Pregunta
¿Cuál es el significado de Egipto en la Biblia?
Respuesta
Egipto, una de las civilizaciones más antiguas y grandiosas del mundo antiguo, ocupa un lugar destacado en la narrativa bíblica.
Ubicado en el extremo noreste de África, Egipto se conecta con la Tierra Santa a través de la península del Sinaí. En tiempos bíblicos, la fuente de vida de Egipto era el río Nilo, el único suministro de agua para beber y regar los cultivos. Al final de la temporada de lluvias, el Nilo se desbordaba e inundaba el valle, depositando un limo rico en nutrientes que mantenía la fertilidad de la tierra. Entre los principales cultivos se encontraban la cebada, la espelta, los frijoles, las lentejas, los pepinos, las cebollas, las uvas y los higos.
Egipto aparece por primera vez en la Biblia en la historia de Abraham, cuando una gran hambruna azotó Canaán y el patriarca se vio obligado a viajar a Egipto con su familia (Génesis 12:10–20). Allí, el faraón tomó a Sara para su harén real, pero Dios intervino y la devolvió a Abraham.
Más tarde, el bisnieto de Abraham, José, fue vendido como esclavo por sus hermanos y terminó en Egipto (Génesis 37:28). Con el tiempo, José ascendió hasta convertirse en la mano derecha del faraón (Génesis 41:37–57). Gracias a su posición, Jacob y toda su familia se trasladaron a Egipto para escapar de otra hambruna (Génesis 45—47).
Durante los siguientes 430 años, los israelitas habitaron en Egipto (Éxodo 12:40). Su número creció considerablemente, pero pasaron de una posición de favor a una de cruel esclavitud bajo el faraón (Éxodo 1:1–15). Cuando el pueblo ya no pudo soportar su sufrimiento, Dios levantó a Moisés y a Aarón para enfrentar al faraón y liberar a Israel de la esclavitud hacia la Tierra Prometida (Éxodo 3—6:13).
Una serie de plagas devastadoras que arruinaron Egipto (Éxodo 7:14—12:30), junto con uno de los milagros más asombrosos de la Biblia—la apertura del mar Rojo—, culminaron en la liberación de Israel de la esclavitud (Éxodo 14). Antes de entrar a la Tierra Prometida, los israelitas vagaron cuarenta años por el desierto entre Egipto y Canaán. Durante ese tiempo recibieron los Diez Mandamientos y la ley de Dios (Éxodo 20—23), las instrucciones para construir el tabernáculo (Éxodo 25—28) y las normas para la consagración de los sacerdotes y la administración de los sacrificios (Éxodo 29—30).
Durante la época de los reyes, Israel mantuvo varias interacciones con Egipto. El rey Salomón se casó con la hija de un faraón, probablemente Siamún (1 Reyes 9:16). En el reinado de Roboam, el faraón Sisac invadió Israel y Judá, saqueando el templo y el palacio real (1 Reyes 14:25–26). Más tarde, Ezequías pidió ayuda al rey de Egipto cuando el ejército asirio lo asedió en Jerusalén (2 Reyes 18:21). El rey Josías murió al intentar detener al faraón Necao, quien marchaba para apoyar a los asirios; luego Necao depuso a Joacaz y nombró a Joacim como rey de Judá (2 Crónicas 36:2–4).
Tras la destrucción de Jerusalén por los babilonios en el año 586 a.C., el Señor habló por medio del profeta Jeremías, advirtiendo al remanente de Judá que no huyera a Egipto (Jeremías 42:19). A pesar del historial de profecías cumplidas de Jeremías, el pueblo desobedeció y escapó a Egipto, llevándolo consigo por la fuerza (Jeremías 43:1–7). Allí, Jeremías profetizó la caída del faraón Hofra a manos de los babilonios, afirmando que el juicio de Dios alcanzaría también a los judíos rebeldes, incluso en Egipto (Jeremías 44:30).
Durante el período intertestamentario, aún había judíos viviendo en Egipto, especialmente en Alejandría. Con el paso del tiempo, el hebreo dejó de ser su lengua principal. Entre los años 250 y 150 a.C., algunos judíos de Alejandría tradujeron el Antiguo Testamento al griego. Esta versión, conocida como la Septuaginta, se convirtió en la Biblia más utilizada en los tiempos de Jesús y los apóstoles.
En el Nuevo Testamento, Egipto sirvió de refugio para José, María y el niño Jesús cuando el rey Herodes intentó asesinar a todos los niños varones en Belén y sus alrededores (Mateo 2:13–23). La Biblia no especifica cuánto tiempo permanecieron allí, pero probablemente fue un período breve antes de establecerse en Nazaret, en Galilea.
Egipto tiene también un profundo significado simbólico en la Biblia. La redención de Israel de Egipto representa nuestra liberación del pecado y de la muerte mediante la fe en Jesucristo (Gálatas 3:13; 4:5; Tito 2:14). Aunque al principio se veía como un lugar de refugio ante el hambre o el peligro, Egipto llegó a simbolizar opresión y esclavitud. Para los creyentes del Nuevo Testamento, Egipto representa la antigua vida de esclavitud al pecado. Por naturaleza, todos somos esclavos del pecado, y Satanás es un amo mucho más cruel que los capataces egipcios. El ser humano, sin Cristo, vive oprimido bajo el peso del pecado (Romanos 7:22–25).
Dios redimió a Su pueblo de la esclavitud en Egipto mediante la sangre del cordero durante la primera Pascua (Éxodo 12), y de la misma manera nos redime del pecado por la sangre del Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Juan 1:29; 1 Pedro 1:18–19). Así como Dios llamó a Su pueblo a salir de Egipto, Él también nos llama hoy a "salir y apartarnos" para vivir vidas santas en Su reino (2 Corintios 6:17).
Ubicado en el extremo noreste de África, Egipto se conecta con la Tierra Santa a través de la península del Sinaí. En tiempos bíblicos, la fuente de vida de Egipto era el río Nilo, el único suministro de agua para beber y regar los cultivos. Al final de la temporada de lluvias, el Nilo se desbordaba e inundaba el valle, depositando un limo rico en nutrientes que mantenía la fertilidad de la tierra. Entre los principales cultivos se encontraban la cebada, la espelta, los frijoles, las lentejas, los pepinos, las cebollas, las uvas y los higos.
Egipto aparece por primera vez en la Biblia en la historia de Abraham, cuando una gran hambruna azotó Canaán y el patriarca se vio obligado a viajar a Egipto con su familia (Génesis 12:10–20). Allí, el faraón tomó a Sara para su harén real, pero Dios intervino y la devolvió a Abraham.
Más tarde, el bisnieto de Abraham, José, fue vendido como esclavo por sus hermanos y terminó en Egipto (Génesis 37:28). Con el tiempo, José ascendió hasta convertirse en la mano derecha del faraón (Génesis 41:37–57). Gracias a su posición, Jacob y toda su familia se trasladaron a Egipto para escapar de otra hambruna (Génesis 45—47).
Durante los siguientes 430 años, los israelitas habitaron en Egipto (Éxodo 12:40). Su número creció considerablemente, pero pasaron de una posición de favor a una de cruel esclavitud bajo el faraón (Éxodo 1:1–15). Cuando el pueblo ya no pudo soportar su sufrimiento, Dios levantó a Moisés y a Aarón para enfrentar al faraón y liberar a Israel de la esclavitud hacia la Tierra Prometida (Éxodo 3—6:13).
Una serie de plagas devastadoras que arruinaron Egipto (Éxodo 7:14—12:30), junto con uno de los milagros más asombrosos de la Biblia—la apertura del mar Rojo—, culminaron en la liberación de Israel de la esclavitud (Éxodo 14). Antes de entrar a la Tierra Prometida, los israelitas vagaron cuarenta años por el desierto entre Egipto y Canaán. Durante ese tiempo recibieron los Diez Mandamientos y la ley de Dios (Éxodo 20—23), las instrucciones para construir el tabernáculo (Éxodo 25—28) y las normas para la consagración de los sacerdotes y la administración de los sacrificios (Éxodo 29—30).
Durante la época de los reyes, Israel mantuvo varias interacciones con Egipto. El rey Salomón se casó con la hija de un faraón, probablemente Siamún (1 Reyes 9:16). En el reinado de Roboam, el faraón Sisac invadió Israel y Judá, saqueando el templo y el palacio real (1 Reyes 14:25–26). Más tarde, Ezequías pidió ayuda al rey de Egipto cuando el ejército asirio lo asedió en Jerusalén (2 Reyes 18:21). El rey Josías murió al intentar detener al faraón Necao, quien marchaba para apoyar a los asirios; luego Necao depuso a Joacaz y nombró a Joacim como rey de Judá (2 Crónicas 36:2–4).
Tras la destrucción de Jerusalén por los babilonios en el año 586 a.C., el Señor habló por medio del profeta Jeremías, advirtiendo al remanente de Judá que no huyera a Egipto (Jeremías 42:19). A pesar del historial de profecías cumplidas de Jeremías, el pueblo desobedeció y escapó a Egipto, llevándolo consigo por la fuerza (Jeremías 43:1–7). Allí, Jeremías profetizó la caída del faraón Hofra a manos de los babilonios, afirmando que el juicio de Dios alcanzaría también a los judíos rebeldes, incluso en Egipto (Jeremías 44:30).
Durante el período intertestamentario, aún había judíos viviendo en Egipto, especialmente en Alejandría. Con el paso del tiempo, el hebreo dejó de ser su lengua principal. Entre los años 250 y 150 a.C., algunos judíos de Alejandría tradujeron el Antiguo Testamento al griego. Esta versión, conocida como la Septuaginta, se convirtió en la Biblia más utilizada en los tiempos de Jesús y los apóstoles.
En el Nuevo Testamento, Egipto sirvió de refugio para José, María y el niño Jesús cuando el rey Herodes intentó asesinar a todos los niños varones en Belén y sus alrededores (Mateo 2:13–23). La Biblia no especifica cuánto tiempo permanecieron allí, pero probablemente fue un período breve antes de establecerse en Nazaret, en Galilea.
Egipto tiene también un profundo significado simbólico en la Biblia. La redención de Israel de Egipto representa nuestra liberación del pecado y de la muerte mediante la fe en Jesucristo (Gálatas 3:13; 4:5; Tito 2:14). Aunque al principio se veía como un lugar de refugio ante el hambre o el peligro, Egipto llegó a simbolizar opresión y esclavitud. Para los creyentes del Nuevo Testamento, Egipto representa la antigua vida de esclavitud al pecado. Por naturaleza, todos somos esclavos del pecado, y Satanás es un amo mucho más cruel que los capataces egipcios. El ser humano, sin Cristo, vive oprimido bajo el peso del pecado (Romanos 7:22–25).
Dios redimió a Su pueblo de la esclavitud en Egipto mediante la sangre del cordero durante la primera Pascua (Éxodo 12), y de la misma manera nos redime del pecado por la sangre del Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Juan 1:29; 1 Pedro 1:18–19). Así como Dios llamó a Su pueblo a salir de Egipto, Él también nos llama hoy a "salir y apartarnos" para vivir vidas santas en Su reino (2 Corintios 6:17).