Pregunta

¿Cuál es el significado de la oración de Ana?

Respuesta
La oración de Ana es un pasaje notable de las Escrituras que contiene un canto de alabanza con significado profético y mesiánico. Encontrada en 1 Samuel 2:1-10, la oración de Ana celebra elocuentemente la santidad y la soberanía de Dios y afirma los principios fundamentales de la fe de Israel. La oración de Ana no solo es un testimonio de la obra de Dios en su propia vida, sino que también es un presagio de Sus acciones en la vida del profeta Samuel, el rey David y la nación de Israel.

Ana, al igual que varias mujeres destacadas de la Biblia, era estéril y no podía concebir un hijo durante mucho tiempo después de casarse. En el antiguo Israel, los hijos se consideraban una clara señal de la bendición de Dios (ver Salmo 127:3). La infertilidad suponía una grave deshonra para una mujer, ya que en aquellos tiempos significaba que no podía cumplir el propósito que Dios le había dado de dar descendencia a su familia. A la desgracia de Ana se sumaba su situación familiar: su esposo, Elcana, tenía una segunda esposa, Penina, que le había dado muchos hijos. La esposa rival se burlaba cruelmente de Ana (1 Samuel 1:6-7). Durante años, Ana derramó el deseo de su alma ante el Señor en oración, prometiéndole que, si tenía un hijo, se lo entregaría a Dios.

Un día, en el tabernáculo de Silo, el sumo sacerdote Elí escuchó la petición desgarradora de Ana y le aseguró que su oración sería respondida. Fiel a su promesa, Ana dio a luz a un hijo y lo llamó Samuel. Cuando el niño tuvo la edad suficiente, lo llevó a vivir con Elí para que sirviera en el tabernáculo del Señor. Después de dejar a su hijo milagroso para que fuera formado en el sacerdocio, Ana pronunció una oración extraordinaria y poética bajo la inspiración del Espíritu Santo. Al igual que muchas oraciones bíblicas, la oración de Ana comienza con alabanzas a un acto específico de Dios y luego se extiende a una alabanza más universal de los atributos y acciones de Dios.

En 1 Samuel 2:1-2, la oración de Ana comienza con una nota alta, con expresiones personales de puro gozo y entusiasmo por el Señor y Su salvación: "Mi corazón se regocija en el Señor,

Mi fortaleza en el Señor se exalta;

Mi boca habla sin temor contra mis enemigos,

Por cuanto me regocijo en Tu salvación.

No hay santo como el Señor;

En verdad, no hay otro fuera de Ti,

Ni hay roca como nuestro Dios".

La esterilidad de Ana le había causado humillación y vergüenza, pero Dios la ha liberado de todo eso. Fíjate en que el regocijo de Ana es en el Señor, no en Samuel; en otras palabras, ella alaba al Dador como más importante que el don. "Mi cuerno se ha levantado" es una expresión que se refiere a la renovación de las fuerzas. Ana declara que su fuerza, su valor, su dignidad y su lugar legítimo como esposa fecunda han sido restaurados. Ha sido liberada de su vergüenza. Ana reconoce la grandeza, la singularidad, la firmeza y la santidad de Dios.

En los versículos 3-5, la oración de Ana adquiere una dimensión más pública, permitiendo que otros consideren sus palabras y se unan a ella. Ana advierte a los que se jactan y se exaltan a sí mismos porque Dios conoce sus pensamientos y ve sus acciones. Él juzga en todos los asuntos, incluyendo la acción militar, la indulgencia excesiva, la pobreza, el hambre y la infertilidad:

"No se jacten más ustedes con tanto orgullo,

No salga la arrogancia de su boca.

Porque el Señor es Dios de sabiduría,

Y por Él son pesadas las acciones.

Quebrados son los arcos de los fuertes,

Pero los débiles se ciñen de poder.

Los que estaban saciados se alquilan por pan,

Y dejan de tener hambre los que estaban hambrientos.

Aun la estéril da a luz a siete,

Pero la que tiene muchos hijos desfallece".

Los versículos 6-10 contienen algunas de las partes más poéticas y lingüísticamente bellas de la oración de Ana. Aquí encontramos una larga lista de acciones contrastantes que el Señor realiza al tratar con los seres humanos:

"El Señor da muerte y da vida;

Hace bajar al Seol y hace subir.

El Señor empobrece y enriquece;

Humilla y también exalta.

Levanta del polvo al pobre,

Del muladar levanta al necesitado

Para hacerlos sentar con los príncipes,

Y heredar un sitio de honor;

Pues las columnas de la tierra son del Señor,

Y sobre ellas ha colocado el mundo.

Él guarda los pies de Sus santos,

Pero los malvados son acallados en tinieblas,

Pues no por la fuerza ha de prevalecer el hombre.

Los que se oponen al Señor serán quebrantados,

El tronará desde los cielos contra ellos.

El Señor juzgará los confines de la tierra,

Dará fortaleza a Su rey,

Y ensalzará el poder de Su ungido".

En todas las cosas, el Señor es soberano. La exaltación, la posición social e incluso la vida y la muerte están bajo el control de Dios. Las acciones de Dios no son aleatorias. Como Juez de toda la tierra, Dios castiga con las peores acciones a quienes se oponen a Él, mientras que Sus fieles reciben las bendiciones de la protección, la fortaleza y la exaltación.

El cántico de María en Lucas 1:46-55 presenta paralelismos temáticos con la oración de Ana. Ambas mujeres adoptan el papel de madres para alinearse con los propósitos de Dios, y ambas alaban a Dios por ayudar a Su pueblo en su desesperada situación.

La última frase de la oración de Ana es notable por varias razones: "El Señor juzgará los confines de la tierra, dará fortaleza a Su rey, y ensalzará el poder de Su ungido" (1 Samuel 2:10). Cuando Ana oró esto, Israel no tenía rey; ella vivía en la época de los jueces, por lo que su oración es profética, esperando el momento en que un rey gobernara la nación. Además, la referencia de Ana al "ungido" de Dios es una clara profecía mesiánica. La predicción de que Dios "exaltaría el cuerno" —aumentaría la fuerza— del rey ungido se cumplió, en parte, en los reinados de David y Salomón. Pero el Ungido definitivo, el Mesías, sería honrado por encima de todos los reyes.