Pregunta

¿Por qué es grande nuestra recompensa en el cielo si somos perseguidos e injuriados (Mateo 5:12)?

Respuesta
Los principales destinatarios del Sermón del Monte de Cristo (Mateo 5:1-7:29) eran los doce discípulos. Otros se acercaron para escuchar, pero la intención principal del Señor era enseñar a Sus seguidores más cercanos: los doce hombres que habían sido apartados para ser líderes en el reino de Dios (ver Mateo 19:28; Apocalipsis 21:14). Estos apóstoles serían los que sufrirían las persecuciones más feroces. Para hacer frente a esta situación, Jesús concluyó sus primeras Bienaventuranzas con esta maravillosa promesa: "Bienaventurados serán cuando los insulten y persigan, y digan todo género de mal contra ustedes falsamente, por causa de Mí. Regocíjense y alégrense, porque la recompensa de ustedes en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que ustedes" (Mateo 5:11–12, NBLA).

Los discípulos estaban a punto de sufrir una persecución sin precedentes bajo el cruel Imperio Romano. De hecho, a lo largo de la historia, los fieles seguidores de Cristo han enfrentado una intensa opresión y persecución (2 Timoteo 3:12; Filipenses 1:29). El Señor sabía que los líderes de Su reino y Sus siervos fieles necesitarían mantener una perspectiva eterna. Las Bienaventuranzas nos dan esta esperanza: nos aseguran que, sin importar cuánto sufrimiento y dificultades soportemos por causa de Cristo, podemos estar seguros de que nuestra recompensa en el cielo será grande.

El honor, la bendición y la recompensa en el cielo no se prometen simplemente como pago por las injusticias sufridas en esta vida, sino específicamente para los "que han sido perseguidos por causa de la justicia" (Mateo 5:10). Dios tiene reservado un premio especial para los creyentes que han sufrido insultos, burlas, castigos y tratos injustos por su postura y testimonio a favor de Jesucristo. Se trata de cristianos que practican con fervor la justicia del reino y sufren por ello.

Estos siervos del reino son como los profetas del Antiguo Testamento, que "fueron ridiculizados y sus espaldas fueron laceradas con látigos; otros fueron encadenados en prisiones. Algunos murieron apedreados, a otros los cortaron por la mitad con una sierra y a otros los mataron a espada. Algunos anduvieron vestidos con pieles de ovejas y cabras, desposeídos y oprimidos y maltratados. Este mundo no era digno de ellos. Vagaron por desiertos y montañas, se escondieron en cuevas y hoyos de la tierra" (Hebreos 11:32-38, NTV; cf. Hebreos 11:26; ver también Hechos 7:51-53; Santiago 5:10). A todos los que sufren abusos similares a los de los profetas de antaño, Jesús les promete recompensas indescriptibles en el cielo.

Jesús no solo anima a sus "partidarios" más leales a soportar la persecución, sino a "regocijarse y alegrarse" en ella. A pesar de sus dificultades temporales, estos siervos poseen las cualidades más distintivas de los siervos del reino. Tienen el valor radical de dejar que "brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos" (Mateo 5:16). Son lo suficientemente valientes como para soportar el sufrimiento a manos de los enemigos de su Rey y aun así regocijarse (ver Hechos 5:41; Romanos 5:3, 2 Corintios 12:10; Hebreos 10:34; Santiago 1:2; 1 Pedro 4:13). De hecho, están dispuestos a perderlo todo, incluso sus propias vidas, para ganar el reino de los cielos (Apocalipsis 12:11).

El estilo de vida del apóstol Pablo ejemplificaba el de un siervo del reino. Consideraba que todo lo que tenía valor en esta vida temporal era insignificante en comparación con el "incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo, y ser hallado en Él, no teniendo mi propia justicia derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe, y conocerlo a Él, el poder de Su resurrección y la participación en Sus padecimientos, llegando a ser como Él en Su muerte, a fin de llegar a la resurrección de entre los muertos" (Filipenses 3:7-11, NBLA).

Como cristianos, debemos esperar que el mundo nos odie (Marcos 13:13; 1 Juan 3:12). Pero si vivimos como siervos dedicados al reino, participando en los sufrimientos de Cristo debido a nuestra identificación con él, nuestra recompensa en el cielo será grande: "Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación" (2 Corintios 4:17). El apóstol Pedro afirmó: "Amados, no se sorprendan del fuego de prueba que en medio de ustedes ha venido para probarlos, como si alguna cosa extraña les estuviera aconteciendo. Antes bien, en la medida en que comparten los padecimientos de Cristo, regocíjense, para que también en la revelación de Su gloria se regocijen con gran alegría" (1 Pedro 4:12-13). Nuestro sufrimiento presente ni siquiera es comparable con las glorias del cielo (Romanos 8:18).

La Biblia es muy clara en cuanto a que Dios recompensa nuestra fidelidad hacia Él (Génesis 15:1; Rut 2:12; Proverbios 13:13; Salmo 18:20; Lucas 6:35; Colosenses 3:24). Jesús mismo promete la "corona de la vida" a los que sufren persecución (Apocalipsis 2:10). Nuestra recompensa en el cielo es grande cuando nuestro deseo de vivir con rectitud es intenso y decidido, cuando nuestro testimonio de Cristo brilla con tanta intensidad que los enemigos del reino de Dios se ven obligados a extinguir su resplandor.