Pregunta
¿Qué quiso decir Jesús cuando dijo: "Yo he vencido al mundo", en Juan 16:33?
Respuesta
Mientras Jesús se preparaba para partir de este mundo, sabía que a Sus discípulos les esperaban días difíciles. Quería que estuvieran preparados para los momentos más difíciles que jamás enfrentarían. Jesús les explicó cómo podrían soportar las tribulaciones de esta vida: "Les he dicho todo lo anterior para que en mí tengan paz. Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero anímense, porque yo he vencido al mundo" (Juan 16:33, NTV).
En medio de las tormentas de la vida en un mundo oscuro y caído, la paz interior solo es posible a través de una relación con Jesucristo. Los discípulos no podían depender de sí mismos para sobrevivir a las pruebas y persecuciones que pronto tendrían que soportar. En cambio, tendrían que confiar plenamente en Jesús y en todo lo que les había enseñado mientras vivía y ministraba con ellos.
Temiendo por sus vidas, los discípulos abandonarían a Jesús en la cruz (Mateo 26:56). Serían dispersados (Marcos 14:50; Hechos 8:1), arrestados (Hechos 5:17-21), expulsados de las sinagogas (Juan 16:2; Hechos 13:14-52) y martirizados por su fe en Jesús (Hechos 7:54-8:3), pero no se desviarían porque recordarían las palabras del Señor: "confíen, Yo he vencido al mundo" (NBLA).
La palabra griega traducida como "vencer" significa "derrotar, ganar una victoria, como en una competición o un conflicto militar". El "mundo" es el reino físico creado, el dominio de la existencia aquí en la tierra, que se considera distinto del reino celestial o espiritual. Jesús sabe que aquí en la tierra encontramos problemas y aflicciones. Pero Él ha vencido al mundo y todos los obstáculos terrenales por nosotros.
¿Qué ha vencido Jesús por nosotros en el mundo?
Las ansiedades y las preocupaciones: La victoria de Cristo sobre el mundo es multifacética. En primer lugar, da a Sus seguidores paz para vencer sus corazones atribulados: "La paz les dejo, Mi paz les doy; no se la doy a ustedes como el mundo la da. No se turbe su corazón ni tenga miedo" (Juan 14:27). Los que creen en Jesucristo no tienen que vivir con corazones ansiosos, sino que pueden experimentar el don de Su paz sobrenatural (Juan 14:1). Lo hacemos llevando cada situación a Él en oración, dependiendo totalmente de Él para satisfacer nuestras necesidades (Filipenses 4:6). La paz del Señor trasciende toda la confusión, el miedo y la ansiedad de este mundo como un escudo sobre nuestras mentes y corazones mientras vivimos seguros en Jesucristo (Filipenses 4:7).
Odio y persecución: Es importante recordar que la victoria de Cristo sobre el mundo no nos saca físicamente de la batalla. Enfrentaremos el mismo odio que Jesús enfrentó: "Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a Mí antes que a ustedes. Si ustedes fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no son del mundo, sino que Yo los escogí de entre el mundo, por eso el mundo los odia. Acuérdense de la palabra que Yo les dije: Un siervo no es mayor que su señor. Si me persiguieron a Mí, también los perseguirán a ustedes" (Juan 15:18-20). Vencemos al mundo porque pertenecemos a Dios. Su Espíritu vive en nosotros y "mayor es Aquel que está en ustedes que el que está en el mundo" (1 Juan 4:4).
Pablo preguntó a los romanos: "¿Acaso hay algo que pueda separarnos del amor de Cristo? ¿Será que él ya no nos ama si tenemos problemas o aflicciones, si somos perseguidos o pasamos hambre o estamos en la miseria o en peligro o bajo amenaza de muerte?" (Romanos 8:35, NTV). Él responde a su propia pregunta con esta frase: "Claro que no, a pesar de todas estas cosas, nuestra victoria es absoluta por medio de Cristo, quien nos amó" (Romanos 8:37, NTV).
El pecado y la tentación: La tentación de pecar siempre formará parte de nuestra vida en este mundo, pero Cristo nos da la victoria sobre el pecado. Antes de la salvación, la Biblia dice que vivíamos como muertos en desobediencia y pecado, "igual que el resto de la gente, obedeciendo al diablo—el líder de los poderes del mundo invisible—, quien es el espíritu que actúa en el corazón de los que se niegan a obedecer a Dios" (Efesios 2:1-2, NTV). Solíamos seguir solo las pasiones y los deseos de nuestra naturaleza pecaminosa (Efesios 2:3). "Pero Dios es tan rico en misericordia y nos amó tanto que, a pesar de que estábamos muertos por causa de nuestros pecados, nos dio vida cuando levantó a Cristo de los muertos. (¡Es solo por la gracia de Dios que ustedes han sido salvados!) Pues nos levantó de los muertos junto con Cristo y nos sentó con él en los lugares celestiales, porque estamos unidos a Cristo Jesús" (Efesios 2:4-6, NTV).
Fuerzas espirituales: Jesús no solo pagó el precio por nuestros pecados, sino que también obtuvo una victoria decisiva sobre Satanás y todos los poderes sobrenaturales del mal que están alineados con él (Colosenses 2:15; Hebreos 2:14). El diablo ha sido derrotado a través de Jesucristo. Como creyentes, nos apropiamos de la victoria de Cristo cuando nos revestimos con toda la armadura de Dios (Efesios 6:10-18).
El dolor y la muerte: La muerte es una realidad inevitable para todas las personas, pero para los creyentes en Jesucristo, la muerte significa la victoria sobre nuestro último enemigo (1 Corintios 15:26-27). A través de Su sacrificio expiatorio en la cruz y su posterior resurrección, Jesús venció al mundo al conquistar la muerte. Él comparte esa victoria con todos los que se arrepienten y creen en Él como Señor y Salvador: "Pues todo hijo de Dios vence a este mundo de maldad, y logramos esa victoria por medio de nuestra fe. ¿Y quién puede ganar esta batalla contra el mundo? Únicamente los que creen que Jesús es el Hijo de Dios" (1 Juan 5:4-5, NTV). La muerte de Cristo concede la salvación y la vida eterna a todos los que creen en Él.
Jesús le dijo a Marta después de la muerte de su hermano Lázaro: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás" (Juan 11:25-26, NBLA).
Cristo nos concede vencer al mundo en Él, y nos da el derecho de sentarnos con Él en Su trono celestial, a la diestra de Dios Padre (Apocalipsis 3:21; Hebreos 10:12; Romanos 8:34). Allí, en nuestro hogar eterno en el reino de Dios, viviremos para siempre en la presencia del Señor: "¡Miren, el hogar de Dios ahora está entre su pueblo! Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo. Dios mismo estará con ellos. Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más" (Apocalipsis 21:3-4, NTV).
En medio de las tormentas de la vida en un mundo oscuro y caído, la paz interior solo es posible a través de una relación con Jesucristo. Los discípulos no podían depender de sí mismos para sobrevivir a las pruebas y persecuciones que pronto tendrían que soportar. En cambio, tendrían que confiar plenamente en Jesús y en todo lo que les había enseñado mientras vivía y ministraba con ellos.
Temiendo por sus vidas, los discípulos abandonarían a Jesús en la cruz (Mateo 26:56). Serían dispersados (Marcos 14:50; Hechos 8:1), arrestados (Hechos 5:17-21), expulsados de las sinagogas (Juan 16:2; Hechos 13:14-52) y martirizados por su fe en Jesús (Hechos 7:54-8:3), pero no se desviarían porque recordarían las palabras del Señor: "confíen, Yo he vencido al mundo" (NBLA).
La palabra griega traducida como "vencer" significa "derrotar, ganar una victoria, como en una competición o un conflicto militar". El "mundo" es el reino físico creado, el dominio de la existencia aquí en la tierra, que se considera distinto del reino celestial o espiritual. Jesús sabe que aquí en la tierra encontramos problemas y aflicciones. Pero Él ha vencido al mundo y todos los obstáculos terrenales por nosotros.
¿Qué ha vencido Jesús por nosotros en el mundo?
Las ansiedades y las preocupaciones: La victoria de Cristo sobre el mundo es multifacética. En primer lugar, da a Sus seguidores paz para vencer sus corazones atribulados: "La paz les dejo, Mi paz les doy; no se la doy a ustedes como el mundo la da. No se turbe su corazón ni tenga miedo" (Juan 14:27). Los que creen en Jesucristo no tienen que vivir con corazones ansiosos, sino que pueden experimentar el don de Su paz sobrenatural (Juan 14:1). Lo hacemos llevando cada situación a Él en oración, dependiendo totalmente de Él para satisfacer nuestras necesidades (Filipenses 4:6). La paz del Señor trasciende toda la confusión, el miedo y la ansiedad de este mundo como un escudo sobre nuestras mentes y corazones mientras vivimos seguros en Jesucristo (Filipenses 4:7).
Odio y persecución: Es importante recordar que la victoria de Cristo sobre el mundo no nos saca físicamente de la batalla. Enfrentaremos el mismo odio que Jesús enfrentó: "Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a Mí antes que a ustedes. Si ustedes fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no son del mundo, sino que Yo los escogí de entre el mundo, por eso el mundo los odia. Acuérdense de la palabra que Yo les dije: Un siervo no es mayor que su señor. Si me persiguieron a Mí, también los perseguirán a ustedes" (Juan 15:18-20). Vencemos al mundo porque pertenecemos a Dios. Su Espíritu vive en nosotros y "mayor es Aquel que está en ustedes que el que está en el mundo" (1 Juan 4:4).
Pablo preguntó a los romanos: "¿Acaso hay algo que pueda separarnos del amor de Cristo? ¿Será que él ya no nos ama si tenemos problemas o aflicciones, si somos perseguidos o pasamos hambre o estamos en la miseria o en peligro o bajo amenaza de muerte?" (Romanos 8:35, NTV). Él responde a su propia pregunta con esta frase: "Claro que no, a pesar de todas estas cosas, nuestra victoria es absoluta por medio de Cristo, quien nos amó" (Romanos 8:37, NTV).
El pecado y la tentación: La tentación de pecar siempre formará parte de nuestra vida en este mundo, pero Cristo nos da la victoria sobre el pecado. Antes de la salvación, la Biblia dice que vivíamos como muertos en desobediencia y pecado, "igual que el resto de la gente, obedeciendo al diablo—el líder de los poderes del mundo invisible—, quien es el espíritu que actúa en el corazón de los que se niegan a obedecer a Dios" (Efesios 2:1-2, NTV). Solíamos seguir solo las pasiones y los deseos de nuestra naturaleza pecaminosa (Efesios 2:3). "Pero Dios es tan rico en misericordia y nos amó tanto que, a pesar de que estábamos muertos por causa de nuestros pecados, nos dio vida cuando levantó a Cristo de los muertos. (¡Es solo por la gracia de Dios que ustedes han sido salvados!) Pues nos levantó de los muertos junto con Cristo y nos sentó con él en los lugares celestiales, porque estamos unidos a Cristo Jesús" (Efesios 2:4-6, NTV).
Fuerzas espirituales: Jesús no solo pagó el precio por nuestros pecados, sino que también obtuvo una victoria decisiva sobre Satanás y todos los poderes sobrenaturales del mal que están alineados con él (Colosenses 2:15; Hebreos 2:14). El diablo ha sido derrotado a través de Jesucristo. Como creyentes, nos apropiamos de la victoria de Cristo cuando nos revestimos con toda la armadura de Dios (Efesios 6:10-18).
El dolor y la muerte: La muerte es una realidad inevitable para todas las personas, pero para los creyentes en Jesucristo, la muerte significa la victoria sobre nuestro último enemigo (1 Corintios 15:26-27). A través de Su sacrificio expiatorio en la cruz y su posterior resurrección, Jesús venció al mundo al conquistar la muerte. Él comparte esa victoria con todos los que se arrepienten y creen en Él como Señor y Salvador: "Pues todo hijo de Dios vence a este mundo de maldad, y logramos esa victoria por medio de nuestra fe. ¿Y quién puede ganar esta batalla contra el mundo? Únicamente los que creen que Jesús es el Hijo de Dios" (1 Juan 5:4-5, NTV). La muerte de Cristo concede la salvación y la vida eterna a todos los que creen en Él.
Jesús le dijo a Marta después de la muerte de su hermano Lázaro: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás" (Juan 11:25-26, NBLA).
Cristo nos concede vencer al mundo en Él, y nos da el derecho de sentarnos con Él en Su trono celestial, a la diestra de Dios Padre (Apocalipsis 3:21; Hebreos 10:12; Romanos 8:34). Allí, en nuestro hogar eterno en el reino de Dios, viviremos para siempre en la presencia del Señor: "¡Miren, el hogar de Dios ahora está entre su pueblo! Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo. Dios mismo estará con ellos. Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más" (Apocalipsis 21:3-4, NTV).