Pregunta

¿Qué quiso decir Jesús cuando afirmó que el que ama su vida la pierde (Juan 12:25)?

Respuesta
Mientras Jesús se preparaba para Su muerte, enseñó a Sus discípulos una de las mayores paradojas del reino. Utilizando Su propia vida como ejemplo, Jesús les dijo: "Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. En verdad les digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo; pero si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la pierde; y el que aborrece su vida en este mundo, la conservará para vida eterna" (Juan 12:23-25, NBLA).

Jesús comparó Su muerte con un grano de trigo que cae en la tierra y perece. Solo cuando el grano muere en la tierra puede brotar de él nueva vida. Jesús sabía que la obediencia al llamado de Su Padre le costaría todo. Pronto moriría en una cruz. Sin embargo, también comprendió que Su muerte "produciría mucho fruto" al hacer posible que multitudes de creyentes nacieran de nuevo y recibieran la vida eterna (Juan 11:25-26; 1 Juan 5:11-12; Romanos 5:21; Hebreos 5:9; 9:12).

Después, el Señor transmitió este principio a Sus discípulos: "El que ama su vida, la pierde". No podemos "amar" nuestra vida y esperar seguir a Cristo. No podemos servir a Dios y a las riquezas (Mateo 6:24). Si nos pasamos la vida aferrándonos a las cosas de este mundo, al final lo perderemos todo. Después de perseguir todo lo que este mundo nos ofrece, al final descubriremos que "todo era vanidad y correr tras el viento, y sin provecho bajo el sol" (Eclesiastés 2:11).

Un principio relacionado es éste: "el que aborrece su vida en este mundo, la conservará para vida eterna". Si seguimos a Jesucristo como modelo, no amaremos nuestras vidas terrenales ni daremos más valor al mundo temporal del que damos a nuestra búsqueda del cielo. Buscaremos "el reino de Dios por encima de todo lo demás" (Mateo 6:33, NTV). Como el apóstol Pablo, diremos de esta existencia mortal: "Pero todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo" (Filipenses 3:7-8).

El creyente dispuesto a perder la vida ha puesto rumbo a la búsqueda de un tesoro celestial. Mucho antes de la hora de Su muerte, Jesús instó a Sus discípulos a que no se pasaran la vida en pos del dinero o adquiriendo posesiones: "No almacenes tesoros aquí en la tierra, donde las polillas se los comen y el óxido los destruye, y donde los ladrones entran y roban. Almacena tus tesoros en el cielo, donde las polillas y el óxido no pueden destruir, y los ladrones no entran a robar. Donde esté tu tesoro, allí estarán también los deseos de tu corazón" (Mateo 6:19-21, NTV).

Mateo compartió una versión ampliada de la enseñanza de Cristo, explicando que "amar nuestras vidas" significa aferrarnos a nuestras propias formas egoístas y obstinadas: "Si alguno de ustedes quiere ser mi seguidor, tiene que abandonar su propia manera de vivir, tomar su cruz y seguirme. Si tratas de aferrarte a la vida, la perderás, pero si entregas tu vida por mi causa, la salvarás. ¿Y qué beneficio obtienes si ganas el mundo entero pero pierdes tu propia alma? ¿Hay algo que valga más que tu alma?" (Mateo 16:24-26, NTV; ver también Lucas 9:24-25).

No podemos ser verdaderos seguidores de Cristo si intentamos servirle a nuestra manera. "Aborrecer nuestras vidas" significa renunciar a nuestro propio camino, dejar a un lado nuestra existencia egocéntrica y abandonarnos a nosotros mismos para servir al Señor y a los demás. Jesús dijo: "Pues he descendido del cielo para hacer la voluntad de Dios, quien me envió, no para hacer mi propia voluntad" (Juan 6:38, NTV, ver también Juan 5:30). Negarnos a nosotros mismos y tomar nuestra cruz es en lo que consiste la vida cristiana.

Pablo nos dio una vívida imagen de la actitud que debemos tener: "Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre, se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales. Por lo tanto, Dios lo elevó al lugar de máximo honor y le dio el nombre que está por encima de todos los demás nombres para que, ante el nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua declare que Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre" (Filipenses 2:6-11, NTV). Jesús se humilló y se vació hasta la devoción total y una muerte horrible, pero, al hacerlo, fue elevado al más alto lugar de honor.

El que ama su vida se aplica a cualquiera que rehúye el sacrificio por la causa de Cristo. A esa persona le preocupa la autoconservación. Se preocupa por mantener la seguridad, busca su propio bienestar y prefiere negar a Cristo antes que enfrentarse a los problemas. A éste se le advierte que perderá lo que más ama y desea conservar: su propia vida.

El que aborrece su vida en este mundo se aplica a cualquiera que esté dispuesto a renunciar a absolutamente todo en este mundo, incluida la propia vida, por amor a Jesucristo. Una persona así se dedica exclusivamente a Dios y a Su reino porque sabe que la recompensa es inestimable, más allá de todo valor terrenal. Comprende que es "necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios" (Hechos 14:22). Este tiene la promesa de la vida eterna.