Pregunta
¿Qué dice la Biblia sobre la interdependencia?
Respuesta
La interdependencia es el estado de depender de otra persona. Una relación interdependiente es aquella en la que dos o más personas dependen unas de otras para suplir necesidades, sean físicas, emocionales o espirituales. Aunque la Biblia no usa el término interdependencia, sí habla mucho acerca del concepto.
Desde el principio, los seres humanos fueron creados para la relación y la interdependencia. El primer hombre, Adán, tenía una relación cercana con Dios, pero no tenía un compañero semejante a él. "Entonces el Señor Dios dijo: "No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda adecuada"" (Génesis 2:18, NBLA). Entonces Dios hizo caer a Adán en un sueño profundo, tomó una costilla de su costado y formó a la mujer (Génesis 2:21–22). Dios presentó a la mujer como compañera de vida de Adán, la llamada a compartir con él el dominio sobre la creación y con quien podía cumplir el plan divino de la reproducción (Génesis 1:26–28). Con estas dos primeras personas, Dios estableció el modelo de interdependencia para toda la humanidad.
A medida que los hombres comenzaron a llenar la tierra, se formaron sociedades y la interdependencia humana se manifestó en grupos más grandes. Dentro de la sociedad, las personas dependían unas de otras para funcionar: algunos producían alimento, criaban animales, construían viviendas, cuidaban niños, etc. En tiempos del Antiguo Testamento, el pueblo escogido de Dios, Israel, vivía en una sociedad unida compuesta por doce tribus, descendientes de los doce hijos de Jacob (Éxodo 1:1–7). Cuando el Señor liberó a Su pueblo de Egipto, las tribus viajaron juntas, viviendo y trabajando como un gran grupo. Al tomar posesión de la tierra prometida, aunque luego se esparcieron más, las tribus continuaron funcionando interdependientemente mediante el comercio, los reyes que gobernaban, las tierras compartidas, etc. Con el paso del tiempo, la interdependencia siguió siendo la base de toda sociedad, y aún lo es hoy.
No solo la interdependencia es fundamental para la vida social, sino que también es el propósito de Dios para todos los cristianos. Después de que Jesús ascendió al cielo, envió al Espíritu Santo a los creyentes. El Espíritu que mora en nosotros otorga dones espirituales a cada cristiano para que el cuerpo de Cristo siempre funcione como una unidad interdependiente. "Pero a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común... Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él" (1 Corintios 12:7, 27, NBLA). El Espíritu distribuye dones como Él quiere para equipar a los miembros de la Iglesia a servirse unos a otros (v. 11). Ningún don es más importante que otro, pues todos cumplen un papel dentro del Cuerpo de Cristo.
La iglesia primitiva creció formando un grupo estrechamente interdependiente: "Y se dedicaban continuamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, al partimiento del pan y a la oración. Sobrevino temor a toda persona; y muchos prodigios y señales se hacían por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos y tenían todas las cosas en común; vendían sus propiedades y sus bienes y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno. Día tras día continuaban unánimes en el templo y partiendo el pan en los hogares, comían juntos con alegría y sencillez de corazón" (Hechos 2:42–46, NBLA). Hoy la Iglesia es demasiado grande y dispersa para funcionar exactamente de esa manera, pero Dios todavía nos manda a vivir como un solo Cuerpo (1 Corintios 12:12; Efesios 4:4), aplicando los dones espirituales (Romanos 12:4–8; Efesios 4:16), viviendo en amor cristiano (Romanos 12:10–21; Efesios 4:17–32) y reuniéndonos para adorar juntos (Colosenses 3:16; Hebreos 10:25).
Desde el principio, los seres humanos fueron creados para la relación y la interdependencia. El primer hombre, Adán, tenía una relación cercana con Dios, pero no tenía un compañero semejante a él. "Entonces el Señor Dios dijo: "No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda adecuada"" (Génesis 2:18, NBLA). Entonces Dios hizo caer a Adán en un sueño profundo, tomó una costilla de su costado y formó a la mujer (Génesis 2:21–22). Dios presentó a la mujer como compañera de vida de Adán, la llamada a compartir con él el dominio sobre la creación y con quien podía cumplir el plan divino de la reproducción (Génesis 1:26–28). Con estas dos primeras personas, Dios estableció el modelo de interdependencia para toda la humanidad.
A medida que los hombres comenzaron a llenar la tierra, se formaron sociedades y la interdependencia humana se manifestó en grupos más grandes. Dentro de la sociedad, las personas dependían unas de otras para funcionar: algunos producían alimento, criaban animales, construían viviendas, cuidaban niños, etc. En tiempos del Antiguo Testamento, el pueblo escogido de Dios, Israel, vivía en una sociedad unida compuesta por doce tribus, descendientes de los doce hijos de Jacob (Éxodo 1:1–7). Cuando el Señor liberó a Su pueblo de Egipto, las tribus viajaron juntas, viviendo y trabajando como un gran grupo. Al tomar posesión de la tierra prometida, aunque luego se esparcieron más, las tribus continuaron funcionando interdependientemente mediante el comercio, los reyes que gobernaban, las tierras compartidas, etc. Con el paso del tiempo, la interdependencia siguió siendo la base de toda sociedad, y aún lo es hoy.
No solo la interdependencia es fundamental para la vida social, sino que también es el propósito de Dios para todos los cristianos. Después de que Jesús ascendió al cielo, envió al Espíritu Santo a los creyentes. El Espíritu que mora en nosotros otorga dones espirituales a cada cristiano para que el cuerpo de Cristo siempre funcione como una unidad interdependiente. "Pero a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común... Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él" (1 Corintios 12:7, 27, NBLA). El Espíritu distribuye dones como Él quiere para equipar a los miembros de la Iglesia a servirse unos a otros (v. 11). Ningún don es más importante que otro, pues todos cumplen un papel dentro del Cuerpo de Cristo.
La iglesia primitiva creció formando un grupo estrechamente interdependiente: "Y se dedicaban continuamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, al partimiento del pan y a la oración. Sobrevino temor a toda persona; y muchos prodigios y señales se hacían por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos y tenían todas las cosas en común; vendían sus propiedades y sus bienes y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno. Día tras día continuaban unánimes en el templo y partiendo el pan en los hogares, comían juntos con alegría y sencillez de corazón" (Hechos 2:42–46, NBLA). Hoy la Iglesia es demasiado grande y dispersa para funcionar exactamente de esa manera, pero Dios todavía nos manda a vivir como un solo Cuerpo (1 Corintios 12:12; Efesios 4:4), aplicando los dones espirituales (Romanos 12:4–8; Efesios 4:16), viviendo en amor cristiano (Romanos 12:10–21; Efesios 4:17–32) y reuniéndonos para adorar juntos (Colosenses 3:16; Hebreos 10:25).