Pregunta

¿Qué dice la Biblia sobre los sentimientos?

Respuesta
La Biblia presenta tanto a Dios como a los seres humanos como seres con emociones. Dios creó a las personas con sentimientos y afecto. Las emociones desempeñan un papel importante en nuestras vidas y relaciones, incluida nuestra relación con Dios. Tradicionalmente, a los cristianos se les advierte que no confíen en sus sentimientos. Sin embargo, cuando están sometidos al dominio del Espíritu Santo, los sentimientos humanos —tanto positivos como negativos— pueden cumplir un propósito en nuestra vida.

Dado que el ser humano fue creado a imagen de Dios (Génesis 1:26-27; 9:6), es razonable suponer que nuestras emociones reflejan Su carácter. Dios ama (Deuteronomio 7:7-8; Isaías 43:4; Jeremías 31:3; Oseas 11:1; Marcos 10:21; Juan 13:1; 1 Juan 4:8, 10), siente compasión (Salmo 103:13), expresa gozo y deleite (Jeremías 32:41; Isaías 62:4; Lucas 15:32), y también experimenta ira (Éxodo 22:24; Josué 7:1; Mateo 21:12-13), dolor (Marcos 3:5; Efesios 4:30) y angustia (Lucas 12:50). A causa de la caída, las emociones humanas han sido dañadas por el pecado, al menos en cierta medida. Pero Cristo ha redimido y restaurado la vida emocional del creyente (Romanos 8:31-39; Colosenses 1:13; Tito 2:14; Apocalipsis 1:5-6).

Aunque los sentimientos humanos a menudo pueden ser engañosos (Jeremías 17:9) y cambiantes (Proverbios 14:13), pueden revelar verdades espirituales y ayudarnos a crecer en madurez cristiana. Nuestras emociones pueden exponer nuestra necesidad de Dios, nuestra dependencia de Él y la fragilidad de nuestra existencia humana (2 Corintios 12:7-10). El dolor, la ansiedad y el temor pueden actuar como catalizadores que nos impulsan a buscar a Dios (Deuteronomio 31:6; 1 Samuel 1:7-8; Salmo 6:6-7; 42:11; 56:11; 1 Pedro 5:7).

Nuestros sentimientos también suelen revelar el pecado que hay en nuestro corazón (Santiago 1:14, 20; Mateo 5:21-26). La culpa es una emoción con la que los creyentes deben lidiar, ya que todos somos culpables de pecado delante de Dios (Salmo 51:3-5; Romanos 3:23). Solo podemos ser liberados de esa culpa al aceptar el perdón de Dios por medio del sacrificio de Jesucristo (Isaías 53:10-12; Hebreos 9:14; Romanos 5:9). Cuando reconocemos nuestra culpa y confesamos nuestro pecado ante Dios, experimentamos "la tristeza que es conforme a la voluntad de Dios", la cual "produce un arrepentimiento que conduce a la salvación, sin dejar pesar" (2 Corintios 7:10; ver también Salmo 32:5; 1 Juan 1:8-9). Jesucristo entregó Su vida para liberarnos del pecado y eliminar nuestra culpa y vergüenza (Tito 2:14; Hebreos 9:28; 10:11-14; 1 Juan 1:7).

La Biblia enseña que algunos sentimientos, si no se controlan, pueden ser pecaminosos. Los cristianos deben desarrollar el dominio propio para resistir las emociones pecaminosas (Colosenses 3:8). El enojo, por ejemplo, puede llevarnos fácilmente al pecado, especialmente cuando lo retenemos y permitimos que se encone. El apóstol Pablo dijo: "Enójense, pero no pequen; no se ponga el sol sobre su enojo" (Efesios 4:26-27). La Escritura también nos anima a no tener miedo (Lucas 12:32; 2 Timoteo 1:7; 1 Juan 4:18) ni a vivir ansiosos (Mateo 6:24-34). Asimismo, debemos resistir los sentimientos de orgullo, celos y envidia (Gálatas 5:19-21; Santiago 4:6).

En 2 Corintios 1:3-11, Pablo explica que las pruebas emocionales que experimentamos como creyentes nos preparan para ministrar a otros en su dolor y sufrimiento. También instruye: "Gócense con los que se gozan y lloren con los que lloran" (Romanos 12:15). Los creyentes son llamados a tener profunda empatía unos por otros (Filipenses 1:7-8; Efesios 4:32; Colosenses 3:12; 1 Corintios 12:25-26; 2 Corintios 6:11-13) y compasión por los necesitados (Éxodo 22:21; Mateo 25:35-40; Santiago 1:27). En nuestra relación con Dios, debemos estar "siempre gozosos" y vivir en paz (Filipenses 4:4; ver también Juan 16:33; Romanos 14:17; 1 Corintios 1:2-3; Gálatas 5:22). La fe y la esperanza son virtudes cristianas que se caracterizan por sentimientos de confianza, seguridad y dependencia de Dios (Salmo 71:5; Hebreos 6:19; 11:1; Romanos 8:24).

Los sentimientos son parte de nuestra naturaleza humana, por lo que no debemos negarlos ni rechazarlos. En cambio, como creyentes, debemos observar la vida emocional de Jesucristo, quien nos mostró cómo manejar nuestras emociones. En Su ministerio, Jesús fue movido por compasión (Mateo 9:36; 15:32) y también sintió tristeza (Juan 11:33). Cargó con grandes aflicciones (Lucas 12:50; Isaías 53:4-5) e incluso atravesó momentos de profunda agonía emocional (Lucas 22:41-44). A través de todo ello, Jesús nos enseñó a llevar cada sentimiento de angustia interna delante de Dios en oración (Mateo 6:9-13; 14:23; 26:41; Juan 6:15; ver también Filipenses 4:6; Romanos 8:26).