Pregunta
¿Qué debemos aprender de la historia del hombre rico y Lázaro en Lucas 16?
Respuesta
Lucas 16:19-31 relata la historia de un hombre muy rico que vivía en un lujo desmedido. A las puertas de su casa yacía un hombre extremadamente pobre llamado Lázaro, quien solo deseaba "comer las migajas que caían de la mesa del rico" (v. 21). El hombre rico era completamente indiferente a la situación de Lázaro, mostrando una total falta de amor, simpatía y compasión. Finalmente, ambos murieron. Lázaro fue al cielo, mientras que el hombre rico fue al infierno. Apelando a "Abraham, padre mío" en el cielo, el hombre rico pidió que Lázaro fuese enviado a aliviar su sufrimiento con una gota de agua en su lengua, para aminorar su "agonía en este fuego". También pidió que Lázaro volviera a la tierra para advertir a sus hermanos y que estos se arrepintieran, evitando así un destino similar al suyo en el infierno. Ambas peticiones fueron denegadas. Abraham le explicó que, si sus hermanos no creían en las Escrituras, tampoco creerían a un mensajero, aunque viniera del cielo.
Se debate si esta historia es un relato real o una parábola, ya que incluye nombres propios, algo único entre las parábolas. Sea cual sea el caso, este pasaje ofrece grandes enseñanzas:
En primer lugar, Jesús enseña que el cielo y el infierno son lugares reales y literales. Lamentablemente, muchos predicadores evitan hablar de temas incómodos como el infierno. Algunos incluso predican el "universalismo", la creencia de que todos irán al cielo. Sin embargo, Cristo habló mucho sobre el infierno, al igual que Pablo, Pedro, Juan, Judas y el autor de Hebreos. La Biblia deja claro que cada persona que ha vivido pasará la eternidad en el cielo o en el infierno. Como el hombre rico en la historia, multitudes hoy están convencidas de que todo está bien con sus almas, pero muchos escucharán a nuestro Salvador decirles lo contrario al morir (Mateo 7:23).
Este relato también ilustra que, al cruzar el horizonte eterno, no hay más oportunidades. El estado eterno de cada persona se decide en el momento de la muerte (2 Corintios 5:8; Lucas 23:43; Filipenses 1:23). Cuando los creyentes mueren, están inmediatamente en la gozosa presencia de Dios en el cielo. Cuando los incrédulos mueren, entran inmediatamente en el dolor consciente del infierno. Observemos que el hombre rico no pidió a sus hermanos que oraran para que él fuera liberado de un supuesto purgatorio. Sabía que estaba en el infierno y entendía por qué. Por eso, solo pidió consuelo y una advertencia para sus hermanos. Sabía que no había escapatoria, que estaba eternamente separado de Dios, y Abraham dejó claro que no había esperanza de alivio para su dolor y sufrimiento. Los que están en el infierno recordarán perfectamente las oportunidades perdidas y su rechazo del evangelio.
Como muchos que creen en el "evangelio de la prosperidad", el hombre rico veía erróneamente sus riquezas materiales como evidencia del amor y la bendición de Dios. También asumía que los pobres como Lázaro estaban maldecidos por Dios. Sin embargo, como exhorta el apóstol Santiago: "Han vivido lujosamente sobre la tierra, y han llevado una vida de placer desenfrenado. Han engordado sus corazones en el día de la matanza" (Santiago 5:5). No solo las riquezas no llevan al cielo, sino que tienen el poder de alejar a una persona de Dios como pocas cosas pueden hacerlo. Las riquezas son engañosas (Marcos 4:19). No es imposible que los ricos entren al cielo (muchos héroes bíblicos fueron ricos), pero la Escritura afirma que es muy difícil (Mateo 19:23-24; Marcos 10:23-25; Lucas 18:24-25).
Los verdaderos seguidores de Cristo no serán indiferentes a la situación de los pobres como lo fue el hombre rico. Dios ama a los pobres y se ofende cuando Sus hijos los descuidan (Proverbios 17:5; 22:9, 22-23; 29:7; 31:8-9). De hecho, quienes muestran misericordia a los pobres están ministrando a Cristo personalmente (Mateo 25:35-40). Los cristianos se reconocen por los frutos que producen. La presencia del Espíritu Santo en nuestros corazones impactará cómo vivimos y qué hacemos.
Las palabras de Abraham en los versículos 29 y 31, al mencionar a "Moisés y los Profetas" (las Escrituras), confirman que el entendimiento de la Palabra de Dios tiene el poder de transformar la incredulidad en fe (Hebreos 4:12; Santiago 1:18; 1 Pedro 1:23). Además, comprender las Escrituras nos ayuda a aceptar que los hijos de Dios, como Lázaro, pueden sufrir en esta tierra, pues el sufrimiento es una consecuencia del pecado en el mundo caído.
La Biblia dice que nuestras vidas terrenales son "un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece" (Santiago 4:14). Nuestro tiempo en la tierra es extremadamente breve. Quizás la mayor lección de esta historia sea que, cuando llegue la muerte, solo importará una cosa: nuestra relación con Jesucristo. "¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma?" (Mateo 16:26; Marcos 8:36). La vida eterna solo se encuentra en Cristo: "Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en Su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida, y el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida" (1 Juan 5:11-12). La verdad es que, si deseamos vivir alejados de Dios en la tierra, Él respetará ese deseo por la eternidad. Como dijo un pastor: "Si abordas el tren de la incredulidad, tendrás que llevarlo hasta su destino".
Se debate si esta historia es un relato real o una parábola, ya que incluye nombres propios, algo único entre las parábolas. Sea cual sea el caso, este pasaje ofrece grandes enseñanzas:
En primer lugar, Jesús enseña que el cielo y el infierno son lugares reales y literales. Lamentablemente, muchos predicadores evitan hablar de temas incómodos como el infierno. Algunos incluso predican el "universalismo", la creencia de que todos irán al cielo. Sin embargo, Cristo habló mucho sobre el infierno, al igual que Pablo, Pedro, Juan, Judas y el autor de Hebreos. La Biblia deja claro que cada persona que ha vivido pasará la eternidad en el cielo o en el infierno. Como el hombre rico en la historia, multitudes hoy están convencidas de que todo está bien con sus almas, pero muchos escucharán a nuestro Salvador decirles lo contrario al morir (Mateo 7:23).
Este relato también ilustra que, al cruzar el horizonte eterno, no hay más oportunidades. El estado eterno de cada persona se decide en el momento de la muerte (2 Corintios 5:8; Lucas 23:43; Filipenses 1:23). Cuando los creyentes mueren, están inmediatamente en la gozosa presencia de Dios en el cielo. Cuando los incrédulos mueren, entran inmediatamente en el dolor consciente del infierno. Observemos que el hombre rico no pidió a sus hermanos que oraran para que él fuera liberado de un supuesto purgatorio. Sabía que estaba en el infierno y entendía por qué. Por eso, solo pidió consuelo y una advertencia para sus hermanos. Sabía que no había escapatoria, que estaba eternamente separado de Dios, y Abraham dejó claro que no había esperanza de alivio para su dolor y sufrimiento. Los que están en el infierno recordarán perfectamente las oportunidades perdidas y su rechazo del evangelio.
Como muchos que creen en el "evangelio de la prosperidad", el hombre rico veía erróneamente sus riquezas materiales como evidencia del amor y la bendición de Dios. También asumía que los pobres como Lázaro estaban maldecidos por Dios. Sin embargo, como exhorta el apóstol Santiago: "Han vivido lujosamente sobre la tierra, y han llevado una vida de placer desenfrenado. Han engordado sus corazones en el día de la matanza" (Santiago 5:5). No solo las riquezas no llevan al cielo, sino que tienen el poder de alejar a una persona de Dios como pocas cosas pueden hacerlo. Las riquezas son engañosas (Marcos 4:19). No es imposible que los ricos entren al cielo (muchos héroes bíblicos fueron ricos), pero la Escritura afirma que es muy difícil (Mateo 19:23-24; Marcos 10:23-25; Lucas 18:24-25).
Los verdaderos seguidores de Cristo no serán indiferentes a la situación de los pobres como lo fue el hombre rico. Dios ama a los pobres y se ofende cuando Sus hijos los descuidan (Proverbios 17:5; 22:9, 22-23; 29:7; 31:8-9). De hecho, quienes muestran misericordia a los pobres están ministrando a Cristo personalmente (Mateo 25:35-40). Los cristianos se reconocen por los frutos que producen. La presencia del Espíritu Santo en nuestros corazones impactará cómo vivimos y qué hacemos.
Las palabras de Abraham en los versículos 29 y 31, al mencionar a "Moisés y los Profetas" (las Escrituras), confirman que el entendimiento de la Palabra de Dios tiene el poder de transformar la incredulidad en fe (Hebreos 4:12; Santiago 1:18; 1 Pedro 1:23). Además, comprender las Escrituras nos ayuda a aceptar que los hijos de Dios, como Lázaro, pueden sufrir en esta tierra, pues el sufrimiento es una consecuencia del pecado en el mundo caído.
La Biblia dice que nuestras vidas terrenales son "un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece" (Santiago 4:14). Nuestro tiempo en la tierra es extremadamente breve. Quizás la mayor lección de esta historia sea que, cuando llegue la muerte, solo importará una cosa: nuestra relación con Jesucristo. "¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma?" (Mateo 16:26; Marcos 8:36). La vida eterna solo se encuentra en Cristo: "Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en Su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida, y el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida" (1 Juan 5:11-12). La verdad es que, si deseamos vivir alejados de Dios en la tierra, Él respetará ese deseo por la eternidad. Como dijo un pastor: "Si abordas el tren de la incredulidad, tendrás que llevarlo hasta su destino".