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Pregunta

¿Qué significa que no luchamos contra carne y sangre (Efesios 6:12)?

Respuesta


En Efesios 6:12, el apóstol Pablo presenta a los creyentes de Éfeso la realidad de la guerra espiritual en la vida cristiana: "Pues no luchamos contra enemigos de carne y hueso, sino contra gobernadores malignos y autoridades del mundo invisible, contra fuerzas poderosas de este mundo tenebroso y contra espíritus malignos de los lugares celestiales" (Efesios 6:12, NTV). Antes de hablar de la armadura que los cristianos deben llevar en combate y de sus armas de guerra, Pablo resalta que la batalla es espiritual, no física. No luchamos contra sangre y carne significa que no nos enfrentamos a un enemigo físico, sino a uno espiritual.

La guerra cristiana consiste en una estrategia espiritual que se libra con armas sobrenaturales contra un enemigo invisible. La oposición es real, pero no visible a simple vista. Bajo la superficie, se libra una batalla espiritual invisible. No libramos esta guerra con armas tangibles como pistolas y municiones, ni con defensas corporales como patadas y puñetazos, sino vistiendo diariamente toda la armadura de Dios, orando siempre, manteniéndonos firmes en la Palabra de Dios y permaneciendo alerta (Efesios 6:13-18).

Si no luchamos contra sangre y carne, ¿con quién luchamos y quiénes son nuestros enemigos espirituales? Pablo nombró a estos oponentes como el diablo y sus artimañas, los gobernantes, las autoridades y "los poderes de este mundo de tinieblas", y "las fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestes" (Efesios 6:10, 12). Su descripción parece indicar una jerarquía de seres malignos que cumplen las órdenes de Satanás para oponerse a la voluntad de Dios en la tierra.

El apóstol Pedro también advirtió a los creyentes que permanecieran vigilantes contra el diablo: "estén alerta. Su adversario, el diablo, anda al acecho como león rugiente, buscando a quien devorar. Pero resístanlo firmes en la fe" (1 Pedro 5:8-9).

No luchamos contra sangre y carne, significa que nuestros enemigos no son humanos, sino demoníacos. Muchos de los oyentes de Pablo en Éfeso habían incursionado anteriormente en el ocultismo (Hechos 19:18-20) y estaban familiarizados con el diablo y sus fuerzas malignas.

La Biblia llama al diablo, o Satanás, "el príncipe de este mundo" (Juan 12:31), el "príncipe de la potestad del aire" (Efesios 2:2), "el dios de este mundo" (2 Corintios 4:4) y "el acusador" de los creyentes (Apocalipsis 12:10). Este es nuestro verdadero enemigo.

Pablo dice que, en nuestra lucha contra este enemigo, debemos estar al tanto de sus tácticas (2 Corintios 2:11). Y en Efesios 6:11-12, Pablo menciona tres rasgos principales de las fuerzas espirituales de Satanás. Primero, son poderosas. Tienen autoridad para gobernar en el mundo. Segundo, son malvadas. Estos enemigos espirituales malvados utilizan su poder para causar destrucción. Están asociados con la oscuridad y no con la luz, con la maldad y no con el bien. Y, tercero, son astutos. Saben cómo tramar y elaborar estrategias. Son tan hábiles en el engaño que a veces se disfrazan de ángeles de luz (2 Corintios 11:14) o de lobos con piel de cordero (Mateo 7:15).

Entonces, ¿cómo podemos nosotros, con nuestra debilidad humana, esperar enfrentarnos a enemigos tan fuertes y astutos? La fuerza bruta no ganará la batalla. Humanamente hablando, la victoria es imposible. En nuestra lucha contra el diablo y sus fuerzas intrigantes, Pablo dice que debemos "fortalecernos en el Señor y en su poder" (Efesios 6:10). Nuestra tarea es apartarnos y dejar que Dios pelee la batalla por nosotros, y solo entonces tendremos la certeza de ganar.

Solo Dios puede fortalecernos, defendernos y librarnos del poder, la maldad y las artimañas del diablo (2 Timoteo 4:17-18). Nuestro enemigo puede ser fuerte, pero Dios es más fuerte (1 Juan 4:4). Dios pone a nuestra disposición el mismo poder que resucitó a Jesucristo de entre los muertos y lo sentó a la derecha de Dios en el cielo (Efesios 1:19-20). Nuestros enemigos son derrotados a través de la victoria de Cristo sobre ellos en la cruz (Colosenses 2:15).

Cuando David se enfrentó al gigante filisteo, reconoció que su lucha no era en última instancia contra sangre y carne. Goliat se burló de David y maldijo a su Dios, diciendo: "¿Acaso soy un perro, que vienes contra mí con palos? ... Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo" (1 Samuel 17:43-44). Pero David, confiando en la fuerza del Señor y en Su gran poder, respondió: "Tú vienes a mí con espada, lanza y jabalina, pero yo vengo a ti en el nombre del Señor de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has desafiado" (1 Samuel 17:45).

"Porque la batalla es del Señor", declaró David (1 Samuel 17:47), y así debemos hacer nosotros cuando nos involucramos en la guerra espiritual. Nuestra lucha no es contra sangre y carne. La victoria depende del Señor, no de nosotros.

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