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Pregunta

¿Qué dice la Biblia sobre la confrontación?

Respuesta


Confrontar es enfrentarse a alguien o a algo, especialmente en un desafío. En la vida es inevitable enfrentarse a algunas cosas. Nos enfrentamos a nuestros miedos para no permitir que nos dominen. Enfrentamos el error porque ignorarlo nos haría daño. Jesús tuvo varias confrontaciones con aquellos que se oponían a Él. También los apóstoles y profetas de Dios en la Biblia con frecuencia se vieron forzados a enfrentarse, ya que su mensaje molestaba a la gente.

La confrontación puede ser útil o dañina dependiendo de la situación, y la Biblia da ejemplos al respecto. La confrontación dañina está motivada por el orgullo, la codicia o algún otro deseo carnal. Aquellos que confrontan a otros con el fin de ganar ventaja o para parecer mejores están abusando del arte de la confrontación. Las guerras callejeras comienzan cuando un líder de una pandilla enfurecida se enfrenta a otro. Las guerras en las redes sociales comienzan cuando todos los que tienen acceso a un teclado utilizan esa plataforma para enfrentarse a cualquiera que no esté de acuerdo con ellos. No se gana nada con estos enfrentamientos ya que los motivos que los impulsan son egoístas. Muchas veces Jesús fue objeto de una confrontación nefasta mientras predicaba y enseñaba en Judea. Los principales sacerdotes, los saduceos y los fariseos estaban motivados por el orgullo, el miedo, el desconocimiento y el deseo de poder, y por eso se sentían ofendidos por lo que Él decía y hacía, y aprovechaban cualquier oportunidad para enfrentarse a Él. Su confrontación final terminó con Su crucifixión, el mayor crimen de la historia de la humanidad.

Por supuesto, no todas las confrontaciones son malas. Jesús también confrontó a los líderes judíos sobre su hipocresía y falso celo religioso (Mateo 3:7; 23:13). En dos ocasiones, expulsó a los ladrones y charlatanes del templo como un acto de confrontación justa (Juan 2:15). Pablo se enfrentó a Pedro cuando se enteró de que éste se comportaba hipócritamente con los creyentes gentiles (Gálatas 2:11-14). Esta fue una confrontación útil porque estaba motivada por el amor y la pasión por el bienestar de la iglesia. En el Antiguo Testamento, Dios envió al profeta Natán para confrontar a David sobre su pecado con Betsabé (2 Samuel 12:1-14). Esta confrontación dio como resultado el arrepentimiento y la restauración de David. La confrontación de Natán no fue egoísta pues su motivación fue el interés del otro.

La confrontación es una parte inevitable de la vida. Otras personas nos confrontarán cuando les hayamos hecho daño o cuando crean que estamos equivocados. Nos enfrentaremos a otras personas cuando nos ofendan o lastimen, y esto es saludable siempre y cuando nuestras motivaciones sean correctas. Cuando se usa la confrontación como una forma de menospreciar, condenar o vengarse de otro, está mal. Dios dice que Él es el que hace justicia, y se reserva el derecho de tratar a los infractores adecuadamente (Hebreos 10:30).

También es importante la forma en que nos enfrentamos a los demás. A veces los siervos del Señor tendrán que enfrentarse a los incrédulos. La Palabra de Dios nos da una guía en ese tipo de situaciones: "Que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad" (2 Timoteo 2:25). Observa que se especifica la manera (con mansedumbre), así como la motivación (que Dios conceda el arrepentimiento).

Evitar la confrontación puede parecer algo bueno, pero hay ocasiones en que es necesaria, y es un error evitarla. Si Jesús se hubiera negado a confrontar públicamente a los líderes judíos, éstos habrían continuado con sus engaños y prácticas gravosas. Si Pablo no se hubiera enfrentado a Pedro, el cristianismo podría haberse desviado en el siglo I y se habría disuelto en el legalismo o en una forma de judaísmo. Si Natán se hubiera negado a confrontar a David cuando el Señor lo envió, es posible que David nunca hubiera sido restaurado a la comunión con Dios y la nación de Israel hubiera sufrido. También nos perderíamos algunos de los grandes salmos, como el Salmo 51, el grito de arrepentimiento de David.

A las personas complacientes les resulta especialmente difícil enfrentarse al pecado de los demás porque temen las consecuencias. Negarse a la confrontación puede darles una paz temporal, pero podría ser a costa del bienestar de la otra persona. Si alguien está conduciendo hacia un precipicio, no pensamos dos veces en advertirle. Puede que incluso tengamos que enfrentarnos a su opinión de que la carretera no presenta problemas. No obstante, nosotros sabemos más, y a él le conviene saber lo que nosotros sabemos. Como cristianos, sabemos algo que el mundo necesita saber. Puede que algunos no aprecien nuestro mensaje. Algunos pueden enfadarse y ponerse a la defensiva cuando llamamos al pecado por su nombre correcto. Ahora bien, los cristianos están llamados a renunciar al error y a proclamar la verdad, incluso cuando los que nos escuchan se sientan confrontados. Cuando la confrontación está cubierta de amor y humildad, se puede conseguir algo bueno (ver 1 Corintios 13:1-13).

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