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Pregunta

¿Qué es la ceguera espiritual?

Respuesta


Estar espiritualmente ciego es no ver a Cristo, y no ver a Cristo es no ver a Dios (Colosenses 1:15–16; 2 Corintios 4:6). La ceguera espiritual es una condición grave que experimentan aquellos que no creen en Dios, en Jesucristo y en Su Palabra (Romanos 2:8; 2 Tesalonicenses 2:12). Los que rechazan a Cristo son los perdidos (Juan 6:68–69). Siendo espiritualmente ciegos, están pereciendo (2 Corintios 4:3–4; Apocalipsis 3:17). Eligen no aceptar las enseñanzas de Cristo ni Su autoridad en sus vidas (Mateo 28:18). Son ciegos a las manifestaciones de Dios reveladas a través de Su Palabra y de Jesucristo (Juan 1:1; Hechos 28:26–27). Se les describe como aquellos que "no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque son cosas que se disciernen espiritualmente" (1 Corintios 2:14).

Pedro habló de tales personas como "burladores [que vendrán en los últimos días] con su sarcasmo, siguiendo sus propias pasiones" (2 Pedro 3:3; ver también Proverbios 21:24; Judas 1:18). Aquellos que rechazan a Cristo y Su Palabra son espiritualmente ciegos y no pueden entender la verdad de las Escrituras. La verdad les parece locura (Isaías 37:23; 1 Corintios 1:18). La Biblia describe a los que niegan a Dios como necios (Salmo 14:1; Mateo 7:26). Debido a su ceguera y rechazo de Dios y de Su Palabra, se encuentran en una condición peligrosa y sin salvación (Juan 12:48; Hebreos 2:2–4).

Los ciegos espirituales son incapaces de entender la Palabra de Dios (Mateo 13:13; Deuteronomio 29:4). Jesús dijo: "Si ustedes me aman, guardarán Mis mandamientos. Entonces Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Consolador para que esté con ustedes para siempre; es decir, el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque ni lo ve ni lo conoce, pero ustedes sí lo conocen porque mora con ustedes y estará en ustedes" (Juan 14:15–17). Pablo repitió esta enseñanza cuando dijo a los creyentes de Roma: "Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Sin embargo, ustedes no están en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en ustedes. Pero si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él" (Romanos 8:8–9). Los que están fuera de Cristo no son de Dios porque sus vidas están dominadas por las cosas del mundo; sus ojos están ciegos al Espíritu de Dios. El apóstol Juan escribió: "Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo" (1 Juan 2:15–16).

La causa de la ceguera espiritual está claramente indicada en la Escritura: "En los cuales el dios de este mundo ha cegado el entendimiento de los incrédulos, para que no vean el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios" (2 Corintios 4:4). Pablo se refiere a Satanás como "el dios de este mundo". Extremadamente malvado (Juan 8:44), Satanás destruye la carne (1 Corintios 5:5), se disfraza como ángel de luz (2 Corintios 11:14) y es la fuente de todas las tentaciones (Lucas 4:2; Hebreos 4:15; 1 Corintios 7:5). Se deleita en engañar y atrapar a los incrédulos (2 Corintios 2:11; Efesios 6:11; 2 Timoteo 2:26). Su objetivo es devorar a los débiles que caen en la tentación, el miedo, la soledad, la preocupación, la depresión y la persecución (1 Pedro 5:8–9).

Sin Dios y entregados a nosotros mismos, sucumbimos fácilmente a las artimañas del diablo. Podemos enredarnos tanto en los asuntos de este mundo y en su oscuridad moral que, al final, Dios nos entrega a la ceguera espiritual y a la condenación eterna (Juan 12:40; Romanos 1:24–32).

Como creyentes, tenemos el Espíritu de Dios morando en nosotros para contrarrestar los efectos debilitadores del poder de Satanás y de la influencia del mundo (1 Juan 4:13). Juan afirma: "Todo aquel que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios" (1 Juan 4:15). Satanás lucha dentro y fuera de nosotros. Sus armas son engaños y artimañas para hacernos dudar y tropezar (2 Corintios 2:11; Efesios 4:14). Sin embargo, Dios nos ha provisto de armas poderosas para rechazar sus flechas encendidas (Efesios 6:10–18). Como creyentes, podemos vencer al maligno, permanecer en la luz y nunca quedar espiritualmente ciegos. Porque Jesús nos dio esta promesa: "Yo soy la Luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la Luz de la vida" (Juan 8:12).

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