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Pregunta

¿Cuál es la diferencia entre envidia y celos, bíblicamente hablando?

Respuesta


Tanto la envidia como los celos aparecen en la Biblia como pecados que debemos evitar, junto con la avaricia, la calumnia y la ira (2 Corintios 12:20; Gálatas 5:20–21; Marcos 7:21–23). Aunque son similares y a menudo se experimentan juntos, la envidia y los celos no son exactamente sinónimos.

En algunos contextos, ambos términos son intercambiables porque están relacionados con la codicia. La misma palabra traducida como "envidioso" en Mateo 20:15, en algunas versiones se traduce como "celoso" en otras. Cuando deseamos algo que pertenece a otra persona, podemos ser descritos como "envidiosos" o "celosos". Por ejemplo, decir "envidio la nueva cerca de mi vecino" es lo mismo que decir "tengo celos de la nueva cerca de mi vecino".

La diferencia entre envidia y celos, sin embargo, es muy sutil. La envidia siempre tiene un enfoque externo: deseamos un objeto, una persona o un atributo que pertenece a otra persona y nos sentimos descontentos o resentidos por no tenerlo. En cambio, los celos suelen aparecer en un contexto más restringido, especialmente cuando se trata de proteger lo que ya tenemos, como ocurre en las relaciones románticas (Proverbios 6:34). Puedes envidiar a otra persona por su pareja, pero si alguien coquetea con tu propia pareja, lo que sientes son celos, no envidia. De hecho, "celos" puede tener el sentido de "vigilancia celosa".

Un ejemplo bíblico de envidia se encuentra en 1 Reyes 21:1–16, cuando el rey Acab codició la viña de su vecino Nabot. Llamemos al pecado de Acab envidia o celos, el resultado fue el mismo: Nabot fue asesinado y Acab tuvo que rendir cuentas (versículos 17–19).

El décimo mandamiento aborda tanto la envidia como los celos al prohibir la codicia (Éxodo 20:17). En contraste, 1 Timoteo 6:6 dice que "la piedad, en efecto, es un medio de gran ganancia cuando va acompañada de contentamiento". La envidia y los celos son enemigos del contentamiento, porque no podemos vivir agradecidos cuando nuestra atención está en lo que no tenemos.

Una diferencia bíblica importante es que, en determinadas circunstancias, los celos pueden ser positivos, mientras que la envidia nunca lo es. Este tipo de celos, definido como "vigilancia celosa", es el sentimiento de descontento o enojo cuando algo que nos pertenece legítimamente está siendo amenazado. La novia en Cantar de los Cantares 8:6 lo describe así: "Porque fuerte como la muerte es el amor, inexorables como el Seol, los celos; sus destellos, son destellos de fuego, la llama misma del Señor". Pablo también expresó este tipo de celos cuando escribió: "Porque celoso estoy de ustedes con celo de Dios; pues los desposé a un esposo para presentarlos como virgen pura a Cristo" (2 Corintios 11:2). Pablo vio cómo los creyentes de Corinto se apartaban de su devoción a Cristo, y, así como un esposo amoroso protege el afecto de su esposa, Pablo guardaba celosamente los corazones de sus hijos espirituales. La Biblia incluso describe a Dios como un Dios celoso del amor de Sus hijos (Salmo 78:58; Zacarías 8:2).

La envidia y los celos, cuando se entienden como sinónimos, son pecados. El Salmo 73:1–3 nos recuerda los peligros de envidiar a los malvados. Hechos 7:9 identifica los celos como la causa fundamental del maltrato que los hijos de Jacob dieron a su hermano José. Cuando deseamos lo que Dios no nos ha dado, nuestro corazón se endurece hacia Él. La envidia o los celos pueden cegarnos a la verdad y hacernos creer la mentira—como Eva—de que Dios nos está ocultando algo (Génesis 3). La envidia desenfrenada puede llevarnos a alejarnos de Dios para satisfacer nuestros deseos a nuestra manera. Los celos incontrolados pueden producir amargura hacia quienes Dios nos ha llamado a amar (Juan 13:34; 1 Pedro 1:22; Hebreos 12:15). Tanto la envidia como los celos son peligrosos para nuestro bienestar espiritual y para nuestra eficacia en el reino de Dios (Juan 15:1–8).

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