Pregunta

El fruto del Espíritu Santo - ¿Qué es el dominio propio?

Respuesta
La última característica que aparece en Gálatas 5:22-23 como fruto del Espíritu es el dominio propio. El fruto del Espíritu es el cambio en nuestro carácter que se produce gracias a la obra del Espíritu Santo en nosotros. No nos convertimos en cristianos por nuestra propia fuerza, ni podemos crecer por nosotros mismos. Filipenses 2:13 dice que "Dios es quien obra en ustedes tanto el querer como el hacer, para Su buena intención". Todo lo bueno que hacemos es fruto de la obra del Espíritu en nuestras vidas.

El dominio propio es, por supuesto, la capacidad de controlarse a uno mismo. Implica moderación, restricción y la capacidad de decir "no" a nuestros deseos más básicos y a los placeres carnales.

Una de las pruebas de la obra de Dios en nuestras vidas es la capacidad de controlar nuestros propios pensamientos, palabras y acciones. No es que seamos débil de voluntad por naturaleza. Pero nuestra naturaleza caída está bajo la influencia del pecado. La Biblia lo llama ser "esclavo del pecado" (Romanos 6:6). Una definición de pecado es "satisfacer una necesidad legítima por medios ilegítimos". Sin el poder del Espíritu Santo, somos incapaces de saber y elegir la mejor manera de satisfacer nuestras necesidades. Incluso si supiéramos lo que sería mejor, como no fumar, otra necesidad, como la comodidad, tendría prioridad y nos esclavizaría de nuevo.

Cuando somos salvos por el sacrificio de Cristo, somos libres (Gálatas 5:1). Esa libertad incluye, entre otras cosas, la libertad del pecado. "Sabemos esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo, para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado" (Romanos 6:6). Ahora, como el Espíritu nos da dominio propio, podemos rechazar el pecado.

Los creyentes necesitamos dominio propio, porque el mundo exterior y las fuerzas internas siguen atacándonos (Romanos 7:21-25). Al igual que una ciudad vulnerable, debemos tener defensas. Las murallas que rodeaban las ciudades antiguas estaban diseñadas para mantener alejados a los enemigos. Los jueces que estaban a las puertas decidían quién podía entrar y quién debía permanecer fuera. Los soldados y las puertas hacían cumplir esas decisiones. En nuestras vidas, estas defensas pueden incluir evitar las relaciones cercanas con los pecadores, reunirnos con otros creyentes y meditar en la vida que da la Palabra de Dios. No mostramos dominio propio si seguimos jugando con lo que nos esclaviza.

El dominio propio conduce naturalmente a la perseverancia (2 Pedro 1:6), ya que valoramos el bien a largo plazo en lugar de la gratificación instantánea del mundo. El dominio propio es un don que nos libera. Nos libera para disfrutar de los beneficios de un cuerpo sano. Nos libera para descansar en la seguridad de una buena administración. Nos libera de una conciencia culpable. El dominio propio restringe la indulgencia de nuestros deseos necios, y encontramos la libertad para amar y vivir como debemos.