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Pregunta: ¿Cómo puedo sobrevivir espiritualmente a un trauma físico severo?

Respuesta:
No hay duda de que los traumas o lesiones físicas graves nos afectan espiritualmente. Parte de poder lidiar con un trauma físico severo espiritualmente es reconocer ese hecho. Lidiar con un trauma severo requerirá un enfoque holístico; una persona que está gravemente herida necesita apoyo médico, apoyo espiritual y apoyo emocional.

Dependiendo del trauma, también puede haber un trastorno de estrés postraumático. Nuestro artículo sobre "¿Qué dice la Biblia sobre el trastorno de estrés postraumático?" tiene algunos consejos útiles para lidiar con los efectos emocionales de un incidente traumático. También pueden haber otros problemas a largo plazo, como una atención continua o ajustes de estilo de vida para compensar las habilidades perdidas, a considerar. También puede haber problemas financieros y legales que necesitan ser discutidos. Reunirse con profesionales apropiados respecto a estos asuntos es importante. Nuestro artículo sobre "¿Cómo puede un cristiano sobrellevar el sufrimiento de una enfermedad degenerativa?" proporciona algunos consejos prácticos para aquellos que han experimentado traumas físicos severos.

Ahora a la pregunta en cuestión. ¿Cómo lidiamos con el lado espiritual del trauma físico? Las lesiones graves pueden hacer que cuestionemos a Dios y su bondad. También pueden hacer que aprendamos a confiar en Él. Un trauma severo puede hacernos sentir alejados de Dios, quizás incluso enojados con Él por permitir que suceda. O puede hacernos sentir agradecidos de que el trauma no fuera tan malo como podría haber sido. O puede hacernos darnos cuenta de cuán dependientes somos de Dios. O una miríada de otras reacciones. En resumen, los traumas físicos pueden hacer que reevaluemos nuestra visión de Dios, de nosotros mismos y del mundo.

Cómo ocurrió el trauma y la recuperación física, o la falta de la misma, pueden jugar un papel importante en cómo reaccionamos. Es completamente normal tener reacciones variadas con el tiempo e incluso diferentes reacciones al mismo tiempo. Quizás lo mejor que podemos hacer para sobrevivir espiritualmente en medio de la agitación física y emocional es acudir a Dios. Si bien puede ser tentador alejarse de Dios o intentar poner una cara valiente ante Dios, ambos son errores. Sólo cuando somos honestos con Dios y con nosotros mismos es que Él puede traer una verdadera sanación.

David y los otros salmistas no eran ajenos a las dificultades. Ellos dieron un excelente ejemplo al llevar sus corazones y peticiones a Dios. Fueron reales con Él respecto a sus preguntas, sus decepciones y sus corazones. Fueron reales consigo mismos sobre el carácter y la naturaleza de Dios. No debemos presentar nuestras quejas a Dios sin también reconocer quién es Él. Debemos lidiar con la verdad, con la cruda realidad de la naturaleza caída de este mundo, la profundidad del dolor que nos produce, el disgusto que tenemos por nuestras luchas, y con la fidelidad y bondad de Dios. Él es capaz de traer sanación, pero puede que no lo haga. De cualquier manera, Él es absolutamente digno de alabanza. Podemos llevar nuestras preguntas honestas sobre esta tensión a Dios, pidiéndole todo el tiempo que nos ayude a confiar plenamente en Él sin importar qué.

Ya sea que la oración sea algo que nos resulte fácil o no, es al seguir orando que llegamos a confiar más en Dios y a experimentar su poder para ayudarnos a soportar. Para sobrevivir espiritualmente, necesitamos perseverar en la oración. Nuestras oraciones pueden ser tan honestas como las de los Salmos: cortas, largas, cuestionadoras, alabadoras, suplicantes, etc. Lo importante es que permanezcamos en una comunicación honesta con Dios (Romanos 12:12; Hebreos 4:14–16; Filipenses 4:6–7; Efesios 6:18; 1 Tesalonicenses 5:17).

Mientras oramos, también debemos continuar profundizando en la Palabra de Dios. Necesitamos saber a quién oramos, y es principalmente la Biblia la que nos revela la naturaleza de Dios. Al estudiar las Escrituras, aprendemos a confiar más en Dios y a depender de Él mientras trabajamos a través de nuestro trauma físico. El estudio de la Biblia es un hábito clave para todos los cristianos y no menos importante para aquellos que actualmente están pasando por dificultades médicas.

De manera similar, todos los cristianos necesitan la comunión con otros creyentes. Particularmente cuando hemos experimentado un trauma físico y estamos recuperándonos o aprendiendo una nueva forma de vida debido a los efectos residuales de la lesión, necesitamos que la gente nos anime. Hebreos 10:24–25 habla de la importancia de la iglesia para el aliento. Las muchas cartas del Nuevo Testamento de Pablo demuestran la forma en que podemos acompañarnos mutuamente en las dificultades, proporcionando ayuda tangible así como oración. Cuando hemos experimentado un trauma, necesitamos hacer saber a los demás para que puedan hacer el trabajo del cuerpo de Cristo y ayudarnos en nuestra necesidad (Romanos 12:13, 15; 1 Corintios 12:26; Gálatas 6:10; 1 Juan 3:17–18).

Pablo es un excelente ejemplo de cómo un cristiano puede sobrevivir espiritualmente a un trauma físico severo. En 2 Corintios 11 descubrimos que había sido encarcelado, azotado, "expuesto una y otra vez a la muerte" (versículo 23), naufragado, en fuga, privado de sueño, hambriento, frío y despojado de ropa. Y encima de eso, tenía la carga espiritual de cuidar a las iglesias. Anteriormente en 2 Corintios, Pablo habla de sentirse "atribulado", "en apuros", "perseguido" y "derribado" (ver 2 Corintios 4:7–12). Pero escribe: “Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:16–18). Pablo sabía que este mundo no es nuestro hogar definitivo (2 Corintios 5:1–10). También sabía que Dios tiene un plan y un propósito para nuestras vidas aquí. Pablo buscaba tener la perspectiva de Dios sobre su vida, diciendo que "para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros. Y confiado en esto, sé que quedaré, que aún permaneceré con todos vosotros, para vuestro provecho y gozo de la fe” (Filipenses 1:21–25). La perspectiva adecuada fue clave para la capacidad de Pablo de soportar las muchas dificultades físicas que enfrentó, y no solo soportarlas sino vivir al servicio de Cristo y experimentar contentamiento y gozo (Filipenses 4:12–13). Pablo encontró su fuerza en Cristo. Nosotros también podemos hacerlo.

El trauma físico es un aspecto intensamente difícil de vivir en un mundo caído, tanto para quienes lo experimentan como para quienes les rodean. Pero los traumas físicos no nos deben derrotar. Nuestras vidas se viven en el cuerpo y deben ser vividas para el Señor. A través del trabajo de recuperación, el ajuste a las limitaciones y nuevas normales, y cualquier otra cosa que pueda traer un trauma físico severo, nuestro objetivo es permanecer enfocados en Dios. Así que acude a Él. Sé brutalmente honesto con Él y contigo mismo. Permítete un espacio para procesar. Busca la verdad. Y busca a otros para que caminen contigo.

Las palabras de Pablo a los filipenses, escritas mientras estaba encarcelado, son relevantes aquí: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:4–8).

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