Pregunta

¿Qué dice la Biblia sobre la lapidación?

Respuesta
La lapidación era un método de ejecución en el que un grupo de personas, normalmente compañeros del culpable, arrojaban piedras contra la persona condenada hasta que moría. La muerte por lapidación fue prescrita en la Ley del Antiguo Testamento como castigo por diversos pecados. Tanto los animales como las personas podían ser objeto de lapidación (Éxodo 21:28), y este castigo parecía estar relacionado con pecados que causaban un daño irreparable a la pureza espiritual o ceremonial de una persona o un animal.

Algunos pecados que resultaban en lapidación en el Antiguo Testamento eran el asesinato (Levítico 24:17), la idolatría (Deuteronomio 17:2–5), acercarse al monte Sinaí mientras la presencia de Dios estaba allí (Éxodo 19:12–13), practicar la necromancia o el ocultismo (Levítico 20:27) y blasfemar el nombre del Señor (Levítico 24:16). Probablemente, la lapidación también era el castigo por varios tipos de pecado sexual (Deuteronomio 22:24); los pasajes relacionados en Levítico 20 no especifican el método de ejecución, solo que el culpable debía "morir".

La Ley mosaica especificaba que, antes de que alguien pudiera ser condenado a muerte por lapidación, debía realizarse un juicio y al menos dos testigos debían testificar: "por la declaración de dos o tres testigos. No se le dará muerte por la declaración de un solo testigo" (Deuteronomio 17:6). La mano de esos testigos "caerá primero contra él para darle muerte, y después la mano de todo el pueblo" (versículo 7). En otras palabras, quienes testificaban contra el acusado en el juicio debían arrojar la primera piedra. Ejemplos de lapidaciones en el Antiguo Testamento son las muertes de Acán y su familia (Josué 7:25) y la de Nabot, quien fue condenado por falsos testigos (1 Reyes 21).

La lapidación fue el método de ejecución elegido por los judíos incrédulos que persiguieron a los primeros cristianos. Esteban, el primer mártir de la iglesia, fue lapidado fuera de Jerusalén por el Sanedrín. En esa ocasión, un joven llamado Saulo —quien más tarde sería el apóstol Pablo— sostuvo los mantos de quienes arrojaban las piedras (Hechos 7:54–60).

En otro pasaje famoso de las Escrituras, los fariseos intentaron atrapar a Jesús buscando que aprobara la lapidación de una mujer sorprendida en adulterio. Significativamente, el hombre adúltero no estaba presente —la Ley prescribía la muerte para ambos culpables. La respuesta de Jesús es reveladora. La mujer era claramente culpable, pero Jesús comprendió la duplicidad de Sus enemigos. En lugar de darles una respuesta directa, se volvió hacia los que habían llevado a la mujer delante de Él y dijo: "El que de ustedes esté sin pecado, sea el primero en tirarle una piedra" (Juan 8:1–11). Con esto, Jesús estaba pidiendo que los testigos dieran un paso al frente, ya que ellos, bajo juramento, eran quienes debían lanzar las primeras piedras. También mostró el corazón compasivo de Dios hacia el pecador y silenció las acusaciones hipócritas de la multitud.

Otro método de ejecución que también se consideraba lapidación consistía en arrojar al culpable de cabeza por un precipicio y luego hacer rodar una gran piedra sobre su cuerpo. Esto fue exactamente lo que intentó hacer una multitud en Nazaret con Jesús después de Su discurso en la sinagoga. Al escuchar Su afirmación de ser el Mesías, se levantaron y “echaron a Jesús fuera de la ciudad, y lo llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad para tirar a Jesús desde allí" (Lucas 4:29). La liberación de Jesús de aquella multitud enfurecida fue milagrosa: "Pero Él, pasando por en medio de ellos, se fue" (verso 30). No era el tiempo de Jesús para morir (ver Juan 10:18), y Él nunca habría podido morir por lapidación, porque la profecía decía que ninguno de Sus huesos sería quebrado (Juan 19:36).

La lapidación es una forma horrible de morir. Este tipo de ejecución debía servir como un fuerte disuasivo contra la comisión de los pecados considerados lo suficientemente ofensivos como para merecerla. A Dios le importa profundamente la pureza de Su pueblo. El castigo severo por el pecado durante el tiempo de la Ley ayudó a evitar que el pueblo adoptara las prácticas impuras de sus vecinos paganos y se rebelara contra Dios. "Porque la paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23), e Israel recibió un mandamiento severo para mantenerse puro: "Así quitarás el mal de en medio de ti" (Deuteronomio 17:7).