Pregunta
Domar la lengua: ¿por qué es tan difícil?
Respuesta
La idea de domar la lengua se encuentra en Santiago 3, donde Dios declara, a través del apóstol Santiago, que "ningún hombre puede domar la lengua" (Santiago 3:8, NBLA). La extensa enseñanza acerca de la lengua en este capítulo es tanto confrontadora como reveladora. Entre otras cosas, este capítulo muestra que la lengua es una parte pequeña del cuerpo, pero se jacta de grandes cosas (versículo 5); es un fuego, un mundo de maldad que contamina todo el cuerpo (versículo 6); está encendida por el infierno (versículo 6); y es un mal turbulento y llena de veneno mortal (versículo 8). ¿Cómo podríamos sorprendernos, entonces, de que Dios diga que domarla es imposible?
Cuando Adán pecó, Dios imputó ese pecado a toda la humanidad, así que, queramos aceptarlo o no, todo ser humano nace con un corazón corrupto y una naturaleza pecaminosa (Romanos 3:10–18). En lo más profundo de cada uno de nosotros habita cierto grado de odio, amargura, celos y orgullo, y la lengua toma estas tendencias destructivas y las expresa, muchas veces con el impulso de Satanás. Lo vemos a diario entre desconocidos, amigos, hermanos, y lo que es aún más triste, entre esposos, quienes, después de su amor por el Señor Jesús, deberían ser los que más se aman entre sí (Efesios 5:22–33).
Entonces, ¿qué se puede hacer para domar la lengua? Si Dios ha declarado que "ninguno" puede hacerlo, ¿cómo podemos siquiera intentarlo? Aunque muchas personas han dejado de fumar o de beber con fuerza de voluntad, el problema del corazón y de la lengua no se puede resolver con el esfuerzo humano. Solo el poder de Cristo resucitado en nosotros puede controlar la lengua, y ese poder está disponible únicamente para quienes rinden su vida a Él (Romanos 8:10–14). Como en tantas otras cosas de la vida, "para los hombres eso es imposible, pero para Dios todo es posible" (Mateo 19:26, NBLA).
Solo hay Uno que puede controlar la lengua. Solo con el Espíritu de Dios viviendo en nosotros podemos tener esperanza de dominarla. Él nos convence cuando pecamos con nuestros labios, y esa convicción nos lleva al arrepentimiento y a orar por una mayor llenura del Espíritu, para evitar caer nuevamente. Al aferrarnos a Él y rendirnos a Su voluntad en obediencia, Él nos gobierna cada vez más... incluyendo nuestra lengua.
Cuando Adán pecó, Dios imputó ese pecado a toda la humanidad, así que, queramos aceptarlo o no, todo ser humano nace con un corazón corrupto y una naturaleza pecaminosa (Romanos 3:10–18). En lo más profundo de cada uno de nosotros habita cierto grado de odio, amargura, celos y orgullo, y la lengua toma estas tendencias destructivas y las expresa, muchas veces con el impulso de Satanás. Lo vemos a diario entre desconocidos, amigos, hermanos, y lo que es aún más triste, entre esposos, quienes, después de su amor por el Señor Jesús, deberían ser los que más se aman entre sí (Efesios 5:22–33).
Entonces, ¿qué se puede hacer para domar la lengua? Si Dios ha declarado que "ninguno" puede hacerlo, ¿cómo podemos siquiera intentarlo? Aunque muchas personas han dejado de fumar o de beber con fuerza de voluntad, el problema del corazón y de la lengua no se puede resolver con el esfuerzo humano. Solo el poder de Cristo resucitado en nosotros puede controlar la lengua, y ese poder está disponible únicamente para quienes rinden su vida a Él (Romanos 8:10–14). Como en tantas otras cosas de la vida, "para los hombres eso es imposible, pero para Dios todo es posible" (Mateo 19:26, NBLA).
Solo hay Uno que puede controlar la lengua. Solo con el Espíritu de Dios viviendo en nosotros podemos tener esperanza de dominarla. Él nos convence cuando pecamos con nuestros labios, y esa convicción nos lleva al arrepentimiento y a orar por una mayor llenura del Espíritu, para evitar caer nuevamente. Al aferrarnos a Él y rendirnos a Su voluntad en obediencia, Él nos gobierna cada vez más... incluyendo nuestra lengua.