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Pregunta

¿Qué se entiende por "insultos" en Efesios 4:31?

Respuesta


En la compleja red de la comunicación humana, las palabras son como cuerdas que pueden dañar o mejorar la calidad de nuestras relaciones con los demás. Por eso, el apóstol Pablo, en Efesios 4:31, menciona "insultos" (NBLA) como una de las cosas que los creyentes deben descartar. La razón por la que no deben salir de vuestra boca palabras maliciosas y destructivas es que hemos sido "[creados] en la justicia y santidad de la verdad" (versículo 24) y somos "miembros los unos de los otros" (versículo 25). Por lo tanto, solo debemos decir cosas que sean "[buenas] para edificación, según la necesidad del momento, para que [impartan] gracia a los que escuchan" (versículo 29, ESV).

"Insultar" es una expresión que proviene del griego blasphemia, una combinación de blapto (“herir”) y pheme ("palabra"). Estas dos palabras, juntas, se refieren a palabras que hieren, difaman o calumnian. Para comprender su significado completo, debemos contextualizarlo junto con los otros rasgos negativos de Efesios 4:31. La amargura, la ira, el enojo y el clamor provienen de una disposición hostil y divisiva impulsada por el orgullo y el egocentrismo. Los insultos son la expresión verbal de un corazón así, que vomita palabras que dañan la reputación, perpetúan falsedades y erosionan la unidad dentro del cuerpo de Cristo.

Proverbios 18:21 nos recuerda que la "muerte y vida están en poder de la lengua, y los que la aman comerán su fruto" (NBLA). Por lo tanto, nuestras palabras poseen la increíble capacidad de edificar o desanimar, de sanar o de dañar. El mal uso de la lengua abarca no solo formas evidentes de calumnia, sino también formas más sutiles, como el chisme, la maledicencia y la crítica injusta. En relación con estos asuntos, el apóstol Santiago advierte a los creyentes sobre las consecuencias del mal uso de la lengua: "no hablen mal los unos de los otros. El que habla mal de un hermano o juzga a su hermano, habla mal de la ley y juzga a la ley. Pero si tú juzgas a la ley, no eres cumplidor de la ley, sino juez de ella" (Santiago 4:11). Cuando nos comportamos así, contribuimos a crear un ambiente de desconfianza y desunión dentro del cuerpo de Cristo. Por lo tanto, tengamos cuidado de no envenenar el pozo de la comunión cristiana y obstaculizar la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas y en la iglesia local.

En Cristo, estamos llamados a dejar atrás al viejo hombre con sus inclinaciones pecaminosas y a revestirnos del nuevo hombre, renovado a imagen de Cristo: "Dejen de mentirse los unos a los otros, puesto que han desechado al viejo hombre con sus malos hábitos, y se han vestido del nuevo hombre, el cual se va renovando hacia un verdadero conocimiento, conforme a la imagen de Aquel que lo creó" (Colosenses 3:9-10, NBLA). Abandonar las malas palabras es comprometernos a una vida caracterizada por la gracia, el amor y la edificación (Colosenses 4:6; Efesios 4:32).

Abordar el tema de las malas palabras no es solo un ejercicio lingüístico. Al contrario, tiene profundas implicaciones para nuestras interacciones cotidianas. Como creyentes, somos embajadores de Cristo, llevando Su nombre y Su reputación al mundo (2 Corintios 5:20). Por lo tanto, nuestro lenguaje, tanto dentro como fuera de la iglesia, debe reflejar la condición de nuestras vidas redimidas.

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