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Pregunta

¿Qué es la sabiduría divina?

Respuesta


Proverbios 16:16 dice, “Mejor es adquirir sabiduría que oro preciado; adquirir inteligencia vale más que la plata.” La Biblia nos insta con frecuencia a buscar la sabiduría por encima de todas las cosas (por ejemplo, Proverbios 4:7). Pero existen diferentes tipos de sabiduría. Primera de Corintios 3:19 dice, “Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para Dios.” Y el versículo 20 dice, “El Señor sabe que los razonamientos de los sabios no sirven para nada.” Obviamente, hay una diferencia entre la sabiduría divina y la sabiduría mundanal (ver Santiago 3:13-17).

La sabiduría divina, por supuesto, proviene de Dios y honra a Dios. La sabiduría divina comienza con el temor de Dios y resulta en una vida santa. La sabiduría mundanal, por otro lado, no se preocupa por honrar a Dios sino por complacerse a sí misma. Con la sabiduría mundana, podemos llegar a ser educados, astutos y tener "sentido común" que nos permite jugar el juego del mundo con éxito. La sabiduría divina nos permite prepararnos para la eternidad. Con la sabiduría divina, intercambiamos valores terrenales por valores bíblicos (1 Juan 2:15-16). Reconocemos que somos ciudadanos de otro reino y tomamos decisiones que reflejan esa lealtad (Filipenses 1:27; 3:20). Tener sabiduría divina significa que nos esforzamos por ver la vida desde la perspectiva de Dios y actuar en consecuencia.

El libro de Proverbios es parte de la Biblia conocido como literatura de sabiduría. Proverbios está lleno de instrucciones prácticas para la vida. Muchos proverbios contrastan al sabio con el tonto y advierten contra repetir acciones tontas (por ejemplo, Proverbios 3:35; 14:24; 15:7; 26:11). Todos cometemos errores, pero los sabios aprenden de sus errores y toman medidas para evitar repetirlos. El tonto puede cometer el mismo error una y otra vez y nunca aprender su lección.

La sabiduría divina puede parecer muy diferente de la sabiduría mundana. Jesús destacó estas diferencias en Su Sermón del Monte (Mateo 5—7). Por ejemplo, Él dijo, “Ustedes han oído que se dijo: ‘Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.’ Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo.” La sabiduría divina a menudo nos requiere hacer lo contrario a nuestras inclinaciones naturales. La sabiduría divina va en contra de la "sabiduría convencional" del día; no se enfoca en la autopreservación sino en el avance del reino de Dios. Sólo podemos vivir en sabiduría divina cuando estamos comprometidos a crucificar nuestra carne y vivir en el Espíritu (ver Gálatas 2:20; Efesios 5:16, 25).

La forma principal en que obtenemos sabiduría divina es aprendiendo la Palabra de Dios (Salmo 119:169). “La exposición de tu palabra da luz; imparte discernimiento a los sencillos” (Salmo 119:130). Nadie nace sabio; debemos adquirir sabiduría de Dios si queremos ser verdaderamente sabios: “Tus prescripciones son siempre mi meditación; me dan más sabiduría que mis enemigos. Tengo más discernimiento que todos mis maestros, porque medito en tus estatutos. Tengo más entendimiento que mis ancianos, porque obedezco tus preceptos” (Salmo 119:98–100).

Colosenses 3:16 dice, “Que habite en ustedes la palabra de Cristo con toda su riqueza: instrúyanse y aconséjense mutuamente con toda sabiduría; canten salmos, himnos y canciones espirituales con gratitud a Dios en el corazón.” La inmersión en la Palabra de Dios produce un corazón de adoración y agradecimiento. Ese corazón de adoración se convierte en terreno fértil para que las semillas de la sabiduría crezcan. Jesús oró al Padre: “Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17). Él quiere que sus seguidores sean apartados del mundo, tomando decisiones piadosas y viviendo vidas piadosas (1 Pedro 1:15). Sólo podemos hacerlo cuando Su Palabra vive en nosotros.

También podemos desarrollar la sabiduría divina al seleccionar cuidadosamente a aquellos con quienes pasamos la vida: “El que anda con sabios se hace sabio, pero el que se junta con tontos sale mal parado” (Proverbios 13:20). Pablo instruyó a los corintios a "imítame, tal como yo imito a Cristo" (1 Corintios 4:16; 11:1). Aquellos que desean sabiduría divina escogerán como sus héroes a aquellos que muestran sabiduría en sus vidas personales.

La Escritura nos dice que pidamos sabiduría divina: “Pero si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pida a Dios, quien da a todos generosamente sin menospreciar a nadie, y se la dará” (Santiago 1:5). Dios quiere que tengamos Su sabiduría. Se complace en dárnosla cuando nuestros corazones están dispuestos a recibirla. Sin embargo, Santiago continúa diciendo, “Pero pida con fe, sin dudar, porque quien duda es como las olas del mar, agitadas y llevadas por el viento. Quien es así no piense que va a recibir cosa alguna del Señor; es indeciso e inconstante en todo lo que hace” (versículos 6–8). Dios conoce la posición de nuestros corazones. Cuando estamos comprometidos a confiar en Él y obedecer Su Palabra, Él derrama Su sabiduría sobre nosotros (ver Jeremías 29:13). Pero si queremos mantener el derecho a desobedecer, somos de doble ánimo y es posible que no recibamos la sabiduría que pedimos.

Salomón recibió sabiduría divina cuando le pidió al Señor (2 Crónicas 1:10-11). Se le conocía por su gran sabiduría, sin embargo, en sus últimos años, se apartó del camino de la sabiduría que se le había dado. Desobedeció al Señor e incluso llegó a adorar ídolos (1 Reyes 11:1-11). Recibir sabiduría no aseguró que Salomón seguiría el camino de la sabiduría. Tristemente, intercambió su sabiduría divina por sabiduría mundana, y sufrió por ello. El resto de 1 Reyes 11 detalla la caída de Salomón a medida que el Señor le retiró su bendición a alguien que fue una vez grande.

“Pues si a la sabiduría clamas,

y al entendimiento das tu voz;

si la buscas como a plata,

y como a tesoros escondidos la procuras,

entonces entenderás el temor del Señor

y hallarás el conocimiento de Dios.

Porque el Señor da sabiduría,

y de su boca proviene el conocimiento y el discernimiento”

(Proverbios 2:3–6).

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