Pregunta

¿Qué dice la Biblia sobre el nacionalismo?

Respuesta
El nacionalismo es la lealtad y devoción a una nación. La mayoría de las personas siente cierto nivel de lealtad hacia su país natal o hacia el país al que han emigrado. Es natural amar la tierra de uno, y en sí mismo no hay nada malo en el nacionalismo. La Biblia presenta ejemplos tanto positivos como negativos del nacionalismo.

La antigua Israel era una cultura nacionalista, y ese era el propósito de Dios (ver Salmo 137:4–6). Cuando llamó a Abram para que dejara su hogar y viajara a una tierra que Él le mostraría, Dios estaba sentando las bases de una nación teocrática (Génesis 12:1–4). Para tener éxito, el pueblo hebreo debía desarrollar una mentalidad nacionalista. No debían mezclarse con las naciones paganas que los rodeaban y debían tener sus propias leyes, religión y cultura que los hicieran diferentes (Deuteronomio 5; 7:1–6). Cualquier extranjero que quisiera unirse a Israel tenía que someterse a la ley de Dios y vivir como un hebreo (Isaías 14:1; 56:6). El nacionalismo para los judíos era necesario para que fueran un pueblo santo a través del cual Dios enviaría al Salvador del mundo (Deuteronomio 7:7–8; 14:2; Isaías 53). Para Israel, el nacionalismo era parte de obedecer los decretos dados por el Señor.

Sin embargo, el nacionalismo judío había tomado un rumbo equivocado para cuando Jesús vino a la tierra. Los líderes religiosos habían pervertido tanto las leyes de Dios y despreciaban tanto a las naciones gentiles que asumían que nacer judío era suficiente para estar bien con Dios. Juan el Bautista reprendió ese pensamiento: "y no piensen que pueden decirse a sí mismos: Tenemos a Abraham por padre, porque les digo que Dios puede levantar hijos a Abraham de estas piedras" (Mateo 3:9). Los judíos estaban cometiendo el mismo error que muchos cometen hoy. Asumían que su herencia, nacionalidad o religión era suficiente para garantizar su justicia (Gálatas 5:4). El nacionalismo se había convertido en una especie de religión para ellos y les impedía humillar sus corazones para recibir al Salvador de Dios (ver Juan 8:33).

La Biblia enseña el nacionalismo en el sentido de que los creyentes en Cristo deben obedecer las leyes del país en el que viven, sin importar cuál sea: "Sométase toda persona[a] a las autoridades que gobiernan. Porque no hay autoridad sino de Dios, y las que existen, por Dios son constituidas" (Romanos 13:1–7). Estas palabras fueron escritas por el apóstol Pablo, quien sufrió persecución y fue martirizado bajo el reinado del emperador Nerón (ver 2 Corintios 11:24–28).

Mientras estamos de paso por este mundo, debemos apoyar a nuestros gobiernos, a nuestros países y a nuestras comunidades tanto como sea posible, siempre que no violemos los mandamientos de Dios (ver Hechos 5:29). Cuando Israel fue exiliado a Babilonia por su desobediencia, el Señor les dijo: "busquen el bienestar de la ciudad adonde los he desterrado, y rueguen al Señor por ella; porque en su bienestar tendrán bienestar" (Jeremías 29:7). A pesar de cualquier fervor nacionalista que los hebreos exiliados sintieran por su tierra natal, debían vivir sus vidas en Babilonia y orar por la paz de la tierra en la que habitaban.

Debemos defender la libertad, a los inocentes y nuestros hogares de amenazas extranjeras. Por lo tanto, no está mal sentir orgullo cuando nuestra nación hace lo correcto y cantar sus himnos con alegría y gratitud a Dios. Sin embargo, nos equivocamos cuando permitimos que el nacionalismo reemplace nuestra primera lealtad a Cristo y a Su reino. Todos los que hemos nacido de nuevo en la familia de Dios somos ciudadanos de otro reino (Filipenses 3:20). Vivimos conscientes de que las cosas de esta tierra son temporales, incluidas las naciones, los gobiernos y los bienes materiales (Hebreos 11:15–16). Cuando ciertas políticas nacionales se alinean con los principios bíblicos, es fácil sustituir inconscientemente el cristianismo por el nacionalismo y gastar nuestro celo y pasión en cosas equivocadas. Por muy noble que sea nuestra nación, no murió en la cruz por nuestros pecados. No puede prometernos vida eterna. Un presidente, rey o líder militar es solo un ser humano falible y no puede suplir nuestras necesidades como Dios lo hace (Filipenses 4:19).

Cierto nivel de nacionalismo no está mal. De hecho, es una manera de hacer el bien a la comunidad en la que vivimos. Podemos enviar a nuestros hijos e hijas a defender nuestra comunidad (Proverbios 24:11), pagar nuestros impuestos para sostenerla (Marcos 12:17) y honrar lo que es digno en ella (Romanos 13:7). Pero los cristianos deben recordar que el nacionalismo terrenal es pasajero; la ciudadanía celestial es eterna. Nuestras mayores lealtades y nuestras principales obligaciones son para con ese reino que jamás pasará (Daniel 2:44; 6:26; 7:14; Lucas 1:33).