Pregunta
¿Por qué debemos confesar nuestros pecados unos a otros (Santiago 5:16)?
Respuesta
La epístola de Santiago destaca el poder de la oración en la vida de los creyentes. También nos recuerda que, aunque conozcamos y amemos de verdad al Señor, seguimos pecando. Mientras permanezcamos en estos cuerpos terrenales, seguiremos luchando contra el pecado. En el cuerpo de Cristo, a veces pecamos contra nuestros hermanos y hermanas en el Señor. Santiago 5:16 nos dice lo que debemos hacer cuando pecamos unos contra otros: "Por tanto, confiésense sus pecados unos a otros, y oren unos por otros para que sean sanados. La oración eficaz del justo puede lograr mucho" (Santiago 5:16, NBLA).
La palabra confesar significa "estar de acuerdo", "admitir" o "decir lo mismo". Confesarse es decir lo mismo que Dios sobre el pecado o tener la misma opinión sobre el pecado que tiene Dios. Implica identificar el pecado por lo que realmente es, reconocer honestamente las ofensas que hemos cometido. La confesión también debe incluir una actitud de apartarse del pecado.
Santiago instruye a los creyentes que luchan contra el pecado para que busquen hermanos y hermanas fieles y de confianza en Cristo que intercedan por ellos en su batalla contra el pecado. No está sugiriendo que confesemos nuestros pecados a la ligera a cualquiera, sino a creyentes maduros que nos proporcionen apoyo espiritual y práctico. Por supuesto, también debemos confesar nuestros pecados a aquellos contra los que hemos pecado, mientras buscamos el perdón y la restauración.
Confesar nuestros pecados unos a otros en el cuerpo de Cristo puede romper el poder del pecado secreto. Encubrir el pecado no tiene ningún beneficio, sino que produce consecuencias negativas: "Mientras me negué a confesar mi pecado, mi cuerpo se consumió, y gemía todo el día. Día y noche tu mano de disciplina pesaba sobre mí; mi fuerza se evaporó como agua al calor del verano. Finalmente te confesé todos mis pecados y ya no intenté ocultar mi culpa. Me dije: "Le confesaré mis rebeliones al Señor",¡y tú me perdonaste! Toda mi culpa desapareció" (Salmo 32:3-5, NTV). La confesión de un pecado secreto debe hacerse con discreción. Según la situación, puede que no sea necesario gritar el pecado a los cuatro vientos. La confesión supone escoger personas de confianza sabias y dignas de confianza que manejen la verdad correctamente.
Como pueblo regenerado de Dios, debemos vivir a la luz de la verdad: "porque antes ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor; anden como hijos de luz. Porque el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad" (Efesios 5:8-9, NBLA). Los comportamientos secretos y los pecados ocultos no deben existir en la comunión de los creyentes cristianos: "Así que dejen de decir mentiras. Digamos siempre la verdad a todos porque nosotros somos miembros de un mismo cuerpo" (Efesios 4:25, NTV). Para vivir como hijos de la luz, debemos ser sinceros con nosotros mismos y con los demás sobre quiénes somos, incluidos nuestros defectos, fracasos y luchas contra el pecado.
Además de convertirnos en hipócritas ante el mundo, el pecado oculto rompe nuestra comunión con Dios y nos mantiene aislados de los demás. La confesión, por otra parte, trae la misericordia de Dios, el perdón, la liberación de la culpa, fortaleza a través de la comunión y una multitud de bendiciones de Dios (Proverbios 28:13; Salmo 32:2; 1 Juan 1:8-10).
La confesión, aunque es una parte esencial de la vida cristiana, no requiere un sacerdote ni ningún otro mediador humano designado por la Iglesia. Solo hay Uno que puede absolvernos del pecado, y ese es Dios (ver el Salmo 130); solo hay un Mediador entre nosotros y Dios, y ese es Jesucristo (1 Timoteo 2:5). Confesamos nuestros pecados unos a otros para pedir oración, exhortación y fortaleza en nuestro camino.
En su comentario Opening Up James, Roger Ellsworth aclara aún más por qué debemos confesar nuestros pecados unos a otros: "La confesión debe ser siempre tan amplia como el pecado. Si hemos pecado en secreto, deberíamos confesárselo a Dios. Si hemos pecado contra otra persona, debemos confesarlo a Dios y a la persona a la que hemos agraviado. Y si hemos pecado públicamente, debemos confesarlo a Dios y en público" (Day One Publications, 2009, p. 162).
La confesión privada a Dios es necesaria porque nos limpia y restaura nuestra comunión con Él (1 Juan 1:9). Del mismo modo, cuando buscamos la reconciliación sincera con una persona a la que hemos agraviado, recuperamos la relación tanto con Dios como con la otra persona: "Por lo tanto, si presentas una ofrenda en el altar del templo y de pronto recuerdas que alguien tiene algo contra ti, deja la ofrenda allí en el altar. Anda y reconcíliate con esa persona. Luego ven y presenta tu ofrenda a Dios" (Mateo 5:23-24, NTV). Y como exhorta Santiago, si hemos pecado contra la Iglesia, debemos confesarlo públicamente. La confesión pública de los pecados se ve también en Hechos 19:18: "También muchos de los que habían creído continuaban viniendo, confesando y declarando las cosas que practicaban".
¿Por qué confesamos nuestros pecados unos a otros? Porque una relación continua de confesión y perdón entre hermanos y hermanas en Cristo cultiva la honestidad y la pureza, y refleja la unidad que la Iglesia debe representar: "Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo" (Efesios 4:32, NBLA).
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¿Por qué debemos confesar nuestros pecados unos a otros (Santiago 5:16)?
