Pregunta
¿Qué habría pasado "si el Señor no hubiera estado de nuestro lado" (Salmo 124:2)?
Respuesta
"Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?", pregunta el apóstol Pablo en Romanos 8:31. Con Dios de nuestro lado, somos más que vencedores. Ante cualquier amenaza, los creyentes pueden estar tranquilos, sabiendo que el Señor promete estar con nosotros, defendernos y darnos la victoria en Su nombre. Por el contrario, sin el Señor, estamos completamente indefensos. Este es el mensaje que expresan los adoradores al alabar a Dios junto con David en el Salmo 124: "Si el Señor no hubiera estado a nuestro favor cuando los hombres se levantaron contra nosotros, vivos nos hubieran tragado entonces cuando su ira se encendió contra nosotros. Entonces las aguas nos hubieran cubierto, un torrente hubiera pasado sobre nuestra alma, hubieran pasado entonces sobre nuestra alma las aguas impetuosas" (versículos 2-5).
David comprendió la diferencia que la presencia de Dios había marcado en su vida. A través de una relación viva con el Señor, David ganó la confianza necesaria para enfrentarse a los filisteos y decir: "El día en que temo, Yo en Ti confío. En Dios, cuya palabra alabo, En Dios he confiado, no temeré. ¿Qué puede hacerme el hombre?...Esto sé: que Dios está a favor mío" (Salmo 56:3-4, 9, NBLA).
Con una reflexión hipotética, David explica: "Si el Señor no hubiera estado de nuestro lado", entonces el desastre seguramente habría caído sobre Israel. Si Dios no hubiera sido su defensor, protector y libertador contra todos sus enemigos, entonces el pueblo habría sido derrotado, destruido, completamente "barrido" y "devorado vivo" (cf. Jeremías 51:34).
En Salmos 124:2-5, los ejércitos invasores, su ira desenfrenada, el diluvio que los envuelve, el torrente arrollador y las aguas embravecidas representan la hostilidad y el poder abrumador de los enemigos de Israel. David compara a estos enemigos con un animal salvaje que rechina los dientes o con un cazador que ha tendido su trampa (Salmos 124:6-7). Pero con Dios de nuestro lado, "¡la trampa se rompió y somos libres! Nuestra ayuda viene del Señor, quien hizo el cielo y la tierra" (Salmo 124:7-8, NTV).
Es beneficioso para los creyentes mirar atrás y considerar cómo habrían sido nuestras vidas si el Señor no hubiera estado de nuestro lado. Tales reflexiones deberían llenarnos de profunda gratitud y un sentido de deuda por la divina liberación de Dios. Al igual que David, debemos ser conscientes de los dones misericordiosos de protección y defensa de Dios y alabarlo de todo corazón: "Que todo lo que soy alabe al Señor; que nunca olvide todas las cosas buenas que hace por mí. Él perdona todos mis pecados y sana todas mis enfermedades. Me redime de la muerte y me corona de amor y tiernas misericordias" (Salmo 103:2-4, NTV).
Si el Señor no hubiera estado de nuestro lado, nunca hubiéramos conocido Su gran amor, misericordia, gracia, bondad y libertad revelados a nosotros a través de la redención de Jesucristo. En Él ahora vivimos, nos movemos y existimos (Efesios 1:7; Colosenses 1:13-14; Hechos 17:28; Juan 3:16). Ahora podemos enfrentar cada día con confianza, sabiendo que Dios ha prometido nunca dejarnos ni abandonarnos (Deuteronomio 4:31; 31:6, 8; Josué 1:5; 1 Crónicas 28:20; Hebreos 13:5). El Señor está siempre a nuestro lado, acampado a nuestro alrededor y luchando por nosotros.
Si el Señor no hubiera estado de nuestro lado, nunca hubiéramos conocido la liberación del pecado, de Satanás, de la muerte y del infierno, que son nuestros mayores enemigos. Satanás no tiene poder sobre Jesucristo (Juan 14:30), "que Él mismo se dio por nuestros pecados para librarnos de este presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre" (Gálatas 1:4). Jesús vino a destruir la obra de Satanás (1 Juan 3:8) y "quebrantar el poder del diablo, quien tenía el poder sobre la muerte. Únicamente de esa manera el Hijo podía libertar a todos los que vivían esclavizados por temor a la muerte" (Hebreos 2:14-15, NTV).
El diablo y todas sus fuerzas malignas fueron desarmados por la "victoria de Cristo sobre ellos en la cruz" (Colosenses 2:15). Ya no debemos temer a la muerte, porque Jesús venció el poder de la muerte. Dios ahora mora con nosotros en Cristo, y nada puede separarnos de su amor: "Ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni nuestros temores de hoy ni nuestras preocupaciones de mañana. Ni siquiera los poderes del infierno pueden separarnos del amor de Dios. Ningún poder en las alturas ni en las profundidades, de hecho, nada en toda la creación podrá jamás separarnos del amor de Dios, que está revelado en Cristo Jesús nuestro Señor" (Romanos 8:38-39, NTV). Al final, todos los enemigos de Dios serán destruidos, incluido el enemigo final: la muerte (1 Corintios 15:24-26).
Dios es nuestra única esperanza en esta vida y en la vida venidera. Si intentamos salir adelante sin Él, estamos destinados al fracaso. Al igual que David, reconocemos que si "el Señor no hubiera sido mi ayuda, pronto habría habitado mi alma en el lugar del silencio" (Salmo 94:17). Pero nada puede detenernos ni hacernos daño si tenemos a Dios de nuestro lado.
David comprendió la diferencia que la presencia de Dios había marcado en su vida. A través de una relación viva con el Señor, David ganó la confianza necesaria para enfrentarse a los filisteos y decir: "El día en que temo, Yo en Ti confío. En Dios, cuya palabra alabo, En Dios he confiado, no temeré. ¿Qué puede hacerme el hombre?...Esto sé: que Dios está a favor mío" (Salmo 56:3-4, 9, NBLA).
Con una reflexión hipotética, David explica: "Si el Señor no hubiera estado de nuestro lado", entonces el desastre seguramente habría caído sobre Israel. Si Dios no hubiera sido su defensor, protector y libertador contra todos sus enemigos, entonces el pueblo habría sido derrotado, destruido, completamente "barrido" y "devorado vivo" (cf. Jeremías 51:34).
En Salmos 124:2-5, los ejércitos invasores, su ira desenfrenada, el diluvio que los envuelve, el torrente arrollador y las aguas embravecidas representan la hostilidad y el poder abrumador de los enemigos de Israel. David compara a estos enemigos con un animal salvaje que rechina los dientes o con un cazador que ha tendido su trampa (Salmos 124:6-7). Pero con Dios de nuestro lado, "¡la trampa se rompió y somos libres! Nuestra ayuda viene del Señor, quien hizo el cielo y la tierra" (Salmo 124:7-8, NTV).
Es beneficioso para los creyentes mirar atrás y considerar cómo habrían sido nuestras vidas si el Señor no hubiera estado de nuestro lado. Tales reflexiones deberían llenarnos de profunda gratitud y un sentido de deuda por la divina liberación de Dios. Al igual que David, debemos ser conscientes de los dones misericordiosos de protección y defensa de Dios y alabarlo de todo corazón: "Que todo lo que soy alabe al Señor; que nunca olvide todas las cosas buenas que hace por mí. Él perdona todos mis pecados y sana todas mis enfermedades. Me redime de la muerte y me corona de amor y tiernas misericordias" (Salmo 103:2-4, NTV).
Si el Señor no hubiera estado de nuestro lado, nunca hubiéramos conocido Su gran amor, misericordia, gracia, bondad y libertad revelados a nosotros a través de la redención de Jesucristo. En Él ahora vivimos, nos movemos y existimos (Efesios 1:7; Colosenses 1:13-14; Hechos 17:28; Juan 3:16). Ahora podemos enfrentar cada día con confianza, sabiendo que Dios ha prometido nunca dejarnos ni abandonarnos (Deuteronomio 4:31; 31:6, 8; Josué 1:5; 1 Crónicas 28:20; Hebreos 13:5). El Señor está siempre a nuestro lado, acampado a nuestro alrededor y luchando por nosotros.
Si el Señor no hubiera estado de nuestro lado, nunca hubiéramos conocido la liberación del pecado, de Satanás, de la muerte y del infierno, que son nuestros mayores enemigos. Satanás no tiene poder sobre Jesucristo (Juan 14:30), "que Él mismo se dio por nuestros pecados para librarnos de este presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre" (Gálatas 1:4). Jesús vino a destruir la obra de Satanás (1 Juan 3:8) y "quebrantar el poder del diablo, quien tenía el poder sobre la muerte. Únicamente de esa manera el Hijo podía libertar a todos los que vivían esclavizados por temor a la muerte" (Hebreos 2:14-15, NTV).
El diablo y todas sus fuerzas malignas fueron desarmados por la "victoria de Cristo sobre ellos en la cruz" (Colosenses 2:15). Ya no debemos temer a la muerte, porque Jesús venció el poder de la muerte. Dios ahora mora con nosotros en Cristo, y nada puede separarnos de su amor: "Ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni nuestros temores de hoy ni nuestras preocupaciones de mañana. Ni siquiera los poderes del infierno pueden separarnos del amor de Dios. Ningún poder en las alturas ni en las profundidades, de hecho, nada en toda la creación podrá jamás separarnos del amor de Dios, que está revelado en Cristo Jesús nuestro Señor" (Romanos 8:38-39, NTV). Al final, todos los enemigos de Dios serán destruidos, incluido el enemigo final: la muerte (1 Corintios 15:24-26).
Dios es nuestra única esperanza en esta vida y en la vida venidera. Si intentamos salir adelante sin Él, estamos destinados al fracaso. Al igual que David, reconocemos que si "el Señor no hubiera sido mi ayuda, pronto habría habitado mi alma en el lugar del silencio" (Salmo 94:17). Pero nada puede detenernos ni hacernos daño si tenemos a Dios de nuestro lado.