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Pregunta

¿Qué ocurrió en el estanque de Betesda?

Respuesta


El estanque de Betesda estaba "en Jerusalén, junto a la puerta de las Ovejas" (Juan 5:2, NBLA), lo que lo sitúa al norte del templo, cerca del Fuerte Antonia. Juan añade el detalle de que el estanque estaba "rodeado por cinco pórticos cubiertos". En la época de Jesús, el estanque de Betesda se encontraba fuera de las murallas de la ciudad. Fue en este estanque donde Jesús realizó un milagro que demostró que Él es más grande que cualquier enfermedad humana y que la superstición y la tradición religiosa son sustitutos débiles y absurdos de la fe en Dios.

El estanque de Betesda se utilizaba en la antigüedad para abastecer de agua al templo. La mención del "estanque superior" en 2 Reyes 18:17 puede ser una referencia al estanque de Betesda. En algún momento durante el período hasmoneo, se añadió un estanque adicional al original.

El nombre del estanque, "Betesda", es arameo. Significa "casa de la misericordia". Juan nos dice que había allí "una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos" (Juan 5:3, NBLA). Las columnatas cubiertas proporcionaban sombra a los enfermos que se reunían allí, pero había otra razón para la popularidad del estanque de Betesda. Según la leyenda, un ángel descendía al estanque y "agitaba el agua". La primera persona que se metía en el estanque después de que se agitara el agua "quedaba curado de cualquier enfermedad que tuviera" (Juan 5:4, NBLA). La Biblia no enseña que esto sucediera realmente; Juan 5:4 no se incluye en la mayoría de las traducciones modernas porque es poco probable que sea original del texto; más bien, la creencia supersticiosa probablemente surgió debido a la asociación del estanque con el templo cercano.

El día que Jesús visitó el estanque de Betesda, había allí un hombre que "hacía treinta y ocho años que estaba enfermo" (Juan 5:5, NBLA). Jesús le preguntó al hombre si quería ser sanado. El hombre respondió: "no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando el agua es agitada; y mientras yo llego, otro baja antes que yo" (versículo 7). Obviamente, el hombre creía en la leyenda popular sobre el movimiento del agua. Él culpaba a su tardanza en entrar al agua por no haber sido sanado nunca.

Jesús desestimó toda superstición y pasó por alto por completo la necesidad de agua mágica con una sola orden: "Levántate, toma tu camilla y anda" (Juan 5:8, NBLA). El hombre fue curado al instante, y "tomó su camilla y comenzó a andar" (versículo 9). El hombre no necesitaba reflejos más rápidos, ángeles benévolos ni agua encantada. El hombre necesitaba a Jesús.

Sorprendentemente, no todos se alegraron por la sanidad milagrosa del hombre. El día en que Jesús sanó al hombre junto al estanque era día de reposo. Cuando el hombre salía de Betesda, los líderes judíos lo vieron cargando su camilla y lo detuvieron: "Es día de reposo", le dijeron. "no te es permitido cargar tu camilla" (Juan 5:10, NBLA). El hombre les respondió que simplemente estaba obedeciendo órdenes: "El mismo que me sanó, me dijo: Toma tu camilla y anda" (versículo 11). Los judíos preguntaron quién promovería tan descaradamente la transgresión de la ley, pero "el que había sido sanado no sabía quién era, porque Jesús, sin que se dieran cuenta, se había apartado de la multitud que estaba en aquel lugar" (versículo 13).

La reacción de los líderes judíos muestra que, por muchas pruebas que Dios proporcione, siempre habrá personas que se nieguen a ver la verdad. Jesús era un auténtico hacedor de milagros, pero los líderes religiosos no podían ver el milagro. Todo lo que veían era que alguien había violado una norma. La cuestión no era la violación del mandamiento de Dios, ya que Jesús cumplió la Ley y estaba completamente sujeto a ella (Mateo 5:17). Lo único que se había violado era una interpretación farisaica de una de las leyes de Dios. Así pues, una bendición destinada a aumentar la fe solo aumentó la ceguera de aquellos que se negaron a reconocerla.

El epílogo de la historia revela que el hombre que fue sanado físicamente aún necesitaba sanidad espiritual. "Después de esto Jesús lo halló en el templo y le dijo: Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te suceda algo peor" (Juan 5:14, NBLA). Las palabras de Jesús son una reprimenda por un pecado no mencionado —el hombre estaba viviendo de alguna manera en contra de la voluntad de Dios— y una advertencia de "algo peor". ¿Qué podría ser peor que treinta y ocho años de parálisis? ¿Qué tal una eternidad en el infierno (ver Marcos 9:47)?

Ahora que el hombre sabía quién era Jesús, regresó a los líderes judíos y les dijo que "Jesús era el que lo había sanado" (Juan 5:15, NBLA). Es probable que el hombre hiciera esto para alabar a Jesús, para magnificar la gloria que le corresponde a su nombre, y también por un sentido del deber: le habían hecho una pregunta y sentía que debía responderla, una vez que tenía la respuesta. Poco se imaginaba la reacción que tendrían los líderes: "A causa de esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en el día de reposo" (versículo 16).

El estanque de Betesda era el centro de una leyenda local sobre sanidad, pero Jesús demostró que la fe en las leyendas y las supersticiones está fuera de lugar. Por el contrario, la fe en Jesucristo, el Único que puede sanar con una simple palabra, el Salvador que puede perdonar cualquier pecado, el verdadero Maestro de la "Casa de Misericordia", nunca está fuera de lugar.

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