salmo 37:4), que confían en el Señor con todo su corazón y no en su propia prudencia (Proverbios 3:5), que buscan primero Su reino (Mateo 6:33) y que le obedecen mostrando compasión amorosa, justicia y rectitud en el mundo (Jeremías 9:24).

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