Pregunta
¿Qué dice la Biblia sobre la misantropía?
Respuesta
La misantropía es una aversión general hacia otras personas. Puede manifestarse desde una indiferencia pasiva hasta un odio activo hacia toda la raza humana. Aunque rara en su forma más extrema, la mayoría de nosotros albergábamos alguna forma leve de misantropía antes de conocer a Jesús. El odio a los demás forma parte de nuestra naturaleza caída y egoísta. Pero cuando el Espíritu Santo obra en un corazón arrepentido, la misantropía debe desaparecer. Jesús transforma a los misántropos en personas que aman a los demás.
La misantropía es lo opuesto al amor, y el amor es el mandamiento más frecuente en la Biblia. Desde "No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Levítico 19:18, NBLA) hasta "Un mandamiento nuevo les doy: "que se amen los unos a los otros"; que como Yo los he amado, así también se amen los unos a los otros" (Juan 13:34, NBLA), la Escritura nos ordena amar a Dios (Deuteronomio 6:5), amarnos unos a otros (Gálatas 5:14) e incluso amar a nuestros enemigos (Lucas 6:27). Es imposible obedecer estos mandamientos y seguir siendo misántropo. Puesto que Dios no nos ordena hacer lo que no podemos, tanto el amor como la misantropía son decisiones que tomamos.
A menudo justificamos nuestra misantropía a causa de experiencias negativas o dolorosas del pasado. Los prejuicios raciales, socioeconómicos e incluso el celo religioso pueden alimentarla. Los medios con los que nos entretenemos también pueden endurecer nuestros corazones hacia los demás. Si nos sumergimos en discursos sensacionalistas, temerosos u odiosos de algunos programas de radio, televisión o pódcast, empezaremos a ver el mundo entero como un lugar oscuro y feo. El odio a los musulmanes, judíos, hindúes u otros grupos religiosos puede disfrazarse de fervor piadoso, pero en realidad estaríamos haciendo el juego a nuestro enemigo, Satanás, quien inspira el odio.
¿Cómo cambia un misántropo? "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado" (Romanos 5:5, NBLA). Cuando entregamos nuestras vidas a Jesús, Él comienza a transformarnos. Una de las áreas que debe ser reemplazada es nuestra actitud hacia los seres humanos, creados a imagen de Dios (Santiago 3:9–10). Amar a Dios implica amar a las personas que Él ama. "Si alguien dice: "Yo amo a Dios", pero aborrece a su hermano, es un mentiroso. Porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto" (1 Juan 4:20, NBLA).
Una verdad que debemos reconocer es que este amor por los demás no surge de forma natural. Por eso el amor tiene que ser mandado. El primer paso para cambiar una actitud misántropa es reconocerla como pecado. Cuando estamos de acuerdo con Dios acerca de nuestro pecado y lo confesamos, Él no solo nos perdona (1 Juan 1:9), sino que también nos capacita para superarlo (Romanos 6:1–4).
Luego, podemos estudiar el significado del amor y modelarlo conforme a las formas en que Jesús lo demostró. "El amor es paciente, es bondadoso. El amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante. No se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido. El amor no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser" (1 Corintios 13:4–8, NBLA). El ejemplo de servicio humilde de Jesús nos muestra cómo poner ese amor en práctica (Mateo 14:14; Marcos 6:34). Vemos que su amor siempre estaba acompañado por acción. El amor no es pasivo; actúa activamente para beneficiar a otros. Cuando Jesús tenía compasión, hacía algo. Para seguir Su ejemplo, debemos encontrar maneras de servir desinteresadamente. No importa si sentimos amor o no, porque la obediencia no es un sentimiento; es una acción.
La misantropía es la cúspide del pensamiento egocéntrico. Se basa en la idea errónea de que solo nosotros somos dignos del amor y el perdón de Dios, y que nadie más lo es. Supone que nuestra opinión sobre los demás es correcta y que tenemos razón al juzgarlos indignos. Sin embargo, la misantropía contrasta directamente con "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Juan 3:16, NBLA). Dios miró a ese mismo grupo de personas—toda la humanidad—e hizo algo para salvarnos. Eligió salvarnos porque, queramos admitirlo o no, todos estamos en ese grupo indigno (Romanos 3:10). Cuando permitimos que el amor de Dios penetre la dureza de nuestro corazón, la misantropía deja de reinar.
La misantropía es lo opuesto al amor, y el amor es el mandamiento más frecuente en la Biblia. Desde "No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Levítico 19:18, NBLA) hasta "Un mandamiento nuevo les doy: "que se amen los unos a los otros"; que como Yo los he amado, así también se amen los unos a los otros" (Juan 13:34, NBLA), la Escritura nos ordena amar a Dios (Deuteronomio 6:5), amarnos unos a otros (Gálatas 5:14) e incluso amar a nuestros enemigos (Lucas 6:27). Es imposible obedecer estos mandamientos y seguir siendo misántropo. Puesto que Dios no nos ordena hacer lo que no podemos, tanto el amor como la misantropía son decisiones que tomamos.
A menudo justificamos nuestra misantropía a causa de experiencias negativas o dolorosas del pasado. Los prejuicios raciales, socioeconómicos e incluso el celo religioso pueden alimentarla. Los medios con los que nos entretenemos también pueden endurecer nuestros corazones hacia los demás. Si nos sumergimos en discursos sensacionalistas, temerosos u odiosos de algunos programas de radio, televisión o pódcast, empezaremos a ver el mundo entero como un lugar oscuro y feo. El odio a los musulmanes, judíos, hindúes u otros grupos religiosos puede disfrazarse de fervor piadoso, pero en realidad estaríamos haciendo el juego a nuestro enemigo, Satanás, quien inspira el odio.
¿Cómo cambia un misántropo? "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado" (Romanos 5:5, NBLA). Cuando entregamos nuestras vidas a Jesús, Él comienza a transformarnos. Una de las áreas que debe ser reemplazada es nuestra actitud hacia los seres humanos, creados a imagen de Dios (Santiago 3:9–10). Amar a Dios implica amar a las personas que Él ama. "Si alguien dice: "Yo amo a Dios", pero aborrece a su hermano, es un mentiroso. Porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto" (1 Juan 4:20, NBLA).
Una verdad que debemos reconocer es que este amor por los demás no surge de forma natural. Por eso el amor tiene que ser mandado. El primer paso para cambiar una actitud misántropa es reconocerla como pecado. Cuando estamos de acuerdo con Dios acerca de nuestro pecado y lo confesamos, Él no solo nos perdona (1 Juan 1:9), sino que también nos capacita para superarlo (Romanos 6:1–4).
Luego, podemos estudiar el significado del amor y modelarlo conforme a las formas en que Jesús lo demostró. "El amor es paciente, es bondadoso. El amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante. No se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido. El amor no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser" (1 Corintios 13:4–8, NBLA). El ejemplo de servicio humilde de Jesús nos muestra cómo poner ese amor en práctica (Mateo 14:14; Marcos 6:34). Vemos que su amor siempre estaba acompañado por acción. El amor no es pasivo; actúa activamente para beneficiar a otros. Cuando Jesús tenía compasión, hacía algo. Para seguir Su ejemplo, debemos encontrar maneras de servir desinteresadamente. No importa si sentimos amor o no, porque la obediencia no es un sentimiento; es una acción.
La misantropía es la cúspide del pensamiento egocéntrico. Se basa en la idea errónea de que solo nosotros somos dignos del amor y el perdón de Dios, y que nadie más lo es. Supone que nuestra opinión sobre los demás es correcta y que tenemos razón al juzgarlos indignos. Sin embargo, la misantropía contrasta directamente con "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Juan 3:16, NBLA). Dios miró a ese mismo grupo de personas—toda la humanidad—e hizo algo para salvarnos. Eligió salvarnos porque, queramos admitirlo o no, todos estamos en ese grupo indigno (Romanos 3:10). Cuando permitimos que el amor de Dios penetre la dureza de nuestro corazón, la misantropía deja de reinar.