Pregunta

¿Qué significa no hacer nada por egoísmo o por vanagloria (Filipenses 2:3)?

Respuesta
Filipenses 2:3-4 (NBLA) dice: "No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás". Pablo sigue instruyendo a los filipenses para que tengan la misma mentalidad que Jesús al relacionarse con los demás, y detalla lo humilde que era Jesús. ¿Qué significa no hacer nada por egoísmo o por vanagloria?

En primer lugar, definamos algunos términos. El egoísmo se puede entender como "la motivación para elevarse a uno mismo o anteponer los propios intereses a los de los demás". Es un planteamiento de "uno mismo por encima de los demás". El término griego tiene aquí una connotación de contencioso. De hecho, la Biblia Reina Valera traduce la palabra como "contienda". Vanagloria significa "orgullo excesivo" o "autoestima que no tiene fundamento en la realidad"; la vanagloria es un sentido elevado e incorrecto del yo. Por tanto, no hacer nada por egoísmo o vanagloria, significa no dejar que nuestras acciones estén motivadas por el egoísmo, el orgullo o la superioridad.

Podemos aprender a evitar actuar por egoísmo o por vanagloria, observando las palabras opuestas en el mismo contexto. Lo contrario de ser egoísta y vanidoso es considerar "al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás" (Filipenses 2:3-4, NBLA). Debemos aprender a centrarnos en los demás, no en nosotros mismos. Si ponemos a los demás en primer lugar, no seremos engreídos ni orgullosos ni demasiado ambiciosos. Es difícil ser engreído cuando consideramos a los demás como más importantes.

En Filipenses 2:1-2 (NBLA) Pablo escribe: "Por tanto, si hay algún estímulo en Cristo, si hay algún consuelo de amor, si hay alguna comunión del Espíritu, si algún afecto y compasión, hagan completo mi gozo, siendo del mismo sentir, conservando el mismo amor, unidos en espíritu, dedicados a un mismo propósito". Es mediante la comprensión de nuestra salvación como podemos vivir en unidad con otros creyentes y amarlos en Cristo. La base de que seamos afines y estemos libres de contiendas es cuádruple: 1) estamos unidos a Cristo, 2) somos consolados con el amor de Dios, 3) tenemos el mismo Espíritu, y 4) se nos ha dado una tierna compasión por los demás. Cuando realmente vemos lo mucho que Cristo ha hecho por nosotros y comprendemos la plenitud de Su amor, el orgullo y el egoísmo se desvanecen. Los que conocen el amor de Cristo no luchan por una posición dentro de la familia de Dios, sino que reconocen el propósito del cuerpo de Cristo y lo viven. Están dispuestos a ocupar un lugar inferior para servir a los demás (1 Pedro 4:10). Participan en la comunión cristiana centrándose en amar a Dios y a los demás (Marcos 12:30-31).

Filipenses 2:3b-4 instruye a los creyentes para que valoren a los demás por encima de sí mismos y velen por sus intereses. No nos elevamos por encima de los demás, sino que nos sacrificamos voluntariamente para amarlos. Cuando todos los creyentes actúan así, somos de un mismo sentir y todos son atendidos. Pablo da instrucciones similares a los gálatas, aconsejándoles que lleven las cargas de los demás (Gálatas 6:2) y que hagan el bien a todos, especialmente a los hermanos creyentes (Gálatas 6:10). Jesús era la personificación de la servidumbre. Poco después de lavar los pies a Sus discípulos, algo que suelen hacer los siervos más humildes, Jesús dijo: "Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros; que como Yo los he amado, así también se amen los unos a los otros. En esto conocerán todos que son Mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros" (Juan 13:34-35, NBLA). El amor de Jesús era abnegado. Actuó por el bien de los demás y no por Su propia gloria (ver Mateo 20:28).

En Filipenses 2:5-11, Pablo detalla el ejemplo de humildad de Jesús. Jesús "el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse" (Filipenses 2:5, NBLA). Al contrario, el Hijo de Dios se hizo humano. Es más, se humilló hasta lo más bajo y murió como un vergonzoso criminal en nuestro lugar. ¿Cómo podemos actuar con orgullo los que seguimos a un Señor así? Cuando consideramos lo que Cristo hizo por nosotros, aprendemos a no estar tan ensimismados. Jesús prometió que, a medida que tratemos de glorificar a Dios, nuestras necesidades serán satisfechas (Mateo 6:25-34), de modo que podemos centrarnos más en suplir las necesidades de los demás.

Cuando comprendemos el increíble sacrificio, la gracia y la misericordia de Dios en nuestro favor, nos damos cuenta de que no nos sirve de nada el orgullo. Cuando reconocemos la abundante gracia, provisión y amor de Dios, comprendemos que no tenemos necesidad de egoísmo. No necesitamos centrarnos únicamente en nuestros propios intereses porque descansamos en nuestro Salvador. Hemos sido adoptados en una familia eterna, y podemos aprender a amar a esa familia como el Padre nos ama a nosotros. En lugar de estar motivados por el egoísmo o el orgullo, podemos ser de un mismo sentir con los demás creyentes y anteponer sus intereses a los nuestros.