Pregunta
¿Cuál debería ser la postura de un cristiano ante la pérdida de peso? ¿Qué dice la Biblia sobre la obesidad y la pérdida de peso?
Respuesta
Aunque en la Biblia no hay nada que trate específicamente sobre la obesidad y la pérdida de peso, en la Palabra de Dios hay mucho sobre la importancia de nuestra salud y de cuidar nuestro cuerpo. Dios nos advierte contra la gula. En el Antiguo Testamento, Dios dio instrucciones específicas sobre lo que Su pueblo, los israelitas, debía comer (Deuteronomio 14:1-21). La mayoría de estos mandamientos tenían por objeto evitar que los israelitas comieran alimentos nocivos que pudieran afectar negativamente a su salud. Algunos de los mandamientos también se dieron para que el pueblo de Dios no imitara los hábitos de los pueblos idólatras que los rodeaban.
La gula, que consiste en comer o beber en exceso, es algo que condena la Biblia (Proverbios 23:20-21). La gula puede suponer un riesgo para la salud y agotar las finanzas personales. Además, el amor por la comida y la bebida puede convertirse fácilmente en un ídolo en nuestras vidas. Cualquier cosa que ocupe el lugar de Dios o se convierta en nuestro principal foco de atención es, por definición, un ídolo y, por lo tanto, un pecado contra Dios (Éxodo 20:3-6). Proverbios 23:2 nos exhorta: "Y pon cuchillo a tu garganta si eres hombre de mucho apetito"; en otras palabras, se nos advierte que debemos refrenar nuestros apetitos.
En el Nuevo Testamento, Pablo dice a los seguidores de Jesucristo que sus cuerpos son templos del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19-20). Siendo así, debemos cuidar nuestros cuerpos y mantenerlos lo más sanos posible. Sabiendo que la obesidad puede provocar múltiples problemas de salud, como dolor de espalda y de rodillas y complicaciones cardiovasculares, debemos tomar decisiones acertadas en cuanto a la comida, la bebida y el ejercicio.
Debemos tener cuidado de no dar a entender que el sobrepeso es sinónimo de glotonería. Eso sería una simplificación excesiva. De hecho, hay afecciones médicas y medicamentos que provocan aumento de peso, y situaciones que impiden hacer ejercicio adecuadamente. En tales circunstancias, se requiere un esfuerzo mucho mayor que el que realiza una persona normal para mantener el peso bajo control.
Si no hay circunstancias atenuantes, el sobrepeso suele ser un signo externo de una vida desequilibrada. La ansiedad y la depresión son dos de las razones más comunes para comer de forma desequilibrada. La "alimentación por ansiedad" es mucho más común de lo que la mayoría de la gente cree. Por supuesto, la Biblia tiene mucho que decir sobre cómo lidiar con la ansiedad y la depresión. Dios les dice repetidamente a Sus hijos que no teman y que le entreguen Sus cargas (1 Pedro 5:7).
Jesús nos enseñó a buscar un equilibrio entre lo físico y lo espiritual: "No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mateo 4:4). Esforzarnos por lograr un equilibrio en nuestros hábitos alimenticios, y equilibrar nuestras necesidades físicas con nuestras necesidades espirituales, requiere sabiduría.
Perder peso requiere algo más que simplemente desearlo. Es posible desear algo y nunca conseguirlo. En la vida cristiana, debemos tomar decisiones que "despojen al viejo hombre" y "revistan al nuevo" (Efesios 4:22-24). Del mismo modo, para lograr un equilibrio en nuestra dieta, debemos dejar de lado los viejos hábitos y desarrollar otros nuevos. Además, la vida cristiana nos enseña que el éxito es más fácil cuando compartimos el camino con otros. Del mismo modo, la pérdida de peso se logra mejor con otras personas que nos pueden ayudar a rendir cuentas en cierta medida.
Si bien la obesidad y la pérdida de peso son problemas válidos, debemos tener cuidado de no obsesionarnos con la imagen corporal. Una vez más, cuando algo que no sea Dios se convierte en el centro de la vida, es pecado. Estar constantemente obsesionado con el ejercicio, la dieta y la pérdida de peso significa que hemos permitido que nuestro cuerpo se convierta en el centro de nuestra vida. Alguien con un cuerpo tonificado y en forma puede ser tan idólatra como un glotón. Además, la obsesión por perder peso puede derivar en anorexia o bulimia, que también tiene un impacto negativo en la salud.
La conclusión es que el Señor quiere que Sus hijos cuiden bien de sus cuerpos, ya que estos son la morada del Espíritu Santo. Un cuerpo fuerte y sano nos ayuda a servir mejor a Dios y, por lo tanto, a darle gloria y honor, que es nuestra principal razón de vivir. El Señor quiere que mantengamos nuestra atención en Él y no caigamos en la obsesión por el aumento de peso, la pérdida de peso o la comida y la bebida, cualquiera de las cuales puede convertirse en un ídolo en nuestras vidas.
Al fin y al cabo, Dios quiere nuestros corazones. En nuestra sociedad se da demasiada importancia al peso corporal y a la imagen exterior, en detrimento del carácter interior. Aunque debemos esforzarnos por honrar a Dios con nuestros cuerpos (1 Corintios 6:20), Dios está más interesado en cómo tratamos a los demás y en nuestra lealtad hacia Él que en nuestro peso físico.
La gula, que consiste en comer o beber en exceso, es algo que condena la Biblia (Proverbios 23:20-21). La gula puede suponer un riesgo para la salud y agotar las finanzas personales. Además, el amor por la comida y la bebida puede convertirse fácilmente en un ídolo en nuestras vidas. Cualquier cosa que ocupe el lugar de Dios o se convierta en nuestro principal foco de atención es, por definición, un ídolo y, por lo tanto, un pecado contra Dios (Éxodo 20:3-6). Proverbios 23:2 nos exhorta: "Y pon cuchillo a tu garganta si eres hombre de mucho apetito"; en otras palabras, se nos advierte que debemos refrenar nuestros apetitos.
En el Nuevo Testamento, Pablo dice a los seguidores de Jesucristo que sus cuerpos son templos del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19-20). Siendo así, debemos cuidar nuestros cuerpos y mantenerlos lo más sanos posible. Sabiendo que la obesidad puede provocar múltiples problemas de salud, como dolor de espalda y de rodillas y complicaciones cardiovasculares, debemos tomar decisiones acertadas en cuanto a la comida, la bebida y el ejercicio.
Debemos tener cuidado de no dar a entender que el sobrepeso es sinónimo de glotonería. Eso sería una simplificación excesiva. De hecho, hay afecciones médicas y medicamentos que provocan aumento de peso, y situaciones que impiden hacer ejercicio adecuadamente. En tales circunstancias, se requiere un esfuerzo mucho mayor que el que realiza una persona normal para mantener el peso bajo control.
Si no hay circunstancias atenuantes, el sobrepeso suele ser un signo externo de una vida desequilibrada. La ansiedad y la depresión son dos de las razones más comunes para comer de forma desequilibrada. La "alimentación por ansiedad" es mucho más común de lo que la mayoría de la gente cree. Por supuesto, la Biblia tiene mucho que decir sobre cómo lidiar con la ansiedad y la depresión. Dios les dice repetidamente a Sus hijos que no teman y que le entreguen Sus cargas (1 Pedro 5:7).
Jesús nos enseñó a buscar un equilibrio entre lo físico y lo espiritual: "No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mateo 4:4). Esforzarnos por lograr un equilibrio en nuestros hábitos alimenticios, y equilibrar nuestras necesidades físicas con nuestras necesidades espirituales, requiere sabiduría.
Perder peso requiere algo más que simplemente desearlo. Es posible desear algo y nunca conseguirlo. En la vida cristiana, debemos tomar decisiones que "despojen al viejo hombre" y "revistan al nuevo" (Efesios 4:22-24). Del mismo modo, para lograr un equilibrio en nuestra dieta, debemos dejar de lado los viejos hábitos y desarrollar otros nuevos. Además, la vida cristiana nos enseña que el éxito es más fácil cuando compartimos el camino con otros. Del mismo modo, la pérdida de peso se logra mejor con otras personas que nos pueden ayudar a rendir cuentas en cierta medida.
Si bien la obesidad y la pérdida de peso son problemas válidos, debemos tener cuidado de no obsesionarnos con la imagen corporal. Una vez más, cuando algo que no sea Dios se convierte en el centro de la vida, es pecado. Estar constantemente obsesionado con el ejercicio, la dieta y la pérdida de peso significa que hemos permitido que nuestro cuerpo se convierta en el centro de nuestra vida. Alguien con un cuerpo tonificado y en forma puede ser tan idólatra como un glotón. Además, la obsesión por perder peso puede derivar en anorexia o bulimia, que también tiene un impacto negativo en la salud.
La conclusión es que el Señor quiere que Sus hijos cuiden bien de sus cuerpos, ya que estos son la morada del Espíritu Santo. Un cuerpo fuerte y sano nos ayuda a servir mejor a Dios y, por lo tanto, a darle gloria y honor, que es nuestra principal razón de vivir. El Señor quiere que mantengamos nuestra atención en Él y no caigamos en la obsesión por el aumento de peso, la pérdida de peso o la comida y la bebida, cualquiera de las cuales puede convertirse en un ídolo en nuestras vidas.
Al fin y al cabo, Dios quiere nuestros corazones. En nuestra sociedad se da demasiada importancia al peso corporal y a la imagen exterior, en detrimento del carácter interior. Aunque debemos esforzarnos por honrar a Dios con nuestros cuerpos (1 Corintios 6:20), Dios está más interesado en cómo tratamos a los demás y en nuestra lealtad hacia Él que en nuestro peso físico.