Pregunta

¿Qué dice la Biblia sobre la sedición?

Respuesta
La sedición es cualquier acción o discurso destinado a incitar a la gente a rebelarse contra sus autoridades gubernamentales legítimas. Por lo general, la sedición es el comienzo de la anarquía. En Estados Unidos existe desde hace mucho tiempo un debate jurídico sobre lo que se considera discurso sedicioso y lo que está amparado por la garantía de libertad de expresión de la Primera Enmienda. La historia está llena de ejemplos de cristianos que desobedecieron las leyes que prohibían predicar o enseñar el evangelio. ¿Era esto sedición, y, de ser así, ¿es toda sedición incorrecta?

En cierto sentido, la sedición fue el primer pecado de la historia cuando Lucifer (Satanás) lideró una revuelta contra el Dios Altísimo en el cielo y fue echado a la tierra, además de un tercio de los ángeles (Isaías 14:12; Ezequiel 28:12-18). Lucifer quería que se le adorara y obedeciera antes que a Dios, y su orgullo le llevó a la sedición. Este deseo de protagonismo que incita a la revuelta pública es el denominador común en la mayoría de los actos de sedición.

El primer ejemplo de sedición por parte de los seres humanos en la Biblia se encuentra en Números 16. Dios había designado a Moisés y a Aarón como sus portavoces, pero Coré y otros hombres, movidos por los celos, lideraron una revuelta contra ellos. Dios juzgó con dureza a los rebeldes, haciendo que la tierra se derrumbara bajo sus pies y los sepultara vivos (Números 16:31-33). Una segunda ola de sedición se produjo a la mañana siguiente, cuando el resto del campamento israelita se quejó de que Moisés y Aarón habían matado a hombres piadosos (versículo 41). Dios se enojó con Su pueblo y envió una plaga entre ellos que mató a 14.700 personas más (versículos 46-50).

Los judíos fueron acusados (falsamente) de sedición por aquellos que se oponían a la reconstrucción de Jerusalén (Esdras 4:6-24). El asesinato de un rey es siempre un acto de sedición. A veces el asesinato era condenado como algo perverso, como en el caso de los dos hombres que asesinaron al rey Isboset (2 Samuel 4:5-12); otras veces, el asesinato era anunciado como un acto de liberación divina, como en el caso del juez Aod (Jueces 3:15-30). Antes de ser rey, David tuvo mucho cuidado de no actuar de forma sediciosa contra el rey Saúl: "El Señor me guarde de...extender contra él mi mano, porque es el ungido del Señor" (1 Samuel 24:6).

Otro ejemplo de sedición en la Biblia es cuando el hijo del rey David, Absalón, conspiró para quitarle el reino a su padre (2 Samuel 15:1-4). Absalón utilizó una táctica astuta en su sedición. Fue sutil y se ganó la lealtad del pueblo israelita a espaldas de su padre. A través de la perseverancia y el engaño, Absalón llevó al pueblo a expulsar a David del palacio (2 Samuel 15:13-14). David huyó para salvar su vida, escondiéndose en cuevas, clamando a Dios, pero sin perder nunca su amor por su hijo. Cuando Absalón murió en la batalla, David se afligió (2 Samuel 18:33), pero recuperó su legítimo lugar como rey.

Bajo el dominio romano, la sedición era un delito grave. En una ocasión, los líderes religiosos enviaron espías a Jesús para intentar atraparle con Sus palabras; la pregunta que le hicieron: "¿Nos es lícito pagar impuesto a César, o no?" (Lucas 20:22), tenía como objetivo provocar una declaración sediciosa y, tener una excusa para "entregar [a Jesús] al poder y autoridad del gobernador" (versículo 20). Jesús no cayó en esa trampa, pero, más tarde, en el juicio de Jesús ante Pilato, los mismos líderes religiosos insinuaron que Jesús era culpable de sedición, gritando: "Si suelta a Este, usted no es amigo de César; todo el que se hace rey se opone a César" (Juan 19:12). Irónicamente, Barrabás, el hombre que Pilato liberó en lugar de Jesús, era verdaderamente culpable de sedición y asesinato (Marcos 15:7).

El apóstol Pablo era considerado un líder sedicioso en casi todos los lugares a los que iba. Es cierto que a veces se producían disturbios cuando predicaba, y él sufría las consecuencias por parte de los líderes que creían estar acabando con la sedición (ver Hechos 17:5-6; 19:23-41; 21:38), sin embargo, Pablo nunca enseñó a derrocar al gobierno. Fue el mensaje del evangelio de Cristo lo que causó el alboroto. Se presentaron falsas acusaciones de sedición contra Pablo en su juicio ante Félix, cuando el elocuente portavoz de los judíos dijo: "hemos descubierto que este hombre es verdaderamente una plaga, y que provoca disensiones entre todos los judíos por el mundo entero, y es líder de la secta de los nazarenos" (Hechos 24:5). Pablo refutó la acusación de sedición: "Y ni en el templo, ni en las sinagogas, ni en la ciudad misma me encontraron discutiendo con nadie o provocando un tumulto. [...] En esto estaba cuando me encontraron en el templo, después de haberme purificado, no con multitud ni con alboroto" (versículos 12 y 18).

Las Escrituras nos mandan obedecer a nuestras autoridades gubernamentales (Romanos 13:1-7; Tito 3:1). Los cristianos deben "Si es posible, en cuanto de ustedes dependa, estén en paz con todos los hombres" (Romanos 12:18), un mandamiento que descarta la sedición. Rebelarse o incitar a la insurrección contra el gobierno es desobedecer el mandamiento de Dios. Por supuesto, hay ocasiones en las que debemos obedecer a Dios antes que a los hombres (Hechos 5:29). Cuando la ley de los hombres contradice la ley de Dios u oprime a los débiles e indefensos, estamos obligados a hacer lo correcto (Proverbios 24:11; Salmo 41:1; Isaías 1:17), pero la rebelión abierta contra las autoridades gubernamentales es el último recurso.

Estados Unidos está viendo un aumento de la sedición, ya que multitudes enfurecidas exigen lo que consideran sus "derechos". Los alborotadores destruyen propiedades y causan daño a inocentes, y luego intentan justificar su propia tiranía alegando que el gobierno, la cultura, las fuerzas del orden u otra raza los oprimen. Irónicamente, el mismo gobierno que condenan está protegiendo su derecho a expresarse. Quienes profesan seguir a Cristo no deben aceptar tal sedición. Los cristianos deben dejar que el amor sea el rasgo distintivo de todo lo que hacemos (1 Corintios 13:1), y participar en insurrecciones y acciones violentas no es amar.