Pregunta
¿Por qué Dios esa una recompensa muy grande (Génesis 15:1)?
Respuesta
Abraham es conocido por su gran fe, pero, como todos nosotros, tenía debilidades humanas. Tras liderar una feroz batalla para rescatar a su sobrino Lot y tratar con reyes poderosos (Génesis 14), Abraham (que en aquel momento todavía se llamaba Abram) estaba comprensiblemente nervioso. Por eso, en Génesis 15:1, el Señor le transmite este mensaje tranquilizador, prometiéndole proteger a Abram y bendecirlo aún más de lo que ya lo había hecho: "No temas, Abram, Yo soy un escudo para ti; tu recompensa será muy grande" (NBLA).
A lo largo de toda la Biblia, Dios se presenta a sí mismo como un escudo protector para Su pueblo (Deuteronomio 33:29; 2 Samuel 22:3; Salmo 3:3; 7:10; 119:114). Es más, Dios es nuestra recompensa más grande. El salmista declara: "Pues el Señor Dios es nuestro sol y nuestro escudo; él nos da gracia y gloria. El Señor no negará ningún bien a quienes hacen lo que es correcto" (Salmo 84:11, NTV).
El término traducido como "recompensa" (śākār en hebreo) a veces se refiere al salario de un trabajador o sirviente (como en Génesis 30:32–33; Deuteronomio 15:18). Con frecuencia, la palabra se usa en sentido figurado para referirse a una recompensa por la fidelidad (como en Números 18:31; Jeremías 31:16) o a la recompensa del vencedor (Isaías 40:10-11; 62:11). La recompensa de Abram fue diferente. Él había rechazado cualquier compensación material por sus encuentros con reyes terrenales (Génesis 14:22-24). La recompensa de Abram estaba ligada a la promesa del pacto del Señor, aun por cumplir. Esperaba la herencia futura de innumerables descendientes (cf. Salmo 127:3) y la tierra prometida anteriormente (Génesis 12:1, 7; 13:15; 15:18-21).
"Yo soy un escudo para ti; tu recompensa será muy grande", le dijo Dios a Abram, revelándole los términos de su relación de pacto. La seguridad, la protección y las bendiciones pertenecían a Abram gracias a esta relación. Abram no tenía por qué sentirse inquieto ni vivir con miedo precisamente, porque pertenecía a Dios. El Señor siempre estaría con él como protector y proveedor de todas las cosas buenas.
En el contexto inmediato de Génesis 15:1, la "gran recompensa" se refiere a la multitud de descendientes prometidos y a la tierra prometida. Esta “recompensa" invitaba a Abraham y a Sara a vivir como personas de fe y esperanza (Hebreos 11:6, 8-12). De la misma manera, la fe y la esperanza son fundamentales para comprender nuestra recompensa, que es Dios mismo: "De hecho, sin fe es imposible agradar a Dios. Todo el que desee acercarse a Dios debe creer que él existe y que él recompensa a los que lo buscan con sinceridad" (Hebreos 11:6).
En la Nueva Biblia de las Américas, la promesa es: "Yo soy un escudo para ti; tu recompensa será muy grande". La redacción de la Nueva Versión Internacional ("Yo soy tu escudo y muy grande será tu recompensa") y de la Nueva Traducción Viviente ("yo te protegeré, y tu recompensa será grande"), muestra que Dios no es la recompensa en sí misma, sino que Él da la recompensa. El Señor llamó a Abram para que confiara plenamente en Dios para su protección y pusiera su esperanza en la promesa de Dios de una recompensa muy grande.
El tema de la recompensa abundante para aquellos cuyo corazón está totalmente comprometido con Dios se repite en las enseñanzas de Jesús, particularmente en su Sermón del Monte: "Dios los bendice a ustedes cuando la gente les hace burla y los persigue y miente acerca de ustedes y dice toda clase de cosas malas en su contra porque son mis seguidores. ¡Alégrense! ¡Estén contentos, porque les espera una gran recompensa en el cielo!" (Mateo 5:11-12, NTV). Jesús advirtió a Sus seguidores que no buscaran la admiración de las personas, ya que esto les haría perder su recompensa celestial (Mateo 6:1). El Señor ve los motivos de nuestro corazón cuando damos, oramos y le servimos, y recompensa a aquellos cuyas intenciones son puras (Mateo 6:4, 6, 18).
Aun así, es fundamental comprender que nuestra salvación no es una recompensa ganada (Efesios 2:8-9). Nuestra justicia, que nos da acceso a la presencia de Dios, viene por medio de la fe en Jesucristo, solo por Su gracia (Romanos 3:21-26). Nuestra gran recompensa celestial es una herencia "incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará", comprada y pagada con la sangre de Jesucristo (1 Pedro 1:3-9, 18-19).
El deseo y el gran gozo de Dios es que Su pueblo se satisfaga en Él: Él es "nuestra gran recompensa". Cuando nuestra relación con el Señor es lo que más valoramos, el premio final es un conocimiento más profundo, más completo y mejor de Él (Filipenses 3:7-14).
"También en Él hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de Aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de Su voluntad" (Efesios 1:11, NBLA). Esa herencia es "incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos para ustedes" (1 Pedro 1:4, NBLA). Cuando Dios es nuestra recompensa tan grande, podemos decir, como el salmista: "Mi carne y mi corazón pueden desfallecer, pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre" (Salmo 73:26).
A lo largo de toda la Biblia, Dios se presenta a sí mismo como un escudo protector para Su pueblo (Deuteronomio 33:29; 2 Samuel 22:3; Salmo 3:3; 7:10; 119:114). Es más, Dios es nuestra recompensa más grande. El salmista declara: "Pues el Señor Dios es nuestro sol y nuestro escudo; él nos da gracia y gloria. El Señor no negará ningún bien a quienes hacen lo que es correcto" (Salmo 84:11, NTV).
El término traducido como "recompensa" (śākār en hebreo) a veces se refiere al salario de un trabajador o sirviente (como en Génesis 30:32–33; Deuteronomio 15:18). Con frecuencia, la palabra se usa en sentido figurado para referirse a una recompensa por la fidelidad (como en Números 18:31; Jeremías 31:16) o a la recompensa del vencedor (Isaías 40:10-11; 62:11). La recompensa de Abram fue diferente. Él había rechazado cualquier compensación material por sus encuentros con reyes terrenales (Génesis 14:22-24). La recompensa de Abram estaba ligada a la promesa del pacto del Señor, aun por cumplir. Esperaba la herencia futura de innumerables descendientes (cf. Salmo 127:3) y la tierra prometida anteriormente (Génesis 12:1, 7; 13:15; 15:18-21).
"Yo soy un escudo para ti; tu recompensa será muy grande", le dijo Dios a Abram, revelándole los términos de su relación de pacto. La seguridad, la protección y las bendiciones pertenecían a Abram gracias a esta relación. Abram no tenía por qué sentirse inquieto ni vivir con miedo precisamente, porque pertenecía a Dios. El Señor siempre estaría con él como protector y proveedor de todas las cosas buenas.
En el contexto inmediato de Génesis 15:1, la "gran recompensa" se refiere a la multitud de descendientes prometidos y a la tierra prometida. Esta “recompensa" invitaba a Abraham y a Sara a vivir como personas de fe y esperanza (Hebreos 11:6, 8-12). De la misma manera, la fe y la esperanza son fundamentales para comprender nuestra recompensa, que es Dios mismo: "De hecho, sin fe es imposible agradar a Dios. Todo el que desee acercarse a Dios debe creer que él existe y que él recompensa a los que lo buscan con sinceridad" (Hebreos 11:6).
En la Nueva Biblia de las Américas, la promesa es: "Yo soy un escudo para ti; tu recompensa será muy grande". La redacción de la Nueva Versión Internacional ("Yo soy tu escudo y muy grande será tu recompensa") y de la Nueva Traducción Viviente ("yo te protegeré, y tu recompensa será grande"), muestra que Dios no es la recompensa en sí misma, sino que Él da la recompensa. El Señor llamó a Abram para que confiara plenamente en Dios para su protección y pusiera su esperanza en la promesa de Dios de una recompensa muy grande.
El tema de la recompensa abundante para aquellos cuyo corazón está totalmente comprometido con Dios se repite en las enseñanzas de Jesús, particularmente en su Sermón del Monte: "Dios los bendice a ustedes cuando la gente les hace burla y los persigue y miente acerca de ustedes y dice toda clase de cosas malas en su contra porque son mis seguidores. ¡Alégrense! ¡Estén contentos, porque les espera una gran recompensa en el cielo!" (Mateo 5:11-12, NTV). Jesús advirtió a Sus seguidores que no buscaran la admiración de las personas, ya que esto les haría perder su recompensa celestial (Mateo 6:1). El Señor ve los motivos de nuestro corazón cuando damos, oramos y le servimos, y recompensa a aquellos cuyas intenciones son puras (Mateo 6:4, 6, 18).
Aun así, es fundamental comprender que nuestra salvación no es una recompensa ganada (Efesios 2:8-9). Nuestra justicia, que nos da acceso a la presencia de Dios, viene por medio de la fe en Jesucristo, solo por Su gracia (Romanos 3:21-26). Nuestra gran recompensa celestial es una herencia "incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará", comprada y pagada con la sangre de Jesucristo (1 Pedro 1:3-9, 18-19).
El deseo y el gran gozo de Dios es que Su pueblo se satisfaga en Él: Él es "nuestra gran recompensa". Cuando nuestra relación con el Señor es lo que más valoramos, el premio final es un conocimiento más profundo, más completo y mejor de Él (Filipenses 3:7-14).
"También en Él hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de Aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de Su voluntad" (Efesios 1:11, NBLA). Esa herencia es "incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos para ustedes" (1 Pedro 1:4, NBLA). Cuando Dios es nuestra recompensa tan grande, podemos decir, como el salmista: "Mi carne y mi corazón pueden desfallecer, pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre" (Salmo 73:26).