Pregunta

¿Qué dice la Biblia sobre la penitencia?

Respuesta
Penitencia es el estado de estar profundamente arrepentido por los propios errores o acciones. Ser penitente significa sentir arrepentimiento por los pecados cometidos; es ser "pobre en espíritu" (Mateo 5:3). Quien es penitente experimenta un profundo pesar que lo impulsa a cambiar su comportamiento. La penitencia hace todo lo posible por enmendar el daño causado. Involucra humildad, pesar y dolor, y es el camino que Dios ha provisto para que podamos recibir Su perdón (ver Hechos 2:38).

Es importante entender la diferencia entre el remordimiento y la verdadera penitencia. Una persona puede sentirse mal por las consecuencias de sus decisiones sin llegar a ser penitente. Podemos lamentar cómo nuestro pecado afectó a alguien y arrepentirnos de haber tomado ese camino, pero seguir sin reconocerlo como pecado. Segunda de Corintios 7:10 dice: "Porque la tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un arrepentimiento que conduce a la salvación, sin dejar pesar; pero la tristeza del mundo produce muerte". La tristeza del mundo es egoísta: se enfoca en nuestros sentimientos, en lo que otros piensan de nosotros o en las consecuencias negativas. La penitencia genuina está de acuerdo con Dios en cuanto a la gravedad del pecado, sin importar el resultado. Reconocemos nuestro pecado tal como es y, con la ayuda de Dios, decidimos apartarnos de él (Juan 8:11; 5:14).

David nos muestra cómo se ve la verdadera penitencia en el Salmo 51. Escribió ese salmo después de que el profeta Natán lo confrontara por su pecado con Betsabé. Al enfrentarse con su pecado, David se quebrantó y lloró profundamente. Buscó a Dios con un corazón humilde y contrito, pidiendo ser restaurado a la comunión con Él. Aunque las consecuencias permanecieron —su hijo concebido en adulterio murió—, el arrepentimiento de David fue real y duradero. Había perdido su gozo (versículo 12) y sentía el peso aplastante de la culpa (versículo 8). Sus palabras "Contra Ti, contra Ti solo he pecado" (versículo 4) revelan su entendimiento de la naturaleza del pecado y cuán gravemente ofende a Dios. Sabía que "los sacrificios de Dios son el espíritu contrito; al corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás" (versículo 17). Un corazón quebrantado y contrito es evidencia de verdadera penitencia.

La penitencia no consiste en cumplir una lista de rituales religiosos para pagar por el pecado. No podemos pagar por nuestros pecados, sin importar cuántos actos religiosos realicemos. Solo la sangre de Jesús puede limpiarnos del pecado (1 Juan 1:7). Su muerte fue el pago suficiente por cualquier pecado que cometamos. No podemos "ayudarlo" castigándonos a nosotros mismos. Insistir en hacerlo es anular la obra de Cristo a nuestro favor. En esencia, le estaríamos diciendo a Dios: "Lo que Jesús hizo en la cruz fue suficiente para todos los pecados del mundo… excepto para los míos. Debo ayudarlo castigándome hasta que yo mismo decida que he pagado lo suficiente". Eso no es penitencia; es una forma retorcida de orgullo.

La verdadera penitencia es lo suficientemente humilde como para reconocer que el perdón es inmerecido. Aun así, el penitente puede acercarse a Dios porque ha sido invitado a hacerlo por medio de Cristo (Mateo 11:28; Apocalipsis 22:17; cf. Isaías 1:18). Fue idea de Dios colocar el pecado confesado del arrepentido bajo la sangre de Su Hijo y declararnos no culpables. La arrogancia rechaza ese perdón hasta que cree haber "pagado lo suficiente". La penitencia, en cambio, acepta agradecida el perdón mientras fija la mirada en Aquel que ya pagó el precio completo. La penitencia preferiría morir antes que volver a cometer la misma ofensa.

Nos convertimos en seguidores nacidos de nuevo de Jesús a través de la penitencia y al aceptar el perdón y la restauración de Dios. Sin embargo, incluso como cristianos, todavía pecamos a veces (1 Juan 1:8–10). Dios ha provisto para ello y nos llama a vivir una vida continua de penitencia. Cuando vivimos con una actitud de humildad y confesión, podemos disfrutar de la libertad que proviene de saber que "no hay condenación para los que están en Cristo Jesús" (Romanos 8:1). Caminamos en comunión con Dios, con la conciencia limpia, y con el poder del Espíritu Santo obrando en nosotros (Gálatas 5:22).