Pregunta
¿Debe un cristiano tener una actitud arrogante?
Respuesta
Caminar con aires de superioridad o comportarse con orgullo exagerado es una forma de arrogancia. En la Biblia, el orgullo, la altanería y la soberbia se mencionan con frecuencia como características negativas. Marcos 7:20–23 enumera el orgullo junto con el adulterio y el asesinato. Una actitud arrogante no se preocupa por la voluntad de Dios, porque todas las acciones y pensamientos están centrados en uno mismo (2 Timoteo 3:2).
Proverbios 6:16–19 enumera siete cosas que el Señor odia. La primera es "ojos soberbios" u "ojos arrogantes". Tener una mirada orgullosa es lo que podríamos llamar "presumir" o "actuar con aires de superioridad", y es "detestable" para el Señor. En Proverbios 21:4 se dice que los ojos altaneros son pecado, junto con un corazón orgulloso. Presumir es despreciar o "mirar por encima del hombro" a los demás, y Dios lo prohíbe.
La Palabra de Dios promete que los arrogantes serán castigados (Proverbios 16:5; Isaías 13:11). De hecho, podemos imaginar a Lucifer caminando con orgullo delante de Dios en el cielo, afirmando su propia grandeza antes de su caída. El orgullo de Lucifer lo llevó al castigo eterno: la pérdida de su posición celestial (Isaías 14:12–15) y su destino final en el lago de fuego (Apocalipsis 20:10). El comportamiento del maligno no debe ser imitado por un creyente en Cristo (Juan 8:39–47).
En lugar de mostrarse con una actitud arrogante, los creyentes deben fijarse en la humildad de Jesucristo como ejemplo para sus propias vidas (Hebreos 4:15). Filipenses 2:6–8 dice: "El cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz". Debemos "tener la misma actitud" (versículo 5).
Un seguidor de Cristo no debe comportarse con aires de superioridad ni jactarse de su autoestima basada en sus propios logros, herencia o habilidades. Hablando de los gentiles siendo "injertados" en la iglesia, Romanos 11:18 dice: "No seas arrogante para con las ramas. Pero si eres arrogante, recuerda que tú no eres el que sustenta la raíz, sino que la raíz es la que te sustenta a ti".
En lugar de presumir de uno mismo, los cristianos pueden "presumir" de Aquel que les ha concedido la salvación (1 Corintios 1:31; 2 Corintios 10:17; cf. Salmo 34:2; Jeremías 9:24). Es el Señor quien da la gracia (Santiago 4:6), la capacidad de cumplir Su voluntad (Filipenses 4:13), la pertenencia a Su familia espiritual (Juan 1:12–13) y todos los buenos dones (Santiago 1:17). Los creyentes pueden tener confianza y orgullo, no en sí mismos, sino en la Palabra de Dios, en Su poder y en Su carácter: en Aquel que los creó, los salvó y los guía cada día.
La vida cristiana no se debe caracterizar por la arrogancia ni por actuar con superioridad ante los demás. Por el contrario, un cristiano debe ser conocido por reflejar a Jesucristo con un espíritu humilde, compasivo y misericordioso. Los creyentes son nuevas creaciones (2 Corintios 5:17), y después de la salvación (Hechos 16:30–31) comienza el proceso de santificación (Juan 17), que implica morir al yo (1 Corintios 1:30). Con la morada del Espíritu Santo (Romanos 8:9), podemos elegir la humildad sobre la arrogancia, el servicio sobre el egoísmo y la mansedumbre sobre el orgullo.
Proverbios 6:16–19 enumera siete cosas que el Señor odia. La primera es "ojos soberbios" u "ojos arrogantes". Tener una mirada orgullosa es lo que podríamos llamar "presumir" o "actuar con aires de superioridad", y es "detestable" para el Señor. En Proverbios 21:4 se dice que los ojos altaneros son pecado, junto con un corazón orgulloso. Presumir es despreciar o "mirar por encima del hombro" a los demás, y Dios lo prohíbe.
La Palabra de Dios promete que los arrogantes serán castigados (Proverbios 16:5; Isaías 13:11). De hecho, podemos imaginar a Lucifer caminando con orgullo delante de Dios en el cielo, afirmando su propia grandeza antes de su caída. El orgullo de Lucifer lo llevó al castigo eterno: la pérdida de su posición celestial (Isaías 14:12–15) y su destino final en el lago de fuego (Apocalipsis 20:10). El comportamiento del maligno no debe ser imitado por un creyente en Cristo (Juan 8:39–47).
En lugar de mostrarse con una actitud arrogante, los creyentes deben fijarse en la humildad de Jesucristo como ejemplo para sus propias vidas (Hebreos 4:15). Filipenses 2:6–8 dice: "El cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz". Debemos "tener la misma actitud" (versículo 5).
Un seguidor de Cristo no debe comportarse con aires de superioridad ni jactarse de su autoestima basada en sus propios logros, herencia o habilidades. Hablando de los gentiles siendo "injertados" en la iglesia, Romanos 11:18 dice: "No seas arrogante para con las ramas. Pero si eres arrogante, recuerda que tú no eres el que sustenta la raíz, sino que la raíz es la que te sustenta a ti".
En lugar de presumir de uno mismo, los cristianos pueden "presumir" de Aquel que les ha concedido la salvación (1 Corintios 1:31; 2 Corintios 10:17; cf. Salmo 34:2; Jeremías 9:24). Es el Señor quien da la gracia (Santiago 4:6), la capacidad de cumplir Su voluntad (Filipenses 4:13), la pertenencia a Su familia espiritual (Juan 1:12–13) y todos los buenos dones (Santiago 1:17). Los creyentes pueden tener confianza y orgullo, no en sí mismos, sino en la Palabra de Dios, en Su poder y en Su carácter: en Aquel que los creó, los salvó y los guía cada día.
La vida cristiana no se debe caracterizar por la arrogancia ni por actuar con superioridad ante los demás. Por el contrario, un cristiano debe ser conocido por reflejar a Jesucristo con un espíritu humilde, compasivo y misericordioso. Los creyentes son nuevas creaciones (2 Corintios 5:17), y después de la salvación (Hechos 16:30–31) comienza el proceso de santificación (Juan 17), que implica morir al yo (1 Corintios 1:30). Con la morada del Espíritu Santo (Romanos 8:9), podemos elegir la humildad sobre la arrogancia, el servicio sobre el egoísmo y la mansedumbre sobre el orgullo.