Pregunta
¿Qué significa que tenemos esta esperanza como ancla (Hebreos 6:19)?
Respuesta
En Hebreos 6:16-20, el escritor bíblico pretende infundir una esperanza inquebrantable en sus lectores para evitar que se desvíen sin rumbo fijo en la vida cristiana. Lo hace identificando tres fuentes de esperanza totalmente fiables que sirven de ancla para el alma: la Palabra de Dios, el carácter de Dios y el Hijo de Dios.
El Señor no solo nos da la promesa de la salvación y la vida eterna (Juan 3:16), sino que la refuerza vinculándose con un juramento "para que los que recibieran la promesa pudieran estar totalmente seguros de que él jamás cambiaría de parecer" (Hebreos 6:17, NTV). La Palabra y la naturaleza de Dios son sólidas como una roca. Él es digno de confianza, y "es imposible que Dios mienta" (Hebreos 6:18, NBLA). La fiabilidad de la promesa de Dios y Su carácter refuerzan nuestra fe para que podamos "estar bien confiados aferrándonos a la esperanza que está delante de nosotros" (versículo 18).
"Tenemos como ancla del alma, una esperanza segura y firme, y que penetra hasta detrás del velo, adonde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho, según el orden de Melquisedec, Sumo Sacerdote para siempre" (Hebreos 6:19-20, NBLA). El Hijo de Dios, nuestro Salvador Jesucristo, es un ancla poderosa y confiable para nuestras almas.
Nuestro ánimo inspirado por la esperanza se fundamenta en la obra consumada de Cristo. Como nuestro sumo sacerdote, Jesús "entró en ese tabernáculo superior y más perfecto que está en el cielo. [...] Con su propia sangre—no con la sangre de cabras ni de becerros—entró en el Lugar Santísimo una sola vez y para siempre, y aseguró nuestra redención eterna" (Hebreos 9:11-12, NTV). A través de Su vida, muerte y resurrección, Jesucristo ha obtenido la victoria definitiva sobre el pecado y la muerte por nosotros (Colosenses 2:14-15; Romanos 6:9; 1 Juan 5:4). Gracias a Él, tenemos la promesa de la vida eterna (1 Juan 2:25).
El ancla ha sido un símbolo de esperanza entre los cristianos desde los días de la iglesia primitiva. (A Dictionary of Christian Antiquities, vol. I, W. Smith y S. Cheetham, ed., Londres: John Murray, 1875, p. 81 - solo disponible en inglés). La metáfora del ancla enfatiza la estabilidad y la seguridad de Cristo como nuestra esperanza. El autor describe esta esperanza como un ancla "firme y segura" (NVI), "ancla firme y confiable" (NLT). El ancla de un barco permite que la embarcación permanezca fija e inmóvil independientemente de las condiciones del mar. Nuestra fe en Jesucristo nos impide convertirnos en una "ola del mar, impulsada por el viento" (Santiago 1:6, NBLA).
Así como un ancla impide que un barco se desvíe con los vientos y las corrientes, mantener nuestros ojos fijos en la esperanza del cielo (2 Corintios 4:16-18) y en el "autor y consumador de la fe" (Hebreos 12:2, NBLA), que es Jesucristo, impedirá que nuestras almas vacilen y se desvíen en tiempos de presión y confusión. Dios "nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, para obtener una herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos para ustedes. Mediante la fe ustedes son protegidos por el poder de Dios, para la salvación que está preparada para ser revelada en el último tiempo. En lo cual ustedes se regocijan grandemente, aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, sean afligidos con diversas pruebas" (1 Pedro 1:3-6, NBLA).
Como creyentes, tenemos "una esperanza viva" y "una esperanza como un ancla" que nos mantiene seguros porque está atada a la Palabra firme de Dios y al carácter inmutable y confiable de Dios. Él es fiel, y Sus promesas son verdaderas (Josué 21:45; Salmo 33:4; Hebreos 10:23). Un comentarista imagina la cuerda del ancla extendiéndose "desde las alturas del cielo hasta la tierra, donde los fieles pueden agarrarse a la esperanza que nos ha sido puesta delante. Al igual que los escaladores que escalan una altura imponente, los cristianos se mantienen firmes confiando en las promesas de Dios, aferrándose con todas sus fuerzas a esta cuerda de esperanza" (Long, T., Hebreos, John Knox Press, 1997, p. 78 - solo disponible en inglés). Con Jesucristo como nuestra ancla, ningún poder de las tinieblas ni ninguna oposición terrenal puede hacernos daño (Romanos 8:31-34).
Vivimos con esperanza porque tenemos al Espíritu Santo dentro de nosotros como garantía de nuestra redención y plena adopción como hijos e hijas de Dios (Romanos 8:23-25; Efesios 1:11-14). Cuando esta "tienda terrenal que es nuestra morada, es destruida, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha por manos, eterna en los cielos. Pues, en verdad, en esta morada gemimos, anhelando ser vestidos con nuestra habitación celestial; y una vez vestidos, no seremos hallados desnudos. Porque asimismo, los que estamos en esta tienda, gemimos agobiados, pues no queremos ser desvestidos, sino vestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Y el que nos preparó para esto mismo es Dios, quien nos dio el Espíritu como garantía" (2 Corintios 5:1-5, NBLA).
La esperanza que se nos presenta como ancla de nuestra alma es que Jesucristo ya nos ha precedido en el lugar santísimo, donde Dios habita en gloria. La Palabra de Dios promete que un día estaremos con Él allí. Esa realidad futura ya está asegurada por la obra consumada de Jesús, nuestro Sumo Sacerdote. Él es también nuestro Gran Pastor que "por la sangre del pacto eterno" nos equipa "en toda obra buena para hacer Su voluntad" mientras estamos en la tierra (Hebreos 13:20-21, NBLA; ver también Efesios 2:8-10). Esta esperanza, como un ancla, nos mantiene firmes en esta vida y seguros en el futuro, porque está firmemente unida al trono eterno de Dios.
El Señor no solo nos da la promesa de la salvación y la vida eterna (Juan 3:16), sino que la refuerza vinculándose con un juramento "para que los que recibieran la promesa pudieran estar totalmente seguros de que él jamás cambiaría de parecer" (Hebreos 6:17, NTV). La Palabra y la naturaleza de Dios son sólidas como una roca. Él es digno de confianza, y "es imposible que Dios mienta" (Hebreos 6:18, NBLA). La fiabilidad de la promesa de Dios y Su carácter refuerzan nuestra fe para que podamos "estar bien confiados aferrándonos a la esperanza que está delante de nosotros" (versículo 18).
"Tenemos como ancla del alma, una esperanza segura y firme, y que penetra hasta detrás del velo, adonde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho, según el orden de Melquisedec, Sumo Sacerdote para siempre" (Hebreos 6:19-20, NBLA). El Hijo de Dios, nuestro Salvador Jesucristo, es un ancla poderosa y confiable para nuestras almas.
Nuestro ánimo inspirado por la esperanza se fundamenta en la obra consumada de Cristo. Como nuestro sumo sacerdote, Jesús "entró en ese tabernáculo superior y más perfecto que está en el cielo. [...] Con su propia sangre—no con la sangre de cabras ni de becerros—entró en el Lugar Santísimo una sola vez y para siempre, y aseguró nuestra redención eterna" (Hebreos 9:11-12, NTV). A través de Su vida, muerte y resurrección, Jesucristo ha obtenido la victoria definitiva sobre el pecado y la muerte por nosotros (Colosenses 2:14-15; Romanos 6:9; 1 Juan 5:4). Gracias a Él, tenemos la promesa de la vida eterna (1 Juan 2:25).
El ancla ha sido un símbolo de esperanza entre los cristianos desde los días de la iglesia primitiva. (A Dictionary of Christian Antiquities, vol. I, W. Smith y S. Cheetham, ed., Londres: John Murray, 1875, p. 81 - solo disponible en inglés). La metáfora del ancla enfatiza la estabilidad y la seguridad de Cristo como nuestra esperanza. El autor describe esta esperanza como un ancla "firme y segura" (NVI), "ancla firme y confiable" (NLT). El ancla de un barco permite que la embarcación permanezca fija e inmóvil independientemente de las condiciones del mar. Nuestra fe en Jesucristo nos impide convertirnos en una "ola del mar, impulsada por el viento" (Santiago 1:6, NBLA).
Así como un ancla impide que un barco se desvíe con los vientos y las corrientes, mantener nuestros ojos fijos en la esperanza del cielo (2 Corintios 4:16-18) y en el "autor y consumador de la fe" (Hebreos 12:2, NBLA), que es Jesucristo, impedirá que nuestras almas vacilen y se desvíen en tiempos de presión y confusión. Dios "nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, para obtener una herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos para ustedes. Mediante la fe ustedes son protegidos por el poder de Dios, para la salvación que está preparada para ser revelada en el último tiempo. En lo cual ustedes se regocijan grandemente, aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, sean afligidos con diversas pruebas" (1 Pedro 1:3-6, NBLA).
Como creyentes, tenemos "una esperanza viva" y "una esperanza como un ancla" que nos mantiene seguros porque está atada a la Palabra firme de Dios y al carácter inmutable y confiable de Dios. Él es fiel, y Sus promesas son verdaderas (Josué 21:45; Salmo 33:4; Hebreos 10:23). Un comentarista imagina la cuerda del ancla extendiéndose "desde las alturas del cielo hasta la tierra, donde los fieles pueden agarrarse a la esperanza que nos ha sido puesta delante. Al igual que los escaladores que escalan una altura imponente, los cristianos se mantienen firmes confiando en las promesas de Dios, aferrándose con todas sus fuerzas a esta cuerda de esperanza" (Long, T., Hebreos, John Knox Press, 1997, p. 78 - solo disponible en inglés). Con Jesucristo como nuestra ancla, ningún poder de las tinieblas ni ninguna oposición terrenal puede hacernos daño (Romanos 8:31-34).
Vivimos con esperanza porque tenemos al Espíritu Santo dentro de nosotros como garantía de nuestra redención y plena adopción como hijos e hijas de Dios (Romanos 8:23-25; Efesios 1:11-14). Cuando esta "tienda terrenal que es nuestra morada, es destruida, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha por manos, eterna en los cielos. Pues, en verdad, en esta morada gemimos, anhelando ser vestidos con nuestra habitación celestial; y una vez vestidos, no seremos hallados desnudos. Porque asimismo, los que estamos en esta tienda, gemimos agobiados, pues no queremos ser desvestidos, sino vestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Y el que nos preparó para esto mismo es Dios, quien nos dio el Espíritu como garantía" (2 Corintios 5:1-5, NBLA).
La esperanza que se nos presenta como ancla de nuestra alma es que Jesucristo ya nos ha precedido en el lugar santísimo, donde Dios habita en gloria. La Palabra de Dios promete que un día estaremos con Él allí. Esa realidad futura ya está asegurada por la obra consumada de Jesús, nuestro Sumo Sacerdote. Él es también nuestro Gran Pastor que "por la sangre del pacto eterno" nos equipa "en toda obra buena para hacer Su voluntad" mientras estamos en la tierra (Hebreos 13:20-21, NBLA; ver también Efesios 2:8-10). Esta esperanza, como un ancla, nos mantiene firmes en esta vida y seguros en el futuro, porque está firmemente unida al trono eterno de Dios.