Pregunta

¿Qué significa que, si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo (1 Juan 1:9)?

Respuesta
En 1 Juan 1:5-10, el apóstol Juan describe la auténtica comunión con Jesucristo como caminar en la luz. Una forma en que los creyentes caminan en la luz es admitiendo honestamente su tendencia humana al pecado: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:8-9, NBLA).

Juan describe a Dios y a Jesús como luz (1 Juan 1:5; Juan 1:4-9). A menudo, Jesús se refirió a Sí mismo como luz (Juan 9:5; Juan 12:35-36). La santidad absoluta de Dios ilumina la oscuridad total de un mundo pecador. Los que desean tener una relación auténtica con Dios deben obedecer Su Palabra y vivir en Su luz. Pero, para ello, el problema del pecado debe tratarse abiertamente ante el Señor. Juan explica: "Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a Él mentiroso y Su palabra no está en nosotros" (1 Juan 1:10, NBLA).

La manera de afrontar el pecado es arrepentirse y confesarlo en cuanto lo reconozcamos. De lo contrario, la culpa pesará sobre nosotros, como le ocurrió a David (Salmo 32:3-4). "Finalmente te confesé todos mis pecados y ya no intenté ocultar mi culpa. Me dije: "Le confesaré mis rebeliones al Señor", ¡y tú me perdonaste! Toda mi culpa desapareció" (Salmo 32:5, NTV).

La palabra confesar se refiere a admitir un pecado. Cuando confesamos nuestros pecados a Dios, estamos de acuerdo con Él en que hemos quebrantado Su ley y, por tanto, merecemos un castigo. La confesión reconoce que estamos equivocados: somos personalmente culpables. La confesión confronta directamente nuestra negación del pecado. Con humildad decimos: "Señor, he pecado contra ti". Y los creyentes que quieran caminar en la luz de Dios deben estar dispuestos a dejar que Él se ocupe radicalmente de sus vidas.

Es importante señalar que, en el momento de la salvación, todos nuestros pecados son perdonados. En la cruz, Jesús pagó la pena por nuestros pecados, de una vez y para siempre (Efesios 1:7; Romanos 5:6-11; Hebreos 10:1-18). Una vez sellados con la sangre del pacto de Cristo, no hay nada que podamos hacer que nos aparte del cielo (Mateo 26:28). Todos nuestros pecados -pasados, presentes y futuros- son perdonados mediante la sangre de Jesucristo.

Sin embargo, Jesús enseñó que los creyentes deben seguir buscando diariamente el perdón de Dios (Mateo 6:11-12). Después de la salvación, los cristianos erramos muchas veces (Filipenses 3:12; Santiago 3:2, 8; 4:17). Por eso Juan afirmó: "Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad". Los pecados que están al descubierto y confesados a Dios no nos impedirán caminar en la luz pura de la auténtica comunión con Jesucristo.

Así que, en primer lugar, debemos estar dispuestos a admitir nuestros pecados ante nosotros mismos. "Porque yo reconozco mis transgresiones, y mi pecado está siempre delante de mí", dijo David en el Salmo 51:3. Nos herimos a nosotros mismos y obstaculizamos nuestra relación con Dios si intentamos ocultar o negar nuestros pecados: "El que encubre sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y los abandona hallará misericordia" (Proverbios 28:13, NBLA). Pero si somos sinceros con nosotros mismos, podemos arrepentirnos y confesar nuestros pecados a Dios y experimentar Su perdón y Su limpieza (Hechos 3:19).

A veces puede que necesitemos admitir que hemos hecho daño a un familiar, a un compañero de trabajo o a un hermano en Cristo. Las Escrituras nos enseñan a confesar nuestros pecados a otros creyentes y a buscar el perdón de aquellos a quienes hemos herido (Santiago 5:13-16; Mateo 5:23-25; Efesios 4:32; Colosenses 3:13).

Mantener cualquier relación sana, amorosa y estrecha requiere dar y recibir perdón, porque así es como funcionan las relaciones. En nuestra comunión con Dios y con otras personas, si ofendemos a la otra parte, reparamos la relación confesando nuestras faltas y pidiendo perdón.

Afortunadamente, Dios es "fiel" y "justo". Estos términos de 1 Juan 1:9 describen la naturaleza de Dios. La palabra fiel significa "caracterizado por un afecto o lealtad firmes". Dios nunca nos abandonará. Siempre podemos contar con Su amor firme y Su perdón (Isaías 43:25; Romanos 8:38). Cuando nos volvamos al Señor, Él tendrá misericordia de nosotros y perdonará gratuitamente nuestro pecado (Isaías 55:7).

Justo se refiere a ser "legal o éticamente correcto, recto, y especialmente libre de sesgo, favoritismo o engaño". Dios es moralmente honorable. Ha prometido en Su Palabra que, "si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo". Por tanto, podemos confiar en que Él "perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad". Pablo afirma: "él mismo es justo e imparcial, y a los pecadores los hace justos a sus ojos cuando creen en Jesús" (Romanos 3:26, NTV).