Pregunta
¿Qué significa que el amor no es arrogante (1 Corintios 13:4)?
Respuesta
Primera carta a los Corintios 13 ofrece una visión profunda de la perspectiva cristiana del amor. Al describir el amor, se incluye la estipulación de que el amor "no es arrogante" (versículo 4).
La misma palabra traducida como "arrogante" ofrece información valiosa. Proviene de una palabra griega que significa "hincharse" o "inflarse". La expresión coloquial "creerse más que los demás" transmite la misma idea. Estar hinchado es tener una opinión exagerada de uno mismo. Pero la arrogancia no puede coexistir con el amor divino. El amor cristiano no es arrogante ni se centra en uno mismo.
Jesucristo es el ejemplo perfecto del amor desinteresado. Filipenses 2:6-8 dice que Jesús, aunque "existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz". Jesús no se centró en sí mismo. En cambio, se hizo siervo y murió con humildad para salvarnos. Como enseña Juan 15:13: "Nadie tiene un amor mayor que este: que uno dé su vida por sus amigos".
En contraste con la humildad del amor, los creyentes de Corinto eran conocidos por su comportamiento arrogante en ocasiones. Discutían sobre a qué apóstol seguían (capítulos 1-3), hablaban mal de Pablo (capítulo 4), se jactaban de su tolerancia hacia el comportamiento pecaminoso (capítulo 5), llevaban a otros creyentes a los tribunales con demandas (capítulo 6), deshonraban a Dios al participar en la Cena del Señor (capítulo 11) y discutían sobre qué dones espirituales eran los más importantes (capítulo 12). La exhortación de Pablo de que "el amor no es arrogante" proporcionó una corrección adecuada a sus actitudes egocéntricas.
La arrogancia es un pecado. Juan enseñó que la arrogancia de la vida "no proviene del Padre, sino del mundo" (1 Juan 2:16). Los Proverbios resumen la actitud de Dios con respecto a la arrogancia: "El orgullo, la arrogancia, el mal camino y la boca perversa, yo aborrezco" (Proverbios 8:13), y "Delante de la destrucción va el orgullo, y delante de la caída, la arrogancia de espíritu" (Proverbios 16:18).
William Penn, fundador de la colonia de Pensilvania, escribió: "Un hombre arrogante es una especie de glotón de sí mismo, pues nunca se satisface con amarse y admirarse a sí mismo, mientras que nada más, para él, es digno de amor o de cuidado" (de No Cross, No Crown, capítulo XII). Esta es precisamente la razón por la que el amor y la arrogancia son anatema el uno para el otro. En la arrogancia nos convertimos en objetos de nuestro propio amor; en la humildad aprendemos a amar a los demás. Una persona con amor divino no se preocupa por beneficiarse a sí misma. Lo único que ve el amor es la necesidad.
Cuando el buen samaritano se detuvo para ayudar al hombre necesitado en el camino de Jericó, no se preocupó por el hecho de que "los judíos no tienen tratos con los samaritanos" (Juan 4:9). Al buen samaritano no le importaba lo que pensaran los demás. Estaba allí para ayudar (Lucas 10:30-37). Su humilde atención a la necesidad de otra persona es el ejemplo que Jesús utilizó para ilustrar el amor al prójimo como a nosotros mismos.
La misma palabra traducida como "arrogante" ofrece información valiosa. Proviene de una palabra griega que significa "hincharse" o "inflarse". La expresión coloquial "creerse más que los demás" transmite la misma idea. Estar hinchado es tener una opinión exagerada de uno mismo. Pero la arrogancia no puede coexistir con el amor divino. El amor cristiano no es arrogante ni se centra en uno mismo.
Jesucristo es el ejemplo perfecto del amor desinteresado. Filipenses 2:6-8 dice que Jesús, aunque "existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz". Jesús no se centró en sí mismo. En cambio, se hizo siervo y murió con humildad para salvarnos. Como enseña Juan 15:13: "Nadie tiene un amor mayor que este: que uno dé su vida por sus amigos".
En contraste con la humildad del amor, los creyentes de Corinto eran conocidos por su comportamiento arrogante en ocasiones. Discutían sobre a qué apóstol seguían (capítulos 1-3), hablaban mal de Pablo (capítulo 4), se jactaban de su tolerancia hacia el comportamiento pecaminoso (capítulo 5), llevaban a otros creyentes a los tribunales con demandas (capítulo 6), deshonraban a Dios al participar en la Cena del Señor (capítulo 11) y discutían sobre qué dones espirituales eran los más importantes (capítulo 12). La exhortación de Pablo de que "el amor no es arrogante" proporcionó una corrección adecuada a sus actitudes egocéntricas.
La arrogancia es un pecado. Juan enseñó que la arrogancia de la vida "no proviene del Padre, sino del mundo" (1 Juan 2:16). Los Proverbios resumen la actitud de Dios con respecto a la arrogancia: "El orgullo, la arrogancia, el mal camino y la boca perversa, yo aborrezco" (Proverbios 8:13), y "Delante de la destrucción va el orgullo, y delante de la caída, la arrogancia de espíritu" (Proverbios 16:18).
William Penn, fundador de la colonia de Pensilvania, escribió: "Un hombre arrogante es una especie de glotón de sí mismo, pues nunca se satisface con amarse y admirarse a sí mismo, mientras que nada más, para él, es digno de amor o de cuidado" (de No Cross, No Crown, capítulo XII). Esta es precisamente la razón por la que el amor y la arrogancia son anatema el uno para el otro. En la arrogancia nos convertimos en objetos de nuestro propio amor; en la humildad aprendemos a amar a los demás. Una persona con amor divino no se preocupa por beneficiarse a sí misma. Lo único que ve el amor es la necesidad.
Cuando el buen samaritano se detuvo para ayudar al hombre necesitado en el camino de Jericó, no se preocupó por el hecho de que "los judíos no tienen tratos con los samaritanos" (Juan 4:9). Al buen samaritano no le importaba lo que pensaran los demás. Estaba allí para ayudar (Lucas 10:30-37). Su humilde atención a la necesidad de otra persona es el ejemplo que Jesús utilizó para ilustrar el amor al prójimo como a nosotros mismos.