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Pregunta

¿Cuál es la causa de las divisiones de la iglesia? ¿Cómo se logra la sanidad después de una división en la iglesia?

Respuesta


Las divisiones en las iglesias son un hecho triste y muy común en el cuerpo de Cristo. Los efectos que produce una división en la iglesia, sin importar la causa, pueden ser devastadores. Las divisiones en las iglesias causan tristeza y desaliento a los creyentes maduros, desilusionan a los nuevos creyentes, causan estragos en las vidas de los pastores y sus familias, y desacreditan el nombre de Cristo. Sin embargo, hay esperanza; las iglesias que se dividen pueden experimentar sanidad y restauración.

Las iglesias son como los hospitales, llenas de heridos y enfermos, aunque en la iglesia la enfermedad es el pecado y las heridas son las que nos causamos a nosotros mismos y a los demás a causa del pecado. Un pecado que causa múltiples problemas es la falta de perdón. Ningún cristiano es perfecto, y ningún pastor, anciano o diácono es perfecto. Cuando todas estas personas imperfectas se juntan, son inevitables los desacuerdos, las heridas y los malentendidos. Si las expectativas que tenemos de los demás son demasiado altas, es inevitable la decepción y puede causar sentimientos más profundos de dolor y resentimiento. Nuestra respuesta a los demás debe ser el perdonarnos unos a otros con bondad y compasión (Efesios 4:32; Colosenses 3:13) y en el amor cristiano, que cubre una multitud de pecados, acompañado de un mayor compromiso para servirnos mutuamente (1 Pedro 4:8-11). Una vez que nos comprometemos a perdonarnos, amarnos y servirnos mutuamente, veremos las diferencias de los demás desde una nueva perspectiva. Pero si reaccionamos a las diferencias de opinión, en particular las relacionadas con temas poco importantes, tomando partido y chismorreando, la brecha aumentará, se hará más daño a los integrantes de la iglesia y nuestro mensaje al mundo estará aún más debilitado.

La división en una iglesia puede ocurrir cuando alguien busca manipular a las personas y/o eventos para sus propios fines. Puede ser que haya orgullo en el cumplimiento de las reglas, y aquellos que no las cumplen son maltratados. Puede ser que se haga énfasis en una interpretación de una doctrina no esencial y poco clara y que se utilice como medida para saber quién está incluido y quién está excluido. O puede ser que alguien quiera arrebatar el liderazgo al pastor o a los ancianos y reúna a un grupo de personas para lograr ese fin. Lamentablemente, la diferencia de opinión con respecto a la música y el estilo de adoración es también una causa frecuente de división en la iglesia. Las excusas para el conflicto son muchas, pero todas se derivan de la misma causa: el orgullo y el egoísmo. Santiago 4:1-3 dice, "¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites".

También hay que tener en cuenta que no todos los que se sientan en la iglesia semana tras semana son verdaderamente cristianos. No todos los que pronuncian el nombre de Cristo le pertenecen, lo cual se aclara en Mateo 7:16-23. Podemos identificar tanto lo verdadero como lo falso por los frutos que producen. Los verdaderos cristianos muestran el fruto del Espíritu que mora en ellos (Gálatas 5:22-23), mientras que la cizaña entre el trigo siembra discordia y disensión.

Debemos estar alerta con aquellos que el enemigo coloca en medio nuestro, ejercitando tanto la sabiduría como el discernimiento, utilizando la disciplina de la iglesia cuando sea necesario (Mateo 18:15-20) y hablando la verdad con amor en todas las cosas (Mateo 10:16; Efesios 4:15).

En última instancia, cada iglesia local está compuesta por individuos, y la forma en que ellos viven afecta el funcionamiento de la iglesia. Pablo amonesta a la iglesia de Roma para que se comporte decentemente, "no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia" (Romanos 13:13). Los miembros de la iglesia están influenciados diariamente por una cultura inmoral, y una hora a la semana en la iglesia resulta totalmente insuficiente para contrarrestar la influencia de la cultura. La transformación del corazón se logra por la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas. Corresponde a cada creyente seguir diligentemente a Cristo y hacer la obra del crecimiento espiritual mediante la lectura y el estudio regular de la Biblia, pasando tiempo con Dios en oración y en comunión con otros creyentes más allá del simple hecho de sentarse juntos en un servicio de iglesia los domingos por la mañana (Filipenses 2:12-13). Asistir a la iglesia es esencial, pero vivir la vida cristiana es mucho más que simplemente ir a la iglesia cada semana. El estándar del mundo es el de la autopromoción, la autoestima y la adoración a sí mismo, dando importancia a los demás sólo en la medida en que estén dispuestos a idolatrarnos de la misma manera que nos idolatramos a nosotros mismos. Esta actitud siempre lleva a la "disensión y los celos", los resultados naturales de la adoración del dios de sí mismo. La cura se encuentra en Tito 2:11-13: "Porque la gracia de Dios que trae la salvación ha aparecido a todos los hombres. Nos enseña a decir 'No' a la impiedad y a las pasiones mundanas, y a vivir vidas autocontroladas, rectas y piadosas en esta época, mientras esperamos la bendita esperanza: la gloriosa aparición de nuestro gran Dios y Salvador, Jesucristo". La gracia de Dios, derramada sobre aquellos que le pertenecen por la fe en Cristo, nos permite negar las pasiones del mundo, dejar de lado la inmoralidad y vivir en la humildad piadosa hacia los demás: "Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo" (Filipenses 2:3).

Las divisiones de la iglesia se sanan a través del arrepentimiento y la humildad. Si hay un desacuerdo, lo mejor sería que ambas partes se arrepintieran de todo lo que se haya dicho o hecho sin amor durante el desacuerdo. El arrepentimiento incluye buscar el perdón por parte de la parte ofendida debido al comportamiento de la otra persona. Con humildad, cada uno debe aceptar la disculpa del otro, comprometiéndose a seguir adelante en los vínculos del amor cristiano.

Hay un caso particular en el que sería apropiado dejar el grupo. Si el liderazgo de una iglesia abandona las posturas bíblicas en temas clave como la deidad de Jesucristo, el nacimiento virginal, Dios como Creador, la inspiración y la autoridad de las Escrituras, u otras doctrinas fundamentales, entonces es apropiado (y quizás obligatorio) dejar ese grupo.

Hay muchas causas de división en la iglesia, pero en última instancia, la razón principal de la división de la iglesia es que algunos han dejado de mirar a Jesucristo y han empezado a usar la organización de la iglesia para sus propios fines. La iglesia debe ser más un organismo (vivo) que una organización. El apóstol Pablo usa la analogía del cuerpo para describir la iglesia. En 1 Corintios 12 y Romanos 12, llama a la iglesia el cuerpo de Cristo. Debemos ser el cuerpo que hace la voluntad de la cabeza, Jesucristo. Si todos los miembros del cuerpo se centran en hacer la voluntad de Dios y en adorar a Jesucristo con amor y humildad, entonces puede haber desacuerdo, pero el desacuerdo se resolverá de una manera amorosa y apropiada.

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