Pregunta
¿Qué significa cuando la Biblia nos dice que no temamos?
Respuesta
Los mandatos de la Biblia a "no temer" son abundantes y aparecen en una gran variedad de contextos. Como pueblo de Dios, no estamos llamados a vivir con miedo. No tenemos razón para permanecer en temor.
La Biblia dice con frecuencia frases como: "No temas", "No tengas miedo" o "No se turbe tu corazón". Claro está, estos mandatos no contradicen el llamado a "temer a Dios" (1 Pedro 2:17). El temor de Dios nos aparta del pecado; el temor a los hombres nos conduce al pecado, y eso es lo que debemos evitar: "El temor al hombre es un lazo" (Proverbios 29:25, NBLA). Además, el mandato bíblico de no temer no elimina la necesidad de ser prudentes y cautelosos en este mundo. No se trata de ser temerarios, sino de ser personas de oración ante el peligro.
El miedo que la Biblia nos llama a evitar es esa preocupación mezclada con ansiedad o angustia; es la alarma que sentimos cuando anticipamos problemas o peligros. Los seguidores de Cristo no deben vivir en un estado de ansiedad constante. Nuestra expectativa va más allá de esperar lo peor. De hecho, Dios nos ha dado los medios para vencer al miedo: "Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio" (2 Timoteo 1:7, NBLA).
El mandato de Dios de "no temer" se aplica de varias formas en la Escritura. Por ejemplo, no debemos temer lo que otros piensen de nosotros cuando se trata de obedecer al Señor (1 Samuel 15:24; Juan 9:22). No debemos temer la falta de provisión en este mundo (Lucas 12:6–7). Tampoco debemos temer los planes de los impíos, aun cuando parezcan prosperar (Salmo 37:1–2, 9–17, 35–38).
Cuando la Biblia dice "No temas", significa que no debemos permitir que la ansiedad ni la preocupación gobiernen nuestra vida ni echen raíces en nuestro corazón. No debemos ser personas dominadas por el pánico, sino por la fe.
Habiendo sido justificados por Dios, no tenemos que temer condenación (Romanos 8:1). Habiendo sido escogidos por Dios, no tenemos que temer Su rechazo (Efesios 1:4–6; Lucas 12:32; Judas 1:24). Con Cristo como nuestro Pastor, no tenemos que temer al valle de sombra de muerte (Salmo 23:4). Con el Creador del cielo y la tierra cuidando de nosotros, no debemos temer absolutamente nada (Salmo 121).
El Salmo 91 habla de quien "habita al abrigo del Altísimo" y declara de Dios: "Refugio mío y fortaleza mía, mi Dios, en quien confío" (versículos 1–2, NBLA). Quienes confían en Dios pueden vivir sin miedo: "No temerás el terror de la noche, ni la flecha que vuela de día, ni la pestilencia que anda en tinieblas, ni la destrucción que hace estragos en medio del día. Aunque caigan mil a tu lado y diez mil a tu diestra, a ti no se acercará" (versículos 5–7, NBLA). Hay una relación directa entre la fe y la confianza para enfrentar los peligros de la vida: "Porque has puesto al Señor, que es mi refugio, al Altísimo, por tu habitación. No te sucederá ningún mal, ni plaga se acercará a tu morada" (versículos 9–10, NBLA). Descansamos en la promesa de Dios: "Porque en Mí ha puesto su amor, Yo entonces lo libraré; lo exaltaré, porque ha conocido Mi nombre. Me invocará, y le responderé; Yo estaré con él en la angustia" (versículos 14–15, NBLA).
El relato de Mateo sobre la resurrección de Cristo muestra dos reacciones muy diferentes ante el mismo milagro. Cuando el ángel descendió al sepulcro y removió la piedra, "los guardias temblaron de miedo cuando lo vieron y cayeron desmayados por completo" (Mateo 28:4, NTV). El ángel los dejó así. Pero luego habló a las mujeres que fueron a la tumba: "¡No teman!—dijo—. Sé que buscan a Jesús, el que fue crucificado. ¡No está aquí! Ha resucitado tal como dijo que sucedería" (versículos 5–6, NTV). A un grupo, Dios les permitió ser consumidos por el temor; al otro, les quitó el miedo y les dio esperanza. La diferencia estuvo en la fe frente a la incredulidad.
La Biblia dice con frecuencia frases como: "No temas", "No tengas miedo" o "No se turbe tu corazón". Claro está, estos mandatos no contradicen el llamado a "temer a Dios" (1 Pedro 2:17). El temor de Dios nos aparta del pecado; el temor a los hombres nos conduce al pecado, y eso es lo que debemos evitar: "El temor al hombre es un lazo" (Proverbios 29:25, NBLA). Además, el mandato bíblico de no temer no elimina la necesidad de ser prudentes y cautelosos en este mundo. No se trata de ser temerarios, sino de ser personas de oración ante el peligro.
El miedo que la Biblia nos llama a evitar es esa preocupación mezclada con ansiedad o angustia; es la alarma que sentimos cuando anticipamos problemas o peligros. Los seguidores de Cristo no deben vivir en un estado de ansiedad constante. Nuestra expectativa va más allá de esperar lo peor. De hecho, Dios nos ha dado los medios para vencer al miedo: "Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio" (2 Timoteo 1:7, NBLA).
El mandato de Dios de "no temer" se aplica de varias formas en la Escritura. Por ejemplo, no debemos temer lo que otros piensen de nosotros cuando se trata de obedecer al Señor (1 Samuel 15:24; Juan 9:22). No debemos temer la falta de provisión en este mundo (Lucas 12:6–7). Tampoco debemos temer los planes de los impíos, aun cuando parezcan prosperar (Salmo 37:1–2, 9–17, 35–38).
Cuando la Biblia dice "No temas", significa que no debemos permitir que la ansiedad ni la preocupación gobiernen nuestra vida ni echen raíces en nuestro corazón. No debemos ser personas dominadas por el pánico, sino por la fe.
Habiendo sido justificados por Dios, no tenemos que temer condenación (Romanos 8:1). Habiendo sido escogidos por Dios, no tenemos que temer Su rechazo (Efesios 1:4–6; Lucas 12:32; Judas 1:24). Con Cristo como nuestro Pastor, no tenemos que temer al valle de sombra de muerte (Salmo 23:4). Con el Creador del cielo y la tierra cuidando de nosotros, no debemos temer absolutamente nada (Salmo 121).
El Salmo 91 habla de quien "habita al abrigo del Altísimo" y declara de Dios: "Refugio mío y fortaleza mía, mi Dios, en quien confío" (versículos 1–2, NBLA). Quienes confían en Dios pueden vivir sin miedo: "No temerás el terror de la noche, ni la flecha que vuela de día, ni la pestilencia que anda en tinieblas, ni la destrucción que hace estragos en medio del día. Aunque caigan mil a tu lado y diez mil a tu diestra, a ti no se acercará" (versículos 5–7, NBLA). Hay una relación directa entre la fe y la confianza para enfrentar los peligros de la vida: "Porque has puesto al Señor, que es mi refugio, al Altísimo, por tu habitación. No te sucederá ningún mal, ni plaga se acercará a tu morada" (versículos 9–10, NBLA). Descansamos en la promesa de Dios: "Porque en Mí ha puesto su amor, Yo entonces lo libraré; lo exaltaré, porque ha conocido Mi nombre. Me invocará, y le responderé; Yo estaré con él en la angustia" (versículos 14–15, NBLA).
El relato de Mateo sobre la resurrección de Cristo muestra dos reacciones muy diferentes ante el mismo milagro. Cuando el ángel descendió al sepulcro y removió la piedra, "los guardias temblaron de miedo cuando lo vieron y cayeron desmayados por completo" (Mateo 28:4, NTV). El ángel los dejó así. Pero luego habló a las mujeres que fueron a la tumba: "¡No teman!—dijo—. Sé que buscan a Jesús, el que fue crucificado. ¡No está aquí! Ha resucitado tal como dijo que sucedería" (versículos 5–6, NTV). A un grupo, Dios les permitió ser consumidos por el temor; al otro, les quitó el miedo y les dio esperanza. La diferencia estuvo en la fe frente a la incredulidad.