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Pregunta

¿Cuál es la visión bíblica de la mortalidad?

Respuesta


La mortalidad es el estado de estar sujeto a la muerte. Desde el pecado de Adán y Eva en el Jardín del Edén, toda la vida terrenal quedó sujeta a la muerte (Génesis 2:16-17; Romanos 5:12). Ahora bien, "está decretado que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio" (Hebreos 9:27). La visión bíblica de la mortalidad es que forma parte inevitable de la maldición. La muerte que sobreviene es la paga del pecado (Romanos 6:23), pero la muerte no es el fin de nuestra existencia.

Todos los mortales mueren, y la muerte pone fin a la fase terrenal de la existencia. Pero según las Escrituras, cuando nuestros cuerpos mueren, nuestros espíritus son trasladados instantáneamente a otro lugar. Solo hay dos destinos posibles para nuestras almas después de morir físicamente: el cielo y el infierno. La historia de Jesús en Lucas 16:19-31 muestra claramente la diferencia entre esos destinos. Aquellos que conocen a Jesucristo como Señor y Salvador están, al morir, inmediatamente en un lugar de consuelo y descanso en la presencia de Dios hasta la resurrección de sus cuerpos (2 Corintios 5:8; 1 Corintios 15:16-21). Aquellos que rechazaron el sacrificio de Cristo por el pecado o confiaron en algo distinto a la gracia de Dios para salvarse (Efesios 2:8-9) entrarán, al morir, en un lugar de tormento comúnmente llamado infierno. En el juicio final, todos los que murieron en pecado serán arrojados para siempre al lago de fuego (Apocalipsis 21:8; Mateo 25:41).

El cristiano es consciente de su mortalidad y está en paz con ella. No hay que temer a la muerte. La muerte física simplemente nos conduce a la presencia de Cristo (Filipenses 1:23; Lucas 23:43). Debemos vivir en un estado de expectación preparada, invirtiendo nuestras vidas en lo que es eterno (Mateo 6:19-20). Daremos cuenta de lo que hicimos, con lo que se nos dio (2 Corintios 5:10). Dios quiere recompensar a Sus siervos fieles que invirtieron su tiempo, sus pasiones y sus recursos en Su obra (Mateo 5:12; Lucas 6:23, 35; 1 Corintios 3:14; 9:18). Para el cristiano, la mortalidad física solo supone un cambio de domicilio, ya que pasamos de la tienda al lugar de permanencia (ver 2 Pedro 1:13-14).

Para los incrédulos, sin embargo, la mortalidad abre la puerta a la peor parte de sus vidas. Los que rechazan, ignoran o sustituyen a Cristo por otra cosa ya han vivido sus "mejores vidas ahora". Independientemente de lo miserables que hayan sido sus vidas terrenales, se enfrentan a un sufrimiento mayor cuando el justo juicio de Dios caiga sobre los pecadores impenitentes (Marcos 9:44-49; Apocalipsis 14:10-11; Mateo 25:46). Según la Biblia, no hay segundas oportunidades después de la muerte. No hay purgatorio. Ni posibilidad de que los que aún están en la tierra puedan "orar para que vayan al cielo".

A algunas personas les aterroriza considerar su propia mortalidad, pero ignorarla no hará que sea menos una realidad. Las personas prudentes consideran su propia mortalidad y ajustan sus vidas de modo que estén preparadas para ella. "El prudente ve el mal y se esconde" (Proverbios 22:3). No sabemos cuántos días nos ha señalado Dios (Salmo 90:12; 139:16). A nadie se le garantiza una larga vida terrenal, ni se nos garantizan más oportunidades de arrepentirnos antes de morir (Hebreos 12:17). La visión bíblica de la mortalidad es que todos los seres humanos morirán físicamente, pero solo los que no están en Cristo morirán también espiritualmente.

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