Pregunta
¿Qué dice la Biblia sobre la autogratificación / el autoplacer?
Respuesta
La autogratificación es el acto de complacerse a uno mismo o satisfacer los propios deseos. Todos los seres vivos buscan la autogratificación como una cuestión de supervivencia. Sentimos hambre, así que buscamos comida. Tenemos sed, entonces buscamos agua. Dios ha puesto sensores de placer en nuestros cerebros para que sintamos satisfacción al saciar esas necesidades. Incluso el acto de la procreación fue diseñado para ser placentero. Dios creó nuestro sentido del placer, por lo que buscar su satisfacción no es malo hasta que los medios para lograrlo sobrepasan los límites. Saber exactamente dónde está ese límite puede ser complicado, sin embargo, la Biblia nos da pautas claras que nos ayudan a identificarlo.
Los animales viven principalmente para la autogratificación, impulsados por el instinto y el funcionamiento interno de la cadena alimentaria. Una de las leyes fundamentales de la naturaleza es "comer o ser comido". Los animales se aparean por un instinto que el Señor ha tejido en su ADN para mantener el ciclo de la vida (Génesis 1:24). Pero los seres humanos fuimos creados de manera diferente a las plantas o los animales. Dios "sopló en su nariz el aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente" (Génesis 2:7). Debido a que la humanidad está hecha a imagen de Dios y posee el aliento de Dios, no formamos parte del reino animal. Tenemos un espíritu que puede razonar, amar, intuir y elegir ser desinteresado. Con nuestro espíritu, podemos comunicarnos con Dios, que también es Espíritu (Romanos 8:16; Apocalipsis 3:20). A diferencia de los animales, tenemos una brújula moral y podemos distinguir el bien del mal (Génesis 1:27).
El término autogratificación o placer propio se utiliza a menudo como sinónimo de masturbación, pero, en términos más generales, la autogratificación es "vivir según la carne" (Romanos 8:12-13). Nuestra "carne" es la parte egoísta de nosotros que quiere lo que quiere sin importarle los tabúes morales. La supervivencia nos impulsa a comer cuando tenemos hambre; la autogratificación nos sugiere que comamos más de lo que necesitamos porque nos gusta el sabor. La autoconservación nos impulsa a construir casas que nos mantengan abrigados y secos; la autogratificación nos impulsa a construir casas más bonitas y más grandes que las de los demás. La autoconservación nos lleva a la unión sexual con nuestros cónyuges para crear intimidad y traer los hijos a esa intimidad. La autogratificación busca el acto sexual por sí mismo, despojado de su diseño y propósito.
La autogratificación es pecaminosa. Complacernos a nosotros mismos nunca debe ser la fuerza motriz de nuestras vidas. Fuimos creados para complacer a Dios, no a nosotros mismos (1 Corintios 10:31). El placer supremo es el resultado de crucificar nuestra carne y abandonarnos a los propósitos superiores de Dios (Lucas 9:23). Vivir en armonía con el Espíritu de Dios nos hace reconocer más rápidamente cuando nuestro deseo de gratificación personal entra en conflicto con lo que el Señor desea (Gálatas 5:16-25). Los seguidores de Jesús ya han tomado la decisión sobre qué deseos deben reinar (Efesios 5:10-11). Cuando nos postramos ante la cruz y entregamos nuestras vidas al señorío de Jesús, renunciamos a nuestro derecho a complacernos a nosotros mismos. En cambio, elegimos confiar nuestras necesidades y deseos a Aquel que nos ama más (Filipenses 4:19).
Quienes viven para su propio placer no se dan cuenta de cuál es la fuente del verdadero gozo. Creen que para ser felices deben satisfacer sus propias necesidades a su manera. Este enfoque a menudo crea una actitud egoísta, ya que consideran que sus propios deseos son más importantes que las necesidades de los demás (Romanos 12:3; Filipenses 2:3-4). Aunque el placer propio puede incluir comportamientos benevolentes, esa benevolencia rara vez implica sacrificio personal o anteponer las necesidades de los demás a las propias. Pronto, las consecuencias desagradables comienzan a acumularse en la vida de alguien esclavo de sus propios deseos (Juan 8:34; Romanos 6:16). Cuando la gratificación propia es tu dios, todas las decisiones de tu vida se inclinan en adoración.
El remedio de Dios para una vida dedicada a la autogratificación es la muerte de nuestra vieja naturaleza (1 Pedro 2:24; Romanos 6:1-6). La carne no se puede refinar ni reformar; hay que matarla para que podamos vivir por el Espíritu. Jesús dijo que, para conocerlo, debemos estar dispuestos a negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz cada día y seguirlo (Lucas 9:23). Y explicó por qué: "Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de Mí, la hallará" (Mateo 16:25). La abnegación es lo contrario de la gratificación propia, pero da como resultado un tipo de gozo más profundo (Hechos 5:41).
El hijo pródigo de la parábola de Jesús estaba empeñado en la autogratificación (Lucas 15:11-24). Consiguió lo que quería: dinero, libertad de reglas, amigos y una vida de fiesta. Pero también consiguió lo que no quería: las consecuencias. Cuando se le acabó el dinero, también se le acabaron sus amigos y su libertad. Reducido a trabajar en una pocilga y a desear la comida de los cerdos, finalmente "volvió en sí" (versículo 17). La autogratificación no era tan maravillosa como parecía, y el joven regresó a casa.
La abnegación no significa una vida sin placeres; simplemente significa que nuestra mirada se ha desplazado. La autogratificación toma decisiones basadas en la pregunta: "¿Qué quiero yo?". La abnegación toma decisiones basadas en "¿Qué agradaría al Señor?". Las decisiones sin connotaciones morales, como qué desayunar, las dejamos a nuestras propias preferencias. Aun así, todo lo que hacemos debe considerarse un acto de adoración, ya que toda nuestra vida está consagrada a la gloria de Dios.
El placer es un regalo de Dios (Santiago 1:17). Cuando confiamos en que Dios nos proveerá todo lo que necesitamos, podemos disfrutar de Sus buenos regalos sin culpa ni reservas. Cuanto más nos acercamos a Dios, más claramente vemos la autogratificación como un sustituto barato que conlleva consecuencias que nos roban el gozo. La gratificación piadosa proporciona un gozo duradero que incluye sabiduría, madurez y una conciencia limpia.
Los animales viven principalmente para la autogratificación, impulsados por el instinto y el funcionamiento interno de la cadena alimentaria. Una de las leyes fundamentales de la naturaleza es "comer o ser comido". Los animales se aparean por un instinto que el Señor ha tejido en su ADN para mantener el ciclo de la vida (Génesis 1:24). Pero los seres humanos fuimos creados de manera diferente a las plantas o los animales. Dios "sopló en su nariz el aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente" (Génesis 2:7). Debido a que la humanidad está hecha a imagen de Dios y posee el aliento de Dios, no formamos parte del reino animal. Tenemos un espíritu que puede razonar, amar, intuir y elegir ser desinteresado. Con nuestro espíritu, podemos comunicarnos con Dios, que también es Espíritu (Romanos 8:16; Apocalipsis 3:20). A diferencia de los animales, tenemos una brújula moral y podemos distinguir el bien del mal (Génesis 1:27).
El término autogratificación o placer propio se utiliza a menudo como sinónimo de masturbación, pero, en términos más generales, la autogratificación es "vivir según la carne" (Romanos 8:12-13). Nuestra "carne" es la parte egoísta de nosotros que quiere lo que quiere sin importarle los tabúes morales. La supervivencia nos impulsa a comer cuando tenemos hambre; la autogratificación nos sugiere que comamos más de lo que necesitamos porque nos gusta el sabor. La autoconservación nos impulsa a construir casas que nos mantengan abrigados y secos; la autogratificación nos impulsa a construir casas más bonitas y más grandes que las de los demás. La autoconservación nos lleva a la unión sexual con nuestros cónyuges para crear intimidad y traer los hijos a esa intimidad. La autogratificación busca el acto sexual por sí mismo, despojado de su diseño y propósito.
La autogratificación es pecaminosa. Complacernos a nosotros mismos nunca debe ser la fuerza motriz de nuestras vidas. Fuimos creados para complacer a Dios, no a nosotros mismos (1 Corintios 10:31). El placer supremo es el resultado de crucificar nuestra carne y abandonarnos a los propósitos superiores de Dios (Lucas 9:23). Vivir en armonía con el Espíritu de Dios nos hace reconocer más rápidamente cuando nuestro deseo de gratificación personal entra en conflicto con lo que el Señor desea (Gálatas 5:16-25). Los seguidores de Jesús ya han tomado la decisión sobre qué deseos deben reinar (Efesios 5:10-11). Cuando nos postramos ante la cruz y entregamos nuestras vidas al señorío de Jesús, renunciamos a nuestro derecho a complacernos a nosotros mismos. En cambio, elegimos confiar nuestras necesidades y deseos a Aquel que nos ama más (Filipenses 4:19).
Quienes viven para su propio placer no se dan cuenta de cuál es la fuente del verdadero gozo. Creen que para ser felices deben satisfacer sus propias necesidades a su manera. Este enfoque a menudo crea una actitud egoísta, ya que consideran que sus propios deseos son más importantes que las necesidades de los demás (Romanos 12:3; Filipenses 2:3-4). Aunque el placer propio puede incluir comportamientos benevolentes, esa benevolencia rara vez implica sacrificio personal o anteponer las necesidades de los demás a las propias. Pronto, las consecuencias desagradables comienzan a acumularse en la vida de alguien esclavo de sus propios deseos (Juan 8:34; Romanos 6:16). Cuando la gratificación propia es tu dios, todas las decisiones de tu vida se inclinan en adoración.
El remedio de Dios para una vida dedicada a la autogratificación es la muerte de nuestra vieja naturaleza (1 Pedro 2:24; Romanos 6:1-6). La carne no se puede refinar ni reformar; hay que matarla para que podamos vivir por el Espíritu. Jesús dijo que, para conocerlo, debemos estar dispuestos a negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz cada día y seguirlo (Lucas 9:23). Y explicó por qué: "Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de Mí, la hallará" (Mateo 16:25). La abnegación es lo contrario de la gratificación propia, pero da como resultado un tipo de gozo más profundo (Hechos 5:41).
El hijo pródigo de la parábola de Jesús estaba empeñado en la autogratificación (Lucas 15:11-24). Consiguió lo que quería: dinero, libertad de reglas, amigos y una vida de fiesta. Pero también consiguió lo que no quería: las consecuencias. Cuando se le acabó el dinero, también se le acabaron sus amigos y su libertad. Reducido a trabajar en una pocilga y a desear la comida de los cerdos, finalmente "volvió en sí" (versículo 17). La autogratificación no era tan maravillosa como parecía, y el joven regresó a casa.
La abnegación no significa una vida sin placeres; simplemente significa que nuestra mirada se ha desplazado. La autogratificación toma decisiones basadas en la pregunta: "¿Qué quiero yo?". La abnegación toma decisiones basadas en "¿Qué agradaría al Señor?". Las decisiones sin connotaciones morales, como qué desayunar, las dejamos a nuestras propias preferencias. Aun así, todo lo que hacemos debe considerarse un acto de adoración, ya que toda nuestra vida está consagrada a la gloria de Dios.
El placer es un regalo de Dios (Santiago 1:17). Cuando confiamos en que Dios nos proveerá todo lo que necesitamos, podemos disfrutar de Sus buenos regalos sin culpa ni reservas. Cuanto más nos acercamos a Dios, más claramente vemos la autogratificación como un sustituto barato que conlleva consecuencias que nos roban el gozo. La gratificación piadosa proporciona un gozo duradero que incluye sabiduría, madurez y una conciencia limpia.